«Un Reich de mil años necesita soldados de mil años»
Cuando el año pasado la plataforma de streaming Netflix estrenó sin previo aviso, y en plena efervescencia de la final de la Superbowl, The Cloverfield Paradox, la tercera entrega de la saga ideada por J.J. Abrams, comenzaron a sucederse rumores sobre la que sería la cuarta. Mientras en enero se sostenía que Overlord iba a ser una relato sobrenatural localizado en la Segunda Guerra Mundial pasando a formar parte de esta antología cinematográfica cuatro meses después se desmentía esta teoría, confirmando la independencia del largometraje con respecto a ella. Una vez establecida la naturaleza del producto toca hablar de su reciente estreno en pantallas españolas e internacionales. Con dirección del australiano Julius Avery (Son of a Gun) guión de Mark L. Smith (El Renacido) y Billy Ray (Capitán Philips) a partir de un argumento original de este último o un reparto formado por caras no muy conocidas como las de Wyatt Russell (Todos Queremos Algo), John Magaro (Máquina de Guerra), Bokeem Woodbine (Spider-Man: Homecoming), Iain De Castecker (Agentes de SHIELD) o Pilou Asbæk (Ghost in the Shell: El Alma de la Máquina) entre otros Overlord llega a nuestra cartelera convertida en una de las muestras de género(s) más estimulantes de la temporada.
Lo primero que llama la atención de un proyecto como Overlord, siendo conscientes de quién es la persona que lo impulsa como producción, es la vertiente brutal a la que se adscribe sin reserva alguna. Podemos confirmar el largometraje de Julius Avery como la pieza más salvaje salida de la factoría Bad Robot comandada por J.J. Abrams. Su trama es sencilla y sigue los pasos de un grupo de paracaidistas del ejército estadounidense llegando a un pueblo francés ocupado por los alemanes en la víspera del Día D durante la Segunda Guerra Mundial. Una vez allí descubrirán los experimentos que los nazis están llevando a cabo en una fortaleza cercana con la misión de crear supersoldados de fuerza sobrehumana para formar parte del Tercer Reich. Esta amalgama argumental, un cruce bastante explícito entre la vertiente bélica de Salvar al Soldado Ryan (Steven Spielberg, 1998) y el «body horror» de Re-Animator (Stuart Gordon, 1985) sirve para que los guionistas Billy Ray y Mark L. Smith aunen fuerzas con el director y así moldear un producto potente y de ritmo endiablado capaz de mantener el interés de distinto tipo de espectadores a lo largo y ancho de sus disfrutables 109 minutos de metraje.
Desde ya podemos considerar el arranque de Overlord como uno de los más potentes vistos en lo que llevamos de este 2018 casi extinto. La secuencia en el avión es un puñetazo en la mesa por parte del director de Son of a Gun, demostrando prematuramente sus adecuadas aptitudes para amoldar su labor detrás de las cámaras a un presupuesto notablemente más holgado que los hasta ese momento manejados por él. Hablamos de un pasaje bélico ejecutado con una pericia impropia por parte de un realizador con tan poco bagaje a sus espaldas en el que despliega un uso tremebundo del apartado técnico enfatizando las imágenes impactantes y el uso milimétrico de unos efectos de sonido intachables. A partir de ahí Julius Avery confirma a Overlod como una cinta en la que no va a privarnos de secuencias repletas de una violencia explícita que irá en aumento y por suerte siempre al servicio de la historia narrada. Durante la primera mitad del metraje asistiremos a un relato bélico deudor del estilismo de producciones como la ya citada obra de Steven Spielberg o su gemela catódica, Hermanos de Sangre (Band of Brothers), llegando a construir pasajes de una tensión cortante y acerada como el acontecido en el ático.
Pero una vez los nazis entran en escena, encabezados por el excelente personaje al que da vida un retorcido Pilou Asbæk, Overlord abraza el terror y la truculencia para no soltarla hasta su clímax final. Aunque su trailer al ritmo de Hells Bells de AC/DC pudiera dar a entender otra cosa no nos encontramos con un producto puramente pulp. Es cierto que se alimenta de distintas variantes del subgénero «naziexplotation», pero nada de la ironía, el humor negro o la mala baba de, por poner un ejemplo, sagas como Zombies Nazis (Dead Snow) encontramos en el film de Julius Avery, que, exceptuando un par de momentos propensos a la sorna, se toma completamente en serio a sí mismo, aunque siempre apelando a su naturaleza liviana sin caer en el ridículo solemne en el que se adentraba, por poner un ejemplo, la Sucker Punch de Zack Snyder. De manera que después de las consabidas dosis de secuencias bélicas rodadas con aplomo y eficiencia intachable pasado el ecuador del metraje es el bestialismo primario el encargado de inundar la pantalla con cuerpos anatómicamente deshumanizados, huesos rotos voluntariamente de la manera más explícita posible, descomposición física bordeante en el gore y una visita nocturna a un laboratorio con un par de planos de efectiva morbidez y sadismo.
Si hay un apartado en el que Overlord no destaca demasiado ese es sin lugar a dudas el artístico. Al igual que sucediera con la primera entrega de Cloverfield J.J. Abrams y sus colaboradores han decido rodearse de un reparto de caras jóvenes y no muy conocidas capaces de cumplir con oficio la misión de resultar creíbles en pantalla, sin sobresalir en ningún aspecto, pero cobrando notablemente menos que cualquier estrella de Hollywood cuyo caché hubiera disparado el presupuesto de manera notable y si tenemos en cuenta los resultados de taquilla obtenidos hasta ahora por la película, a los que volveremos para cerrar la entrada, el desastre se hubiera antojado mayúsculo. Comandados por un entregado y estulto Wyatt Russell, hijo de Goldie Hawn y Kurt Russell, y haciendo la mejor labor del cast el ya mencionado Pilou Asbæk como el Capitán Wafner, nos encontramos con una serie de secundarios cumplidores dando vida a roles alejados de una tridimensionalidad que los acerque a un verdadero realismo, pero lo suficientemente perfilados como para resultarnos cercanos y empáticos hasta el punto de llegar a preocuparnos por su integridad física y psicológica. De esta manera el reparto de Overlord no desentona con el conjunto de la obra, pero como ya hemos mencionado previamente son otros apartados los que la convierten en una pieza notable desde un punto de vista cinematográfico y siempre dentro de una perspectiva de género(s).
Overlord ha supuesto una grata sorpresa, una inteligente mezcolanza genérica ejecutada con profesionalidad y suficientes alicientes para haber dado forma a una futura franquicia con la que explotar esa vertiente «bélica de terror» con larga tradición en Series B de todo pelaje y espíritu de cómic escrito por Garth Ennis. Por desgracia la apuesta por parte de Paramount Pictures y la Bad Robot de J.J. Abrams se ha saldado con una exigua taquilla que, hasta el momento, convierte su carrera comercial en un notorio fracaso. Con una recaudación hasta el momento bastante alejada de los 38 millones de dólares que costó, aunque todavía debe pasar por algunos país más, podemos dar casi por perdida una nueva entrega de esta muy estimulante propuesta a manos de Julius Avery, Billy Ray y Mark L. Smith de la que ya hemos destacado las suficientes virtudes para considerarla una opción muy viable a la hora de pasar casi dos horas de diversión tan ligera e intrascendente como poderosa e inesperadamente eficaz en una sala de cine. Mientras productos mucho más inanes, y de cinematografía dudosa, como la película de Venom arrasan en las carteleras de todo el mundo una cinta como Overlord no encuentra su hueco entre el público y cercena una posible saga que, seguramente, nos hubiera deparado más de un momento memorable.
Dirección - 8.5
Guión - 7.5
Reparto - 7
Apartado visual - 8.5
Banda sonora - 7.5
7.8
Excelente propuesta la última de J.J. Abrams y su productora Bad Robot. Overlod es una mezcla entre cine bélico y terror físico que funciona de manera brillante en la mayoría de sus apartados, sobre todo en el técnico con el que nos regala algunos pasajes memorables, como el que da arranque al film.
Me llevé una pequeña decepción, sobre todo porque tarda en arrancar todo el elemento fantástico de la película y después no logró engancharme cuando la acción se precipita hacia el final.