#ZNCine – Crítica de Verano 1993, de Carla Simón

 

Dirección: Carla Simón
Guion: Carla Simón
Música: Ernest Pipó
Fotografía: Santiago Racaj
Reparto: David Verdaguer, Bruna Cusí, Laia Artigas, Paula Robles, Paula Blanco, Etna Campillo, Jordi Figueras, Dolores Fortis, Titón Frauca, Cristina Matas, Berta Pipó, Quimet Pla, Fermí Reixach, Isabel Rocatti, Montse Sanz, Tere Solà, Josep Torrent
Duración: 96 min
Productora: Inicia Films / Avalon P.C
Nacionalidad: España

 

Ayer hubo una proyección especial en Barcelona, en concreto, en los cines Balmes Multicines, de Verano 1993 en las que la directora de la película, Carla Simón y la montadora, Ana Pfaff estuvieron presentes en un coloquio posterior al pase de la cinta y respondieron a las preguntas de los espectadores. Por su puesto, Zona Negativa no quiso perdérselo y estuvo allí presente. Verano 1993 es la ópera prima de la directora catalana Carla Simón, que aquí hace también las funciones de guionista. La cinta ha arrasado por los festivales a los que se ha presentado, ganando premios en Estambul, Buenos Aires, Berlín y alzándose también con la Biznaga de Oro a la Mejor Película Española en el Festival de Cine Español de mi querida Málaga.

La película narra la historia de Frida, una niña de seis años que al quedar huérfana por la muerte de su madre es adoptada por sus tíos, abandonando de esta manera la ciudad y yéndose a vivir con ellos al campo. Estos sucesos están marcados en el tiempo con precisión por el título del filme. Precisión, un elemento recurrente del que Simón hace un buen uso durante el transcurso de la historia. La cinta de carácter autobiográfico, la historia de Frida es la historia de Carla Simón, muestra de forma muy transparente qué es lo que quiere contarnos y cómo nos lo quiere contar.

El verano de 1993 es el momento justo del cambio. De un cambio abrupto para Frida en el que todo es caos e incomprensión en el arranque de la película. Pasamos de la ruidosa ciudad al sosiego y la tranquilidad del campo. La narración se centra en eso, en ese proceso de transformación, de evolución hasta la normalización de la nueva realidad a la que se enfrenta esta niña. Para esto, Simón acierta en varias cosas. Dos de las más importantes son, por un lado, la ausencia del subrayado. Accedemos a la información a la par que la protagonista y ésta viene dada de forma natural, en pequeñas dosis sin caer en obviedades de brocha gorda. Sobre todo, a destacar como apuntaba antes, de ese caos del inicio somos testigos en primera persona, ya que no sabemos exactamente qué pasa, al igual que Frida. Por otro lado, y que tiene que ver directamente con lo anterior, es el punto de vista empleado para la narración. El 100% de la película tiene como punto de vista el de Frida. Vemos, sentimos, aprendemos a través de ella y con ella. Para esto, Simón pone la cámara muy cerca de la niña, como si fuera un apéndice de ésta. En este sentido, nos recuerda al cine de Víctor Erice, posiblemente el mejor ejemplo patrio de lo que es la mirada de una niña en pantalla grande.

Con respecto a las interpretaciones, hay que destacar una buena laboral actoral en general, pero, en especial, sobresalen las dos niñas de la cinta. Tanto Laia Artigas, en el papel de Frida, como Paula Blanco, en la piel de Anna, demuestran un desparpajo y naturalidad frente a las cámaras digno de elogio. Interesante también es la relación que surge entre las dos.

En resumen, estamos ante una pequeña gran película que destaca por ser emotiva pero no sensiblera; sincera y sencilla pese a la complejidad que entraña afrontar este momento crucial en la vida de una niña, sobre todo por parte de la creadora; y positiva, con una gran actitud ante la vida evitando regodearse en el drama.