Este viernes llegaba a nuestras carteleras la última cinta del cineasta Edgar Wright,
Cuando uno se enfrenta a esta Última noche en el Soho, lo hace confiado en que un cineasta como Edgar Wright siempre juega contra nuestras expectativas; y es que el director de las fantásticas Shaun of the Dead, Hot Fuzz o The World’s End podría haberse pasado el resto de su carrera viviendo de las glorias de su trilogía del Cornetto y ofreciéndonos nuevas copias de su estilo dinámico y alocado junto a unos Simon Pegg y Nick Frost reviviendo una y otra vez los disparos al aire de Keanu Reeves en Le Llaman Bodhi; por suerte, y perdón por las confianzas, el chico nos ha salido cineasta, y gracias a ello podemos disfrutar de una joya como es esta Last Night in Soho, una obra aparentemente liviana pero que encierra en su interior mucho más de lo que aparenta: desde un homenaje a toda una época de esplendor artístico a una historia clásica de thriller sobrenatural que sirve como galería de espejos (guiño, guiño) para todas las filias de un Wright en estado de gracia como director en el que es su mejor trabajo en muchos años.
Si hay algo que también ha marcado la filmografía de Edgar Wright es su capacidad para aunar cinefilia con melomanía al más puro estilo de Quentin Tarantino o James Gunn; cada banda sonora que Wright utiliza en sus películas es tan característica de su cine como cada plano, fotografía o decisión de montaje, y es algo que no es una excepción en esta Última noche en el Soho desde sus mismos títulos de crédito iniciales, toda una oda a la juventud de ídolos, ensoñaciones y tocadiscos al más puro estilo Moonrise Kingdom que choca con la hostilidad de la ciudad devoradora de la inocencia. Aquí es donde Wright se muestra más juguetón, llevándonos de Suspiria a Cisne Negro pasando por Hitchcock en un viaje onírico a través del espejo en el que hay que dejarse llevar, y no dejarse epatar por la cantidad de influencias que Wright vuelca en cada esquina de la película; y nos dejaremos llevar acompañados de una de las mejores bazas de la película: su espectacular diseño de producción, con una recreación de las noches londinenses de los años sesenta que nos dejará con la boca abierta en el primer paseo de Ellie por unas calles engalanadas para la fiesta con el gigantesco cartel de Operación Trueno (gracias a Tarantino y Jordan Peele, a los que Wright enseñó la película -y ojo, porque Tarantino le dio la idea del título de Last Night in Soho) presidiendo una de las mejores secuencias de la cinta, que se beneficia de tener como director de fotografía a un descomunal Chung Chung-hoon que ha saltado de dar vida a gran parte de la extraordinaria filmografía de Park Chan-wook a cintas como ésta o la próxima serie de Obi Wan. La paleta de colores que Chung-hoon despliega encuentra una compañera de baile ideal en la cámara de Edgar Wright para felicidad de nuestros sentidos, que vivirán cada noche soñada por Ellie como el mejor de los viajes lisérgicos.
Última noche en el Soho se toma su tiempo para presentarnos a su personaje principal, una Thomasin McKenzie que ya demostró su talento en JoJo Rabbit o la reciente Old y que aquí transmite a la perfección la fragilidad mental de su personaje; pero la que roba cada escena en la que aparece es, oh sorpresa, una soberbia Anya Taylor-Joy que se confirma como la gran estrella que ya se ha ganado a pulso ser desde que la viéramos en La Bruja de Robert Eggers y que no para de crecer exponencialmente, tras verla este año ser la protagonista absoluta de un fenómeno como Gambito de Dama o ser la próxima Furiosa en la precuela de Mad Max: Furia en la Carretera. El reflejo de Sandie, como la propia Taylor-Joy, es tan poderoso que se hace con la realidad de Ellie y con el protagonismo de la película al ritmo de Petula Clark (con una versión de Downtown de caerse de espaldas). Pero es que además Wright se guarda en la recámara secundarios tan potentes como un perverso Matt Smith, un directamente pérfido General Zod Terence Stamp o una fenomenal Diana Rigg en el que sería su último papel (y qué papel) tras fallecer el pasado septiembre de 2020.
Con todos esos ingredientes, Edgar Wright forma una película que va más allá de sus propios referentes, que son muchos y muy diversos. La obra de un cinéfago apasionado por la música como Wright, que guarda desenfrenadamente los vinilos con los que quiere acompañar las imágenes como Ellie los apila en su maleta y que resultan ser más imprescindibles que los calcetines en su equipaje, hacen de Última noche en el Soho una película tremendamente personal y emotiva dentro de lo convencional que su trama termina resultando. Y es que podemos saltar del vodevil al terror, del musical al giallo y del coming of age al thriller de sobremesa de manera tan fluida que nos parecerá estar jugando al mismo juego de espejos de las protagonistas con un Edgar Wright que no da puntada sin hilo: más allá de quedarse en un autocomplaciente juego de referencias y homenajes, Wright nos trae una obra con una entidad propia; no es uno de esos casos en los que el director planta referencias para darse importancia y ser comidilla de críticos con ganas de sacar a relucir su cartilla de visionados, sino que Last night in Soho destila un genuino amor por el cine y la música en sus interminables influencias, más una asignatura optativa para subir nota que una troncal que te impida disfrutar del espectáculo. Al final de esta Última noche en el Soho hemos visto transmutarse a una Thomasin McKenzie en Anya Taylor-Joy cual Michelle Pfeiffer en el fantasma del pasado de su marido en Lo que la verdad esconde, y, como en aquel divertimento de Robert Zemeckis, con la sororidad como bandera para desfacer un entuerto misógino e impartir justicia incluso en el Más Allá, uno no puede evitar pensar que ha asistido a un mero juego de luces, un truco muy bien ejecutado. Pero todo tiene su doble cara, y como cuando buceamos en su banda sonora y escuchamos el Land of 1000 Dances de The Walker Brothers y nos recuerda a innumerables versiones posteriores como el I’ve got my mind set on you de James Ray, o qué decir de la Eloise de Barry Ryan (espeluznantemente interpretada por Stamp) que por nuestro país siempre sonará a Tino Casal, el cine de Edgar Wright es como esa melodía silbada que no nos podemos quitar de la cabeza y que no sabemos muy bien de dónde viene, pero estamos seguros de que no es la primera vez que la hemos escuchado. Un divertimento al fin y al cabo, pero qué queréis que os diga… menudo divertimento, y me viene a la mente una inmejorable doble sesión que podría formar con otra pieza de orfebrería alocada y divertidísima de este año como es Malignant. Como el personaje de Ellie, atrapada por las luces y la vida de otro tiempo, con Última noche en el Soho dan ganas de repetir otra noche más sólo por el placer de volver allí. Mientras resonaba esa Last Night in Soho de Dave Dee, Dozy, Beaky, Mick & Tich me asaltó la sensación de que, como en todas esas películas condenadas a ser de culto que vagan cual fantasmas por nuestras estanterías, no será la última vez que atraviese su espejo.
Dirección - 8.5
Guion - 7.5
Apartado Visual - 9
Reparto - 8.5
Banda Sonora - 9
8.5
Última noche en el Soho es una de las mejores películas de Edgar Wright, una auténtica delicia visual y musical que, a pesar de sus altibajos, nos llevará de la mano en una historia de fantasmas a través del tiempo con una apuesta única y diferente a cualquier otra novedad de la cartelera.
Se ve muy bien. Y esta chica Anya…creo que tiene el rostro más especial del siglo XXI
Un mix de géneros estupendo, la película me convenció de cabo a rabo.
+ 1 a doble sesión Soho + Malignant.
Interesante y truculento cuento de hadas que enamora en su construcción pero decae bastante en sus giros finales. Estupendas ambas. Magnífica la secuencia del baile
Bastante de acuerdo con la crítica, para que negarlo. Estupenda banda sonora, estupenda puesta en escena y estupenda y magnética Anya Taylor-Joy. La película sería redonda si no fuese los excesos de su final y un cierre harto convencional.
Llevo siguiendo a Edgar Wright desde Spaced y creo que esta película es la menos «suya» hasta la fecha… Me ha gustado, pero me ha parecido más un homenaje nada disimulado a Dario Argento que Wright en sí mismo. Es cierto que en todas las películas hace guiños a sus influencias, pero creo que en esta es demasiado.