Este fin de semana llegaba a nuestra cartelera la última (énfasis en «última») aventura de Indiana Jones, o al menos del Indiana Jones que conocemos con el rostro de Harrison Ford; un rostro, por cierto, que gracias a la magia de los efectos especiales, aparece en varias etapas de la vida de un Indy ya entrado en años; y es que, recordemos, el bueno de Harrison Ford ya tiene unos magníficamente bien llevados 80 años, por lo que esta quinta entrega de Indiana Jones se presentó desde un principio como una despedida del personaje, y quién sabe si de una saga que ya vio innecesariamente alargado su legado en 2008 con Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal , una película que pretendía servir a la vez como regreso y como puente hacia el futuro. Ni lo uno ni lo otro se cumplió con una película que, a pesar de venir de la mano de nuevo de Steven Spielberg, tenía más contras que pros en la balanza final. Algo se había perdido por el camino de intentar traer de vuelta, ya no a Harrison Ford o Steven Spielberg, sino al espíritu de una saga que marcó la década de los 80 y que se convirtió rápidamente en un icono del cine contemporáneo. Con esta Indiana Jones y el Dial del Destino hay una intención clara de sacarse la espinita del fracaso de la Calavera de Cristal volviendo a meter en la coctelera los mismos ingredientes, pero esta vez dándole a todo una pátina de despedida y cierre. Con Spielberg fuera de la silla de director, en esta ocasión tenemos a James Mangold (Logan) a cargo de la partida. ¿Habrá estado a la altura para despedir a uno de los grandes de la historia del cine? Vamos a intentar darle una respuesta a tan complicada pregunta.
Con esta crítica, voy avisando, va a pasar como con casi todas las opiniones que, más allá de querer ahondar en algún aspecto de la película o realmente construir un texto interesante en torno a la misma, quieran dar una opinión personal sobre ella: la eterna subjetividad del eye of the beholder, que dicen los ingleses, determina nuestro mismo punto de partida a la hora de hacer una valoración; los majérrimos (permítaseme el palabro) compañeros de la redacción de cine de esta casa consideraron que un servidor debía redactar la crítica de esta Indiana Jones y el Dial del Destino, ya que había hecho previamente un artículo sobre la saga en el que intenté volcar el cariño y admiración que me han despertado siempre las tres primeras aventuas de Indy; pero quizás por eso mismo era el menos indicado para la tarea, y es que, como mencionaba en el citado artículo, uno de los grandes problemas de la muchas veces injustamente criticada Calavera de Cristal venían de compararla directamente con sus predecesoras; a pesar de todos sus fieles defensores, la cuarta aventura de Indiana Jones no aguantaría el tipo en un maratón de la saga, así como (y recupero el mismo símil facilón del artículo anterior) El Padrino III no debe verse en ninguna circunstancia después de El Padrino II. Entrando en materia con este Dial del Destino que nos propone Mangold, la cosa es aún más grave, y es que lo primero que hace la película es ponernos la zanahoria delante del carro a los enamorados de Indiana Jones con un arranque espectacular en el que ni siquiera desentona el rejuvenecimiento digital de Harrison Ford, mucho más conseguido que el de Mark Hamill en El Mandaloriano o Jeff Bridges en Tron: Legacy, pero a la vez igual de falso (en un par de párrafos me explico). Esa trepidante primera secuencia que desemboca en un tren nazi cargado de tesoros avanzando hacia la derrota en la guerra, parece cumplir a rajatabla la máxima de Cecil B. DeMille de comenzar con un terremoto y de ahí, hacia arriba, pero en el caso de esta quinta entrega de Indiana Jones tal promesa de ir hacia arriba no acaba de cumplirse.
He de confesar que la película me estaba encandilando con ese fulgurante comienzo, e incluso con ese contraste con el Indy actual, vecino gruñón y hastiado profesor que ya no despierta precisamente suspiros de admiración entre sus alumnas sino indiferentes miradas de aburrimiento. La promesa de una última aventura en boca del personaje de Phoebe Waller-Bridge parece incluso legítima (qué inocentes somos a veces), y entonces nos volvemos a dejar engañar y creemos que Indy puede montar a caballo por el metro, dar puñetazos como en la treintena y bucear hasta el lecho marino. Pero la película ya ha hecho su primera trampa queriendo arrebatar la mitología del inmortal aventurero con el realismo propio de su edad, y a la vez intentar convencernos de que la transformación de Henry Walton Jones, Jr. en Indiana Jones es similar a la de Billy Batson en el Capitán Marvel; o, si somos más certeros (y cabrones), la del Michael Moran de Alan Moore en Miracleman. Indiana Jones, a pesar de lo que piensen los inteligentes (y avariciosos, por supuesto) dueños de sus derechos, sigue atrapado en el aura mitológica de sus tres primeras películas, y aunque hubiera sido interesantísimo seguir por la vía del anciano Indiana Jones y su última aventura, la película cierra los ojos y le vuelve a hacer entrega del fedora y el látigo, y se encomienda al buen hacer del CGI (ya no con su rostro, sino con su entorno) para intentar traer de vuelta la magia y la aventura. Y, para ello, construye un escenario tan convincente y bien hecho que, por un momento, casi no ves la trampilla por la que se desliza el mago para aparecer al otro lado del escenario.
Y es que James Mangold y el equipo de este Dial del Destino han hecho un trabajo realmente fabuloso al darle a esta quinta aventura de Indy un empaque visual (e incluso narrativo) a la altura de lo que esperaríamos de una nueva película de Indiana Jones. Las maravillosas localizaciones y lo variado de sus escenas, desde la clásica pelea en Marruecos donde el místico objeto va pasando de manos, pasando por la persecución por las calles de la ciudad, la secuencia del buceo o el descubrimiento de la tumba de Arquímedes, son piezas rodadas elegantemente y mucho menos artificiosas de lo que había previsto. Indiana Jones y el Dial del Destino es una película muy bien hecha, a pesar de ser víctima de su propia época, y lo decimos también por la fina línea que divide la sana suspensión de la incredulidad a la que obligan las aventuras de Indy a acogerse directamente a las andanzas de Ethan Hunt en Misión: Imposible, con escenas tan absurdas como la subida al avión del personaje de Helena, las habilidades autodidactas de pilotaje de Teddy o las exageradísimas deducciones de los personajes a través de un guion demasiado tramposo, como en la lectura de carrerilla de la tablilla por parte de Helena o la deriva continental con la que de repente se le ilumina la bombilla a Indy. Todas las buenas intenciones (y tiene unas cuantas) de esta Indiana Jones y el Dial del Destino, hacen aguas por culpa de una excesiva duración y, sobre todo, un guion torpe que no deja respirar a los personajes mientras van de un lado a otro del mapa, por muy nostálgico que sea su visual recorrido por el mismo.
Que sea el guion el máximo problema es una vía por la que discurre demasiada agua en la película como para mantenerla a flote: por un lado, comete el flagrante error de volver a meter a Indy en el campo de la ciencia ficción, algo que ya hizo desangrarse narrativamente a la Calavera de Cristal. Y es que nuestro arqueólogo favorito brillaba cuando mantenía los pies en la tierra y se dedicaba a rescatar extrañas reliquias que sí, acababan ocultando extraños poderes o referencias místicas, pero que no eran lo esencial de la trama. El mayor ejemplo lo tenemos en la Última Cruzada, en la que el grial es un mero vehículo del guion para hablarnos de la fe, de la búsqueda y de la relación de un padre y un hijo. El Dial del Destino entiende erróneamente que, y permítaseme el retruécano, el destino es lo importante y no el camino que llega a él. Por ese camino tramposo que nos lleva a un final que pareciera lo primero que se escribió de la película, se quedan grandes ideas y personajes a medio hacer, como esa Helena de Phoebe Waller-Bridge que, a pesar del extraordinario buen hacer de la creadora y protagonista de Fleabag se queda en un quiero y no puedo, porque entre tanta persecución a la película se le olvida llevar consigo al corazón mismo de la película, ese que transformaba el vínculo entre Indy y Marion en el corazón del Arca Perdida o entre Indy y su padre en la Última Cruzada. Aquí, los propósitos de Helena y Teddy parecen ser continuamente el dinero y el beneficio, pero la película no les deja respirar ni darles una tridimensionalidad más allá de la aventura por la aventura, ni mucho menos nos explica el porqué de sus decisiones. El caso más sangrante, sin duda, es el personaje de Helena, conductura de la trama y propiciadora del destino de Indiana Jones que deja su desarrollo de personaje directamente en el aire como una página en blanco del guion. Por eso, cuando la película quiere recoger la cosecha e intentar dar un golpe bajo al espectador con un absurdo final, se encuentra con que poco más puede ofrecer que un triste recuerdo del pasado con la reconciliación de Indy y Marion a través de unas líneas de guion repetidas de tiempos más felices (y talentosos). No hablemos ya de una trama temporal que desaprovecha el potencial de la misma y que propicia unos incomodísimos momentos de vergüenza ajena con la visita a los tiempos de Arquímedes. El Dial del Destino se empeña en enfangarse en una historia ridícula (y un plan aún más ridículo del villano, interpretado por un competente pero obviamente deseoso de salirse del rodaje a fumarse un pitillo, Mads Mikkelsen), para intentar disimular el penoso hecho de que no tiene mucho más que contar que Indiana Jones se ha hecho mayor y que, como a todo hijo de vecino, los tiempos, los arrepentimientos y los avatares de la vida le han acabado atropellando.
El problema, amigos míos, es que personalmente yo no quería conocer ese destino de Indy, por muy final feliz de tres al cuarto que pretendan endilgarnos. Karen Allen tampoco merecía aparecer de relleno como burdo postre a un incompetente menú, cuando ella, Marion Ravenwood, tenía más redaños que el propio Indy y no merecía terminar como un personaje amargado por el trauma cuando incluso ya la quisieron hacer pasar por el altar, en dos decisiones que vienen a demostrar que, incluso más que bien hechas, las primeras películas estaban, sobre todo, bien escritas. Cuando hablaba anteriormente del más que bien hecho CGI del rejuvenecido Harrison Ford, lo hacía también con tristeza. Porque esto tampoco pretende ser el pataleo de un abuelo Simpson que ya no entiende la onda, pero revisitando los making of de la primera trilogía para el artículo sobre la saga, me quedaba maravillado estas semanas con esas arañas del comienzo del Arca Perdida, que eran absolutamente reales (que se lo pregunten al pobre Alfred Molina). De aquella bola que perseguía a Indy, que era también completamente real (y pesadísima); de las serpientes, del avión nazi, del puente colgante del Templo Maldito (¡del propio templo maldito!), del elefante que se cargó el vestido de Kate Capshaw, de las cucarachas, de las ratas de la Última Cruzada… y así podríamos seguir. Y no es que el CGI sea el principal problema de este Dial del Destino, sino la falsa creencia de que la alquimia de 2023 puede convertir el hierro en oro, o lo que es lo mismo, traer de vuelta la magia de los artesanos que un día fundaron Lucasfilm o Amblin.
No sé por qué me venía a la memoria cierta escena de Encuentros en la Tercera Fase en la sala donde me tocó ver esta Indiana Jones y el Dial del Destino. Quizás por ver a un padre ir con su hijo, supongo de unos diez años, a ver la película en una tarde de verano. Recordé entonces a Roy Neary peleando (con esas escenas de incomodidad familiar tan marca de la casa de Spielberg) porque sus hijos fueran a ver Pinocho al cine ante el poco interés de los pequeños, que preferían con mucho ir al parque de atracciones antes de dejarse llevar por las nostalgias de su aburrido padre. Quizás Mangold… qué digo Mangold, que él sólo es un mandado… quizás Disney y su nuevo consejo de administración ha decidido que este 2023 era un buen año como cualquier otro para que muchos pasáramos por taquilla y pudiéramos despedirnos de Indiana Jones, como si necesitáramos siquiera una despedida. A esos profanadores de tumbas, expoliadores de tesoros y traficantes de reliquias, les digo que yo ya me despedí de Indy en aquel cabalgar hacia la puesta de sol como buenos amigos, y que ni a mí me interesa saber cómo le va en su falsa tercera edad sacado a la fuerza de su mitología como a él no le importarían las cada vez más numerosas canas de mi barba. Los que pensaron que el Indiana Jones cinematográfico era un artefacto poderoso a desenterrar y que su magia iba a funcionar como el primer día, se han dado de bruces con la realidad de que es un valioso tesoro, sí, pero que, como repetía Indy, lo honesto es reconocer de una vez que debería estar en un museo.
Dirección - 8
Guion - 4.5
Reparto - 7
Banda Sonora - 9
Apartado Visual - 8.5
7.4
A pesar de la nota media y el buen hacer de casi todos sus apartados, Indiana Jones y el Dial del Destino fracasa a la hora de contarnos una última gran aventura del personaje interpretado por Harrison Ford, con una historia que hace aguas y que tiene demasiadas deudas con tiempos mejores, en un innecesario regreso y una innecesaria despedida.
Sobre el tema de la ciencia ficción, la verdad es que estuve pensando lo mismo. Creo que en esta ocasión la inclusión de este género me gustó más que en El Reino de la Calavera porque ver un Heinkel 111 sobrevolando el asedio de Siracusa mola mucho más que un platillo volante despegando desde el subsuelo.
Y luego pensé que en realidad, toda la saga tiene elementos que, aunque no sean estrictamente clichés de ciencia ficción, aportan ese toque de inverosimilitud al servicio de la épica. Es una balanza difícil de equilibrar y por ello las reacciones siempre serán dispares, pero creo que si no corriesen ese riesgo entonces diríamos que es un guion sin ambición.
Lo de la deriva continental me gustó, porque realmente cuadraría y porque los golpes de ingenio son la marca registrada de los Jones. Como ya dije, fui al cine con la intención de quedarme con lo que me gusta, disfrutar y desechar el resto (¿cómo llega a quedarse dormido un piloto de caza en el interior de su cabina y no se despierta cuando otra persona, un niño, arranca motores y despega?).
Esta saga debería estar en un museo.
Vaya por delante que soy un tío muy viejo. Casi cincuenta tacos y con muchas experiencias curiosas en la vida, entre las que cuento haber ido varias veces al cine a ver «En busca del arca perdida».
La película no es la mejor (ni la peor) de Indiana Jones. De hecho, siendo una peli muy de Indiana Jones, es algo menos Indy que otras. Tiene lo de siempre: la apertura inicial de acción desatada (esta vez con la marca de los nuevos tiempos), el villano con carisma pero que queda en segundo plano por la arrolladora presencia del héroe, el McGuffin que en realidad no es más que una excusa para que tengamos argumento, las persecuciones sostenidas y descacharrantes, el «team Indy» con la Kate Capshaw y el Ke Huy Qan de turno, el final forzado desde sí mismo al que Indy se ve abocado, la renuncia involuntaria a una gloria mayor por una meta más humana… y sobre todo ese actor que no se ve, esa música de un John Williams que se despide proporcionándonos un toque de nostalgia con todos esos tics clásicos de la saga en sus momentos puntuales; esa banda sonora maravillosa, tan deudora de su hermana de Star Wars y que ahora mismo es en la cabeza de mucha gente el sonido de la aventura.
La película no es redonda, ni está cerca de serlo. Y creo que lo es deliberadamente, sabiendo que la gente que acuda a verla, sobre todo la que como yo ha abrazado cada una de las películas de la saga desde la sala oscura, lo hace aceptando el sense of wonder, abrazando la suspensión de incredulidad y dejándose llevar por un par de horas que no se hacen largas – a pesar de ese tercer acto más que mejorable- y dispuesto a contemplar algo más crepuscular de lo de costumbre. Ese autorreferencial «me duele aquí» del final, envuelto en las notas de Williams es la aceptación de una generación de que el tiempo pasa, que la vida te deja más cicatrices que las aventuras, y que al final quizá no debemos aspirar a cosas trascendentales o cerrar las conversaciones con frases grandilocuentes. A veces, algo tan sencillo como reconciliarte con tu otra mitad (y en parte contigo mismo) es lo más gratificante a lo que puedes aspirar. Y el autor de «Logan» nos lo muestra en tres pinceladas que apenas interrumpen el ritmo de una peli que en el fondo es una peli de aventuras.
Entre los mil guiños a las originales (muchos bien traídos, alguno forzado) eché de menos a Tapón. Pero igual que Willie, son producto de la hija bastarda de la saga, ese placer culpable que tenemos muchos.
Salí bastante satisfecho del cine, la peli acabó entre algunos tímidos aplausos, y no creo que fueran por la peli en sí. Creo que eran aplausos de autoconciencia, sabiendo lo que ha supuesto esta saga para mucha gente y sabiendo que, esta vez sí, la saga ha terminado. Era el aplauso de una generación. Como dicen por arriba, yo también llegué dispuesto a dejarme llevar por lo bueno e ignorar un poquito lo malo. Y al fin y al cabo, creo que no fue necesario ignorar tanto…
Muchas gracias, Doctor Jones. Echaremos de menos tu toque cínico, esa media sonrisa como no comprendiendo las cosas pero diciéndote a ti mismo «ahí vamos otra vez»; y recordándonos en cada revisión de tus aventuras que, como dice el clásico «los héroes siempre lo son a su pesar».
Buena critica, para mi lo mejor es el prologo y la parte de Tánger. Harrison Ford defiende muy bien a su personaje más amado, que en esta ocasión se nos muestra derrotado, viejo, cansado y en definitiva, fuera de su tiempo. Mientras él sigue poniendo la vista en el pasado y la antigüedad, la sociedad de 1969 miraba al espacio y al futuro. Ese punto me gusta bastante. Han sabido suplir muy bien las carencias físicas de Ford, que a pesar de estar de maravilla, no hay que olvidar que rodó esta película con 79 años, utilizando persecuciones con vehículos.
El villano a mi si me ha gustado y Phoebe Waller-Bridge en muchos momentos se roba el protagonismo, siendo una compañera de aventuras perfecta para Indy.
Respecto al guion, creo que esta búsqueda esta más cercana a la trilogía (sin llegar a ese nivel) que lo mostrado en la calavera de cristal. En cuanto a la dirección, Mangold hace un gran trabajo, pero me ha faltado la magia y chispa que le daba Spielberg. Una pena que no haya dirigido él las 5.
No estoy de acuerdo en que no era necesario continuar después de la última cruzada, aunque el plano final es mítico. El problema es que se hizo muy tarde y los guiones no han acompañado. Si el reino de la calavera de cristal, que a mi gusto no es una mala película pero si irregular, hubiese tenido un guion a la altura de la última cruzada o hubiesen adaptado de forma correcta Fate of Atlantis (u otra de las muchas historias que dieron vueltas), no habríamos visto el retorno de Indiana Jones innecesario.
En definitiva, una despedida muy digna y una película recomendable para todo fan de la saga.
Respecto al tercer acto
no me disgusta el viaje en el tiempo, el asedio de Siracusa esta muy bien y me gusta que Indy estuviera destinado a ser parte de la historia, como le recuerda Arquímedes. Sin embargo yo no lo habría resuelto así. hubiese preferido que el Dial a pesar de poder crear grietas en el tiempo no estuviese preparado para hacer viajes y que Indiana se de cuenta de esto, mientras que los nazis en su arrogancia y soberbia realizasen el viaje con fatales consecuencias, como ya pasara con el arca o el grial. Aunque esto último se cumple al equivocarse de época, la muerte de Voller ha sido un poco decepcionante.