Aaron Sorkin es por derecho propio el gran retratista del sistema capitalista contemporáneo en el que vivimos los privilegiados habitantes de occidente. Un capitalista patriarcal enfrentado a voces que difieren, que se rebelan. Y como bien sistema integra ese otro modo de entender, y lo convierte en otra de sus armas, fortaleciéndose, haciendo irrompible, a la vez que rompe vidas.
Molly’s Game propone una respuesta feminista a todas las películas de ascenso y caída que se han estado produciendo últimamente como un modo de entender esta crisis financiera voraz que no parece tocar hondo en las que nos han sumido. Porque Molly está harta de tragar el patriarcado. Y va a plantarle cara en sus términos, aunque con su juego de fantasía de poder.
Molly no es ninguna heroína ni pretende serlo. Tan solo pretende subsistir de un modo coherente a su punto de vista y a sus habilidades. Sabe, en primer lugar que está en un trabajo para la que está sobradamente cualificada, posteriormente, sabe que se está metiendo en un terreno en el que los varones se embrutecen en una competición absurda para impresionar a las eróticas mujeres, entre las cuales se encuentra Molly. Darwinismo social.
Tenemos a una protagonista que, valorándola moralmente, es parte del problema de un sistema elitista, egoísta y asfixiante. Y ahí entra la voice over, que nos permite comprender mejor sus motivaciones en todo momento, haciendo que el personaje quede humanizado. Que se gane la simpatía del espectador ya depende de cada uno.
Sorkin, con esta obra pretende redimirse de las críticas del pasado. No traiciona sus puntos fuertes. Al contrario, Sorkin sigue siendo él mismo, le escueza a quien le escueza.
Los diálogos del guionitsa siguen siendo como asistir a un partido de tennis al doble de velocidad. Ahí residen los grandes méritos de la pieza. En sus hirientes e inteligentes personajes que parece que en cada escena se reten intelectual y moralmente. Cada vez que consumo una de sus obras, siempre termino con la misma sensación: ojalá todos hablásemos como si nos hubiese escrito este guionista.
Por si fuera poco, se nota la habilidad y el oficio de este veterano. Logra que los diálogos fluyan, tengan ritmo, aunque sean densos, nunca son impostados, no sacrifica cierta suciedad. Es un virtuoso a la hora de medir los tempos, de lograr que los personajes tengan voces propias, que se definan por lo defienden (que va en sintonía a las acciones que llevan a cabo). Pero, por encima de todo, es lo suficientemente valiente como para no tomar por estúpido al espectador haciendo que sus personajes nunca verbalicen lo que realmente sienten, sus cambios o lo que quiere decir.
A ello contribuyen unos muy carismáticos y creíbles Jessica Chastain e Idris Elba. Ambos han demostrado que da igual lo mediocre que sean los distintos aspectos de cualquier película, que ellos siempre van a dar la talla interpretativamente para intentar salvar los muebles. Ambos son siempre apuesta segura, y brillan con luz propia en esta obra, mostrándose al mundo como dos seres que brillan con luz propia. Nunca antes habían participado juntos y lo cierto es que destilan carisma juntos en todas las escenas en las que participan. Se podría decir que sus interpretaciones hacen la película, y no sería una afirmación errónea. Y, aunque sea con un papel tremendamente secundario, cabe destacar la presencia de Kevin Costner en un papel muy secundario, pero imprescindible al cual dota de una veracidad sorprendente viniendo de este actor. El papel que interpreta es el de un padre exigente hasta el extremo, que se incluye en la shakespereana temática (y vigente) de los conflictos paternos.
Es una película claustrofóbica, con un claro predominio de interiores, que fortalece la idea a través del montaje. Aunque en bastantes ocasiones, aspira más a lo que logra realmente, es justo afirmar que esa sensación de agobio y paranoia extática está plasmada sutil, aunque eficazmente. Eso no quiere decir que sea sobra o inaccesible, al contrario, resulta exultante movernos por los ambientes en los que se mueve nuestra protagonista.
En el Sorkin director vemos que toma elementos de todos los directores que han adaptado algún libreto suyo. Si no estuviésemos hablando de directores con una marcadísima lista de características formales que hacen de ellos grandes entre los grandes, tal vez el realizador se haya fijado mucho en cómo han transformado el texto en imágenes. Y precisamente por eso resulta impersonal y fría, porque este autor no es ninguno de los directores que imita.
Paradójicamente la mayor pega es, también todo lo que fortalece este filme: el ego de Sorkin. Si bien eso le ha permitido firmar un libreto ejemplar, lo cierto es que esa hambre de gloria ha provocado que, finalmente, nos haya quedado un producto visualmente desaprovechado. Su falta de punch como director, nos hace desear que determinadas escenas las hubiese dirigido alguien que haya pegado algún tiro más. Peca de ser una obra realizada de forma mecánica por alguien que quiere seguir los apuntes de carrera a rajatabla con una clara aversión a probar nuevas formas, con todo lo que ello conlleva.
Molly’s Game es una thriller competente, aunque con falta de riesgo. Una propuesta que en manos de otro, probablemente, hubiese sido fortalecida. Aún así resulta una estimable el discurso que maneja. Tiene aspectos novedosos a este aluvión de películas enmarcadas dentro de un mismo esqueleto narrativo, pero termina resultando demasiado genérica.
Dirección - 6.5
Guión - 8.5
Reparto - 7.5
Apartado visual - 7
Banda sonora - 7
7.3
Molly's Game es una respuesta feminista al patriarcado financiero más atroz. Una película atrevida en su fondo, conservadora en su forma.