#ZNCine – Crítica de Venom: El último baile, de Kelly Marcel

Hoy hablamos de Venom: El último baile, última entrega de la trilogía que une al simbionte alienígena más famoso de Marvel Comics con la versión de Eddie Brock interpretada por Tom Hardy.

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Dirección: Kelly Marcel
Guion: Kelly Marcel Historia: Kelly Marcel, Tom Hardy
Música: Dan Deacon
Fotografía: Fabian Wagner
Reparto: Tom Hardy, Juno Temple, Chiwetel Ejiofor, Rhys Ifans, Stephen Graham, Clark Backo, Cristo Fernández, Alanna Ubach, Hala Finley, Peggy Lu, Ivo Nandi, Otis Winston, Dash McCloud
Duración: 109 minutos.
Productora: Marvel Entertainment, Arad Productions, Columbia Pictures, Hutch Parker Entertainment, Matt Tolmach Productions, Pascal Pictures. Distribuidora: Sony Pictures Releasing
Nacionalidad: Estados Unidos.

 

Fue en el año 1994 cuando me sumergí por primera vez y a conciencia en el universo arácnido en viñetas de Spider-Man diseñado en sus orígenes por Stan Lee y Steve Ditko para Marvel Comics. Pero no lo hice con las colecciones de la época dedicadas a nuestro amistoso vecino, sino con las series limitadas centradas en Veneno, el villano creado por David Michelinie y Todd McFarlane en 1988 cuya fama a principios de los 90 obligó a los editores de la Casa de las Ideas a convertirlo en un antihéroe, conocido como el «protector letal». Precisamente así se titulaba la miniserie primigenia, pero fue Pira funeraria la primera que caería en mis manos y la que me enamoraría del alter ego alienígena del periodista Eddie Brock, posiblemente porque en aquellos tres números el co protagonista era uno de mis iconos favoritos de la editorial, Frank Castle. Por aquel entonces no solo coleccioné la mayoría de estos arcos argumentales como La locura, Enemigo interior, El macero, Guerra de simbiontes, Noches de venganza o Matanza desatado; también me hice con cualquier cómic en el que apareciera el personaje, aunque fuera de manera secundaria. El asombroso Spider-Man, Matanza máxima, Darkhawk, Vigilante nocturno o Spider-Man: Proyecto Arachnis, entre otras, siguen formando parte de mi colección en esa sección de placeres culpables noventeros que contaron con el simbionte mas famoso de Marvel Comics en sus páginas. Aun siendo consciente de cuán hijo de su tiempo es Venom, no puedo evitar que ocupe un lugar especial en mi corazón, porque su personalidad efectista e hipertrófica fue la que despertó en mí el amor por los cómics superheroicos que más tarde se extendió a otro tipo de publicaciones, entre las que encontré las grandes obras maestras del medio, sintiéndome así en deuda con Eddie Brock y sus viscosas aventuras en viñetas, por mucho que su esencia encapsule casi todo lo que estaba mal en los años 90 dentro del cómic adscrito a las grandes editoriales.

Ese afecto hacia el personaje y lo que supuso para mí durante mi adolescencia fueron los que me incitaron a recibir con no poco recelo la primera aventura cinematográfica de Venom, estrenada e 2018, algo que me había pasado también en 2007 con la versión interpretada por Topher Grace en Spider-Man 3, y eso que la suya era una versión más cercana a la de los cómics. Porque el problema no era que se tratara de un producto mediocre, que lo fue, sino que abordara la historia de Venom/Eddie Brock como una comedia, una buddy movie en la que el rol de Tom Hardy y el simbionte ejercían como unos compañeros de piso que estaban continuamente a la gresca, acompañados de un muy cuestionable humor. Contra todo pronóstico la película funcionó en taquilla, pese a que la crítica la machacó a base de bien, dejando la puerta abierta a una secuela que llegó dos años después. Fue entonces cuando se confirmó relación de amor que existe entre los espectadores y el antihéroe de prominente dentadura, afilada lengua y saliva verde, porque en pleno 2021, con la pandemia todavía haciendo estragos en los cines, Venom: Habrá matanza recaudó más de 500 millones de dólares, habiendo costado poco más de 100.

Aquella secuela, con el divertido y alocado Matanza/Cletus Kasady de Woody Harrelson como antagonista, ya no me pilló por sorpresa y siendo consciente del tono impreso en la franquicia y que este tipo de secuelas tienen como principal misión ser más grandes y ruidosas, su sesión continua de disparates, en ocasiones muy fieles a las aventuras en papel del personaje previamente apuntadas, la disfruté considerablemente más, sabiendo que era igual de inane y superflua que su predecesora. Llegado el 2024 ya tenemos en cartelera la tercera y última entrega con el actor de Mad Max: Furia en la carretera como protagonista y con la habitual guionista de su correrías audiovisuales, Kelly Marcel, haciéndose con las riendas de la dirección y compartiendo la escritura con el actor principal que, sabiendo que esta saga es un vehículo para el lucimiento de sus excesos interpretativos, lleva acreditado como productor desde el primer film.

Con Venom: El último baile lo sorprendente hubiese sido un cambio drástico en el rumbo de un personaje cuya presencia en pantalla se ha certificado como una mezcla ligera entre acción, ciencia ficción y comedia adentrándose en la escatología que a Sony Pictures Entertainment no le interesa cambiar porque, hasta el momento, le ha funcionado de manera excelente con el mínimo esfuerzo, el mismo que han puesto en práctica en esta nueva entrega. Con una mezcolanza entre la ya citada Guerra de simbiontes y la más moderna El rey negro, serie dedicada al personaje de Knull, Venom: The Last Dance bascula entre un tono oscuro que da pie a algunos de los mejores pasajes del film y ese humor marca de la casa que hace que el tan criticado de las producciones de Marvel Studios parezca facturado por los Monty Python. Porque Kelly Marcel sabe lo que hace y si el público pide intrascendencia y artificio, ella no tiene problema en entregarlos en cantidades industriales.

Porque Venom: El último baile mantiene la línea de sus predecesoras, pero en esta ocasión planteando una trama a mayor escala con la intención de que esta supuesta última aventura entre el Eddie Brock de Tom Hardy y el simbionte alienígena sea una divertida y desenfrenada barraca de feria que permita a la platea pasar algo más de 100 minutos de diversión en la que la lógica conceptual, narrativa o audiovisual casi brilla por su ausencia. La cuestión es que a estas alturas sabemos de qué palo va la franquicia, por lo que las secuencias de acción desmesuradas, los incontables simbiontes alienígenas, las monstruosidades enviadas por Knull (Xenófagos) y el CGI por un tubo conforman una pieza atolondrada y desprejuiciada que si se tomara más en serio a sí misma podría revelarse como una historia de notable interés, si hubieran decidido ahondar en la figura de Knull y su relación con los simbiontes disidentes que la traicionaron. Sirva como ejemplo lo bien planteadas que están las conversaciones con el rol de Stehpen Graham una vez está bajo el influjo de su parásito extraterrestre.

El guion escrito por la directora a partir de un argumento ideado por Tom Hardy y ella misma desaprovecha el potencial de la presencia de Knull para embarcar al personaje y el resto de roles secundarios en una odisea en el Área 51 con una serie de situaciones cómicas que unas veces funcionan y otras no, y cuando lo hacen el tono es igual de simplista que en las dos anteriores entregas. La escritura es inconsistente, arbitraria y contradictoria, pero más todavía es su conexión con el UCM que se estableció previamente en Venom: Habrá matanza y Spider-Man: No Way Home, porque lo planteado en aquellos dos films a modo de escenas post créditos ha sido regrabado para la ocasión contradiciendo los hechos allí expuestos a saber por qué, pero conociendo el desaguisado que Sony tiene con todos los villanos del hombre araña como Morbius, Madame Web o el próximo Kraven the Hunter, no debería sorprendernos demasiado.

Al igual que sucedía con las dos entregas previas Venom: The Last Dance es el one man show de un Tom Hardy pasadísimo de rosca entregado al humor infantil y el slapstick que no siempre funciona, pero cuando lo hace despierta alguna que otra sonrisa. Michele Williams, que interpretó a Anne Weying en las dos primeras entregas, no vuelve en esta ocasión y su papel es sustituido por la Doctora Teddy Payne de una irreconocible y poco creíble Juno Temple, a la que un servidor no reconoció hasta que leyó su nombre en los créditos finales. Chiwetel Ejiofor como Stirickland entrega su habitual oficio, Rhys Ifans encabeza una familia de hippies apasionados de las conspiraciones extraterrestres con cuya comicidad no conecto, Stephen Graham brilla en sus pasajes como el Detective Mulligan bajo el influjo de un un simbionte, Clark Backo cumple como la compañera de Payne y es una pena lo poco que vemos a Knull en pantalla, porque le da vida Andy Serkis, que, curiosamente, dirigió Venom: Habrá Matanza y su presencia es imponente.

Venom: El último baile no engaña a nadie y encuentra en su sinceridad a pecho descubierto la mayor de sus no muy destacadas virtudes. En la línea de sus predecesoras tenemos acción en sesión continua, un CGI tan digno como abusivo, un reparto entregado al exceso, humor de patio de colegio, referencias a los cómics sin orden ni concierto y, contra todo pronóstico, un clímax final bastante emotivo. Pedir algo más a lo que no deja de ser «un cuento narrado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que nada significa» es una temeridad; más si cabe conociendo los precedentes de la franquicia. Las dos escenas post créditos, sobre todo la primera, dejan la puerta abierta a que lo planteado aquí por Kelly Marcel pueda ser recuperado en el futuro, la cuestión es si esto acontecerá en las producciones de Sony o se verá extendido al UCM con la excusa del multiverso. Solo el tiempo nos dará una respuesta, lo que no sabemos es cuándo.

  Dirección: Kelly Marcel Guion: Kelly Marcel Historia: Kelly Marcel, Tom Hardy Música: Dan Deacon Fotografía: Fabian Wagner Reparto: Tom Hardy, Juno Temple, Chiwetel Ejiofor, Rhys Ifans, Stephen Graham, Clark Backo, Cristo Fernández, Alanna Ubach, Hala Finley, Peggy Lu, Ivo Nandi, Otis Winston, Dash McCloud Duración: 109 minutos. Productora: Marvel…
Dirección - 6.5
Guión - 4.5
Reparto - 6
Apartado visual - 6.5
Banda sonora - 6

5.9

Venom: El último baile no desentona con sus predecesoras. Los que disfrutaron con la acción alocada, la ciencia ficción de derribo, la violencia light, el humor simplista y los aspavientos de un Tom Hardy pasado de vueltas de las anteriores entregas tienen aquí una cita ineludible. El resto debe huir en dirección contraria a la máxima velocidad posible.

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