Dirección: Gilles Paquet-Brenner
Guión: Julian Felowes (a partir de la novela de Agatha Christie)
Música: Hugo de Chaire
Fotografía: Sebastian Winterø
Reparto: Max Irons, Glenn Close, Stefanie Martini, Terence Stamp, Christina Hendricks, Gillian Anderson, Amanda Abbington, Julian Sands, John Heffernan, Roger Ashton-Griffiths, Christian McKay, Honor Kneafsey, Preston Nyman, Jenny Galloway, David Cann
Duración: ciento quince minutos
Productora: Brilliant Films / Fred Films
País: Reino Unido
El cuadragésimo aniversario del fallecimiento de la escritora británica Agatha Christie trajo de nuevo a primera línea su obra, la cual, hay que indicarlo, ha permanecido incólume en lo que a su popularidad se refiere. Sus aportaciones al género detectivesco -con personajes como el belga Hércules Poirot o la apacible señorita Jane Marple- se cuentan dentro del catálogo de los mejores investigadores policiacos de ficción, por lo que no es cosa extraña que, cada cierto tiempo, contemos con adaptaciones cinematográficas o televisivas de sus clásicos. Trabajos como Diez negritos, La ratonera o Asesinato en el Orient Express son bien conocidos y han dado, a su vez, para obras derivadas igualmente memorables. Quizá por ello, no resulta en modo alguno extraño que, de la mano de Kenneth Brannagh, haya arrancado una nueva franquicia cinematográfica protagonizada por Poirot y cuya primera entrega ha comentado por estos pagos Juan Luis Daza. A pesar de que, en mi opinión, esta nueva versión del asesinato en el lujoso tren esté por debajo de la de Sidney Lumet y don Kenneth no convence tanto como Peter Ustinov o David Suchet, es innegable el éxito económico, que garantiza que maese Brannagh se ponga el bigotón y se encargue de desentrañar una muerte en el río Nilo. Los misterios policiacos de Christie son un valor seguro, así que no ha sido cosa extraña que, a la sombra de la gran producción del cineasta de Belfast, se haya estrenado otra adaptación de otra novela de doña Agatha:
La novela, publicada en 1949, cuenta la historia de Arístides Leonides, un millonario griego afincado en el Reino Unido (y evidente trasunto de Aristóteles Onassis, hasta un punto que, en ciertos pasajes, resulta profético). En el país británico, el magnate construye la mansión que da nombre al título y bajo cuyo techo viven varias generaciones de la familia Leonides. Su nieta mayor, Sophia, trabaja para la oficina cairota del Foreing Office durante los días de la II Guerra Mundial. Allí, conoce a Charles Hayward, hijo de un destacado miembro de Scotland Yard. Ambos se enamoran y comprometen, difiriendo su enlace matrimonial para el tiempo en el que el conflicto bélico esté terminado y ambos se encuentren de vuelta en Inglaterra. Una vez retornado, Hayward lee la esquela del abuelo de su prometida y acaba embarcándose junto a su progenitor en la investigación de la muerte, donde todo apunta hacia el asesinato. El matrimonio no podrá celebrarse en tanto en cuanto no se desvele la identidad de la persona responsable, por lo que las pesquisas adquirirán una matiz personal. La visita a Three Gables -la mansión de la familia Leonides- permitirá a los investigadores -y a la audiencia lectora- conocer hasta qué punto el difunto controlaba las vidas de sus dos hijos, sus nueras y sus tres nietos. A pesar de su muerte, su presencia sigue estando presente como una gran losa, dejando patente que, al final, todos sus parientes tenían algún motivo para cometer parricidio.
La película introduce algunos matices que añaden cierta profundidad a la trama original. Así, Sophia y Charles se conocen en El Cairo, pero este último recibe la misión de vigilar a la joven, para ver qué se podría sacar en cuanto a información sobre los asuntos de su abuelo (el cual parece operar a ambos lados de la legalidad). El descubrimiento de la labor de espionaje deriva en ruptura y en el abandono de su puesto de funcionario diplomático por parte de Hayward. Cuando se produce el asesinato, Charles opera como investigador privado y recibe, en la mejor tradición del cine negro, la visita de su antigua prometida, con el fin de que se haga cargo de la investigación. En esta versión, el padre del detective está muerto, así que será un antiguo colega del mismo el que le tutele y le vigile a distancia, como colaborador de la policía británica. Fuera de estos detalles, la película se desarrolla como una adaptación aceptable del clásico, manteniendo la historia original.
En el apartado de reparto, hay que indicar que en el mismo se encuentran unos cuantos nombres conocidos, si bien es menester indicar que el elenco secundario funciona mucho mejor y destaca más que la pareja protagonista. En honor a la verdad, habría que indicar que el original y la versión constituyen obras corales pero, si nos centramos en la pareja que hace de hilo conductor, debo decir que, en mi opinión, resultan un tanto sosos. Ni Max Irons (como el detective Charles Hayward) ni Stefani Martini (como Sophia de Havilland) resultan especialmente memorables pero, por el contrario y afortunadamente, no cabe decir lo mismo del resto. En particular, destacaría los trabajos de Glenn Close, Gillian Anderson y Honor Kneafsey. La primera interpreta a Lady Edith de Havilland, hermana de la primera esposa del patriarca Leonides y dama que ha dedicado su vida al cuidado y educación de los hijos y nietos de aquél. La segunda se pone en la piel de Magda Leonides, madre de Sophia y antigua actriz, que ansía desesperadamente volver al mundo de la actuación. La tercera se encarga de dar vida a Josephine Leonides, la inteligente nieta menor del difunto, que ejercerá como aguda Sherlock Holmes junto a un confundido Hayward como Watson. Junto a ellas, podemos encontrar otros intérpretes populares como Terence Stamp (como el Inspector Jefe Taverner, responsable policial de la investigación) o Julian Sands (como Philip Leonides, el hijo menos preferido del millonario).
Otro aspecto a destacar del filme es el hábil juego que se hace de la imagen, a través de los encuadres y de la ambientación. En el primer apartado, se ha buscado transmitir a la audiencia la idea de que el carácter «torcido» de la mansión Leonides es literal. En el segundo, destaca el protagonismo silencio del inmenso retrato del asesinado, que preside una de las estancias principales de un palacete lujoso, decadente y oscuro.
En resumidas cuentas, tenemos una película entretenida que, sin haber recibido tantos focos como Asesinato en el Orient Express, adapta la que para la novelista fue su mejor trabajo. Personalmente, me he llevado una gratísima sorpresa al ver en acción, una vez más, a Glenn Close y, sobre todo, a una irreconocible Gillian Anderson que, una vez más, demuestra que es más que el personaje de Dana Scully.