DIOSES DE LA ARENA
Fuerza y honor
Ave César, los que van a morir te saludan. En mayo del 2000, Ridley Scott resucitó un subgénero que llevaba muerto más de tres décadas. Gladiator resultó ser un éxito de público situándose en el segundo puesto de la taquilla mundial de ese mismo año. Solo superada, sorprendentemente, por Misión Imposible 2, Gladiator recaudó 465 millones de dólares además de buenas críticas por la mayor parte de la prensa especializada. El éxito no quedó solo ahí, sino que cosechó, entre otras cosas, dos Globos de Oro, cuatro Premios Bafta y cinco Oscars de la Academia, incluyendo los galardones en las categorías de mejor película y mejor actor principal. Russell Crowe, que venía precisamente de estar nominado la edición anterior por su excelente trabajo en El dilema (Michael Mann, 1999), perdió quince kilos y realizó horas extras en el gimnasio para dar forma a Máximo Décimo Meridio. Este gladiador, junto al Espartaco de Kirk Douglas (Stanley Kubrick, 1960) fueron los más célebres en la historia del cine, pero no los únicos. Actores como Victor Mature (Demetrius y los gladiadores, 1954) o Anthony Quinn, Vittorio Gasman y Jack Palance (Barrabás, 1961) se metieron en la piel de estos combatientes armados que entretenían al populacho en la Antigua Roma. El director italiano Sergio Solima, utilizando el pseudónimo Simon Sterling, rodó su particular trilogía poniendo el foco en esta temática: Los diez gladiadores (1963), Espartaco y los diez gladiadores (1964) y El triunfo de los diez gladiadores (1965).
Pero no solo de gladiadores vivía el «peplum». Entre las décadas de los cincuenta y sesenta, el cine europeo se volcó en la producción de historias ambientadas en la antigüedad. En la mayoría de ellas, tanto el rigor histórico como la calidad argumental brillaban por su ausencia. En su momento, la crítica no tuvo piedad con este subgénero aunque a nivel de público funcionaran razonablemente bien. A pesar de conocerse popularmente como “películas de romanos”, los gafapastas de la época renombraron la etiqueta a “peplum”, haciendo referencia a un tipo de manto que se utilizaba en la antigüedad. En la década de los cincuenta, muchos equipos de Hollywood se trasladaron hasta la península itálica para realizar allí sus grandes superproducciones tras el renacimiento del cine épico. Como consecuencia de que numerosos técnicos y artistas italianos intervinieron en los rodajes de películas míticas como Quo Vadis? (Mervyn LeRoy, 1951) o, la premiadísima, Ben-Hur (William Wyler, 1959), acabarían llevando a cabo sus propios trabajos.
Volviendo a la entrega protagonizada por Crowe, Gladiator narraba la historia de un general romano, ojito derecho de Marco Aurelio. El emperador, al ver próxima su muerte, decidía devolver el poder al pueblo a través del senado dejando a Máximo como principal responsable de dicha transición. Sin embargo, su hijo Cómodo, presa de los celos, mataba no solo a su padre, sino también sus sueños. Con la idea de no dejar cabos sueltos, el personaje interpretado por Joaquin Phoenix mandaba asesinar a Máximo y a su familia. El otrora general sobrevive, pero no así su mujer y su hijo. Tras ser capurado, se convierte en esclavo para posteriormente mutar en gladiador. De esta forma, consigue llegar a Roma y llevar a cabo su venganza. Gladiator destacó por ser un filme extraordinariamente épico acentuado por la magistral banda sonora de Hans Zimmer que, sorprendentemente, no se llevó la estatuilla en los Oscar que fue a parar a Peter Pau (Tigre y dragón). Connie Nielsen, Richard Harris, Derek Jacobi, Djimon Hounsou y Oliver Reed, que murió en uno de los descansos del rodaje, completaron un reparto de muchos quilates.
A pesar de que la trama quedara cerrada, durante muchos años se estuvo barruntando una posible continuación de Gladiator. De todos es sabido el hilarante guion escrito por Nick Cave al más puro estilo God of War. El conocido músico australiano situó a Máximo en el purgatorio, con los dioses romanos devolviéndole a la Tierra para luchar en diferentes conflictos bélicos a lo largo de la historia. Nos queda el consuelo de saber que, en un universo paralelo, tanto esta secuela como el Dune de Jodorowsky acabaron viendo la luz. Ya sin Crowe en el proyecto, pero con Ridley Scott detrás de las cámaras, Gladiator II tomó forma eligiendo el camino más sencillo. El protagonismo recaería en el hijo de Lucilla quien, no han escondido en exceso, también lo era de Máximo.
Lejos de jubilarse, Scott está más activo que nunca. Este cineasta británico vuelve a poner el valor del estilo por encima de todas las cosas. Recordemos que Ridley Scott es un director poderoso en lo visual que se fraguó en el campo de la publicidad realizando anuncios para empresas como Apple, British Airways o Chanel. Precursor de los director’s cut, desde que debutase con Los duelistas en 1977, su nombre ha estado ligado a grandes superproducciones. Sin embargo, como si de la etapa reina del Tour de Francia se tratara, la carrera de Ridley Scott tiene picos en todo lo alto y bajadas estrepitosas. Si en un lado de la balanza tenemos obras maestras como Alien o Blade Runner, en el otro nos encontramos tropiezos del calibre de La teniente O’Neil o 1492: La conquista del paraíso. Al margen del poco rigor de alguna de sus producciones queda claro que a Scott le gusta realizar películas ambientadas en periodos históricos. El reino de los cielos o Napoléon acompañan a las dos entregas de Gladiator en esta liga.
Gladiator II se limita a replicar los pasos de su predecesora. Con unos títulos de crédito iniciales que sirven de “previously on Gladiator”, la trama arranca en Numidia. Allí tiene lugar un asedio romano que, en su afán imperialista, trata de hacerse con el norte africano. Más allá de la región (en la primera parte era Germania), en esta secuela cambia el punto de vista. Ya no es el ejército romano a quien vemos en primera persona, sino al pueblo conquistado. He aquí que se nos presenta a Hanno (¿diminutivo de Hispano?), protagonista absoluto de Gladiator II. Paul Mescal, a quien descubrimos en la fenomenal miniserie Normal People y se consolidó, nominación al Oscar incluída, en Aftersun, toma el testigo de Crowe. El viaje de Hanno es prácticamente idéntico al de Máximo. Hombre libre que, tras presenciar la muerte de su mujer, es esclavizado para posteriormente convertirse en gladiator y, gracias a esto, tiene la oportunidad de vengarse. En este sentido, el guion escrito por David Scarpa es, en exceso, indolente, tratando de establecer vínculos con el espectador aludiendo, constantemente, a la primera entrega.
Es probable que, al margen de los paralelismos, el arranque de Gladiator II sea lo más potente de la película. La espectacularidad está fuera de toda duda y hay que reconocer a Ridley Scott su arrollador estilo visual. Al César lo que es del César. Sin embargo, en cuanto comienza a desarrollarse la trama, pronto se rasgan las costuras. Como ya sucediera en Napoléon (también con guion de Scarpa), el texto inicial no es suficiente para poner en contexto al espectador. ¿Quiénes son los emperadores Caracalla y Geta? ¿Cómo accedieron al poder? ¿En qué momento de Gladiator se dejaba ver que pudiera haber otra alternativa al poder que no fuese Cómodo o el senado? En un ejercicio torpe de guion, tratando de crear nexos entre ambas películas, se nos cuenta que, tras los hechos acontecidos en Gladiator, Lucilla decide exiliar a Lucio para protegerle. ¿De quién? Pan y circo. Como en la Antigua Roma, Scott piensa que con espectaculares batallas que incluyan monos, rinocerontes y tiburones, el resto da igual ya que el público irá al cine en masa. La taquilla está funcionando tan bien, que se puede dar por hecha la tercera entrega de la franquicia.
Más allá del buen trabajo, a todos los niveles, de Paul Mescal, el plantel, libra por libra, no tiene mucho que envidiar al de Gladiator. Sin embargo, lo poco trabajado que están buena parte de los personajes secundarios, es un lastre más de la película. Especialmente sangrante resulta cierto momento clave que tiene como protagonistas a los emperadores y Macrinus, interpretado por el siempre notable Denzel Washington, o lo desdibujado que ha quedado Graco, para injusticia del veteranísimo Derek Jacobi quien, junto a Nielsen, eran los únicos que repetían un cuarto de siglo después. El hiperactivo Pedro Pascal (The Last of Us) nos hizo recordar tiempos pasados con su Oberyn Martell teniendo similar desenlace en la arena, mientras que Peter Mensah (Doctore en Spartacus: sangre y arena, hija bastarda de Gladiator y 300) se fue del metraje mucho antes de lo que apetecía.
Joseph Quinn, que tuvo una inmejorable carta de presentación en Stranger Things y corroboró sus credenciales en Un lugar tranquilo: Día Uno, y Fred Hechinger interpretan a los inaguantables emperadores con maquillaje a lo Mad Max: Fury road. Uno solo puede suspirar cuando recuerda a actores de la talla de Peter Ustinov o Ciarán Hinds (en la memorable serie de HBO, Roma), derrochando carisma en sus encarnaciones de Nerón o Julio César. Por si esto fuera poco, el exceso de testosterona de la que hacía gala Gladiator, no ha sido reducido. La única mujer con protagonismo vuelve a ser Connie Nielsen como Lucilla. Para más inri, su plan vuelve a irse al garete en un descuido de última hora. Las intrigas palaciegas están perfiladas con brocha gorda.
A pesar del buen hacer de Harry Gregson-Williams, colaborador habitual de Scott en cintas como Marte, su partitura carece del empaque y la potencia de la de Zimmer. Siendo honestos, el compositor de Batman Begins consiguió con su música al servicio de la épica conectar con los espectadores. Esto es algo que, desgraciadamente, no sucede en Gladiator II. Si a un guion poco trabajado, que aspira más a ser un remake (por lo parecido) que una secuela, le sumas personajes planos, dificultas la vinculación emocional para con el espectador. «Lo que hacemos en la vida tiene su eco en la eternidad», aseguraba Máximo Décimo Meridio. Más allá de la taquilla que haga, como ocurriera con Misión Imposible 2, la secuela de Gladiator está condenada a ser olvidada con el paso del tiempo. Alea iacta est.
LO MEJOR
+ Su poderoso arranque.
+ Al margen de su verosimilitud, lo espectacular que luce todo lo que acontece en el Coliseo.
+ La recreación de Roma.
LO PEOR
– El flojo guion que busca, permanentemente, rememorar momentos de su predecesora sin que siquiera ambas entregas enlacen de una manera coherente.
– Lo desaprovechado que están algunos de sus estupendos actores secundarios.
– Como ya ocurriera en Gladiator, continúa desprendiendo un exceso de testosterona que no se adecúa a nuestra realidad actual.
Dirección - 6
Guión - 4
Reparto - 6.5
Apartado visual - 9
Banda sonora - 6
6.3
Innecesaria
Más preocupada por seguir los pasos de su predecesora, Gladiator II se apoya en un apabullante apartado visual que trata de paliar las carencias de un guion cobarde. Su reparto de campanillas no consigue emocionar como consecuencia de una fallida construcción de personajes.
Estos romanos están majaretas! La verdad a mi Gladiador siempre me pareció meehhh más sabiendo de quien venía. Como el rey de la sutileza y la oscuridad de Alien y Blade Runner se paso para ese lado tan empalagoso que, como dicen, atrasaba más de 30 años no se. Y Crowe NO es Charlton Heston. A diferencia de lo que dice en el texto para mi 1492 es top 5 de Scott, por ejemplo (no vi Los Duelistas), junto a las 2 obvias, El Último Duelo y…Kingdom of Heaven. Si, tiene dialogos peores que los de Gladiador, pero es mucho más interesante. Después en casi todas tiene como «flashes» de gran autor, en momentos de T&L, Leyenda, Lluvia Negra, Prometeo, Hannibal…pero si, tiene bodrios infumables, Robin Hood, Covenant, la del marciano, la de Moises ufff (de vuelta: Batman NO es Charlton Heston), la del helicoptero… Y eso que no vi todas. Con Napoleon en la sala lo putee y disfrute casi 50/50. Es loco porque, en gran parte de su filmografía termina predominando un neutro aséptico que parece que filmara cualquiera, y te esconde ese lado que lo acercaría a Scorsese o Spielberg que se olia a principios de los 80. Perdón por el divague.