La producción propia de Netflix va viento en popa y a toda vela, tanto en series de televisión como en largometrajes. En este último apartado podemos encontrar piezas como Mudbound, Máquina de Guerra, Okja, Bright, El Juego de Gerald o Amor Carnal (The Bad Batch) entre otras, casi todas ellas películas de proporciones considerables que poco tienen que envidar en cuanto a diseño de producción o presupuesto a los blockbusters hollywoodienses estrenados en pantalla grande. Pero la plataforma streaming también se dedica a diseñar obras cinematográficas de perfil más bajo, una especie de «fondo de catálogo» con el que se dedican a estrenar cintas más humildes que no buscan más que el entretenimiento de sus suscriptores. Piezas tan variopintas como Wheelman, iBoy o The Babysitter responden a esta demanda por parte de la plataforma streaming y Puertas Abiertas (The Open House) no es una excepción a esa regla. Dirigida y escrita por los debutantes Matt Angel y Suzanne Coote y protagonizada por Dylan Minette (Por Trece Razones), Piercey Dalton (The Orchard), Sharif Atkins (Ladrón de Guante Blanco) y Patricia Bethune (Caza Bajo el Sol), adscrita a géneros como el thriller o el terror y recibida con negatividad por crítica y público, nos toca ahora a nosotros dar opinión sobre la que se considera le peor obra cinematográfica salida de Netflix.
El caso de The Open House es tan curioso como desconcertante si tenemos en cuenta el equilibrio entre calidad formal e ineficacia argumental del que hace gala. La trama de la película se reduce a una madre y un hijo que tras la muerte del cabeza de familia en un accidente automovilístico deciden pasar un tiempo de retiro en la lujosa y aislada casa de un familiar, que recibe regularmente la visita de futuros compradores, para descubrir al poco tiempo que en el inmueble algo o alguien los está acosando desde las sombras. Este manido punto de partida que recuerda enormemente a una muy recuperable producción española llamada El Habitante Incierto, es de una sencillez alarmante y no deja de adscribirse, con más o menos ortodoxia, al subgénero «home invasion» sin deparar más sorpresas que las situaciones canónicas propias de este tipo de films. El problema más grande al que se enfrenta la obra de Matt Angel y Suzanne Coote es que mientras en un apartado técnico todo funciona adecuadamante, y en el artístico hay una intencionalidad cumplidora, es en la escritura donde el conjunto se viene abajo por no saber sus autores construir una historia con la que el espectador se vea adecuadamente indentificado o al menos interesado.
Lo mejor de Puertas Abiertas es sin lugar a dudas la puesta en escena de sus dos directores, inesperadamente profesional viniendo de dos cineastas con escasa, casi nula, experiencia en el medio audiovisual detrás de las cámaras. Matt Angel y Suzanne Coote, apoyados en la notable fotografía de Filip Vandewal, se muestran como unos versátiles narradores que saben medir adecuadamente los tiempos, aprovechar al máximo la exquisita localización en la que van a desarrollar su historia (mención especial para la preciosa casa, independientemente de si su interior es un estudio o no, excelente trabajo de dirección artística en ese caso) y utlizar sabiamente el apartado técnico para crear atmósfera, inyectar a la propuesta un adecuado in crescendo de tensión que mantiene inquieto en casi todo momento al espectador y sin mostrar prácticamente nada en pantalla, jugando con la sugestión y el fuera de plano. Aquí encuentra el largometraje su mayor y único aliado, en el saber estar de sus autores a la hora de construir viusal y narrativamente una propuesta que podría haber sido de más que notable si no cometiera el fallo de envolver un relato considerablemente aburrido con el que no nos implicamos en ningún momento.
A pesar de que Matt Angel y Suzanne Coote tratan de dar por medio de la escritura un poso dramático a sus personajes con todo lo relacionado con la muerte del padre para que al llegar a la casa vacacional muestren facetas realistas en cuanto a su psicología sin tener que interactuar continuamente entre ellos, aunque esas son las escenas en las que mejor se entienden los actores Dylan Minette y Piercy Dalton gracias al feedback, no conseguimos conectar con ellos por mostrarse de cara a la platea como estereotipos más o menos maniqueos mil veces vistos en ocasiones previas. Si aunamos esa escasa empatía con los personajes con la exigua idea de estar siendo atacados por una persona a la que no reconocemos en ningún momento el hastío se hace notable justo cuando los directores hacen explotar la contención que habían construido sabiamente hasta ese momento. Por mucho que algunas secuencias de violencia, como la de los dedos o el asedio final hacia el personaje de Logan, estén ejecutadas con versatilidad el desapego, la indiferencia y la redundancia se apoderan de un espectador que nota en todo momento que los artífices del film están a alargado una trama que no deja de ser un fino y endeble hilo al que no saben como rematar en una recta final totalmente anticlimática.
Como ya hemos citado el reparto, que básicamente se sustenta en los personajes de la madre y el hijo que protagonizan la película, cumple su cometido sin mayores alardes interpretativos. Tanto Dylan Minnete como Piercy Dalton tratan de explotar el material dramático que sus guionistas les han proporcionado (tómense la secuencia en el restaurante con el juego de «ganar la lotería» o la de la fotografía en el dormitorio a modo de ejemplos) pero la unidimensionalidad de la propuesta no les permite ir más allá a la hora de perfilar sus roles con una profundidad que nunca llega a tomar foma. Cuando la recta final se encamina ambos intérpretes se aferran a un tipo de composicón más física si tenemos en cuenta que la llegada del «asaltante» da inicio a las secuencias más dinámicas del largometraje en las que la explicitud y la acción se apoderan de la pantalla, pero de manera caótica y distante, transmitiendo esa impasibilidad que el que visiona hace suya y le impide introducirse en una historia que en casi todo momento le es tan distante como ajena. La labor de la pareja de protagonistas no es tan destacable como para que los sintamos como seres reales de los que compadecernos y en ese sentido la trama central que vertebra el relato nos ha perdido como espectadores.
Finalmente Puertas Abiertas sólo se salva por el trabajo de dirección, ya que ni sus actores ofrecen interpretaciones memorables, aunque como ya hemos afirmado se esfuerzan en su cometido en todo momento, ni su escritura la saca de una contrastada mediocridad como producto fílmico. El argumento de la ópera prima de Matt Angel y Suzanne Coote no se alejaría demasiado del de una tv movie de sobremesa si no fuera por el adecuado apartado técnico que lo engalana mínimamente, de hecho podemos afirmar que como producto de consumo no puede aspirar a mucho más que ser una película para visionar en horario vespertino, aunque viendo su escaso potencial y humildad formal tampoco creemos que aspirara nunca a ser algo de mayor entidad. Ni tan terrible como la han querido vender, ni destacable en manera alguna, The Open House es material de relleno por parte de Netflix para cubrir su cupo de producción propia mensual con el que atraer a suscriptores que alentados por el género al que se adhiere la propuesta o la creciente fama del joven Dylan Minette decidan dedicar 94 minutos a una obra de ficción cuya simple existencia causa tanta indiferencia como el futuro de sus dos protagonistas en aquel paraje helado en el que un asesino sin rostro decidió, con todo el derecho del mundo, que no quería compartir piso con unos desconocidos.
Dirección - 6
Guión - 4
Reparto - 5
Apartado visual - 6
Banda sonora - 5
5.2
Ni siquiera el competente trabajo de sus dos directores puede salvar a Puertas Abiertas de la mediocridad, por culpa de un guión poco trabajado que no permite desplegar las todas posibilidades de la obra.