Su retiro jamás fue un adiós. A sus 82 años, Hayao Miyazaki ha estrenado su película más personal, a la par que abstracta, hasta la fecha. Tras 10 años desde su último estreno con El viento se levanta, El Chico y la Garza es un viaje que exprime la madurez del genio, una exploración al inconsciente del autor, un tributo a su obra y una pregunta a su nieto, cuya respuesta jamás oirá. Una despedida preciosa y un testamento de la trayectoria más importante de la animación japonesa.
Entre cenizas, fuego y brasas, la secuencia de inicio captura los ataques aéreos sobre Tokio y la desgarradora imagen de Mahito tras conocer la muerte de su madre. Después de mudarse lejos de Tokio, el niño se encuentra en una nueva vida con su padre, quien se ha vuelto a casar con la hermana de su difunta esposa y están esperando un nuevo hijo. En la finca familiar, el muchacho se obsesiona, por curiosidad o rabia, con la garza que habita en la torre abandonada. Mahito se convencerá de que su madre sigue viva y se adentrará en un mundo fantasioso, donde descubrirá maravillas inefables.
La narración trascurre arrítmica, con explosiones de estímulos y calma improvista al puro estilo Miyazaki. El Chico y la Garza es un recorrido por toda la filmografía del genio: el castigo del fuego y el trasiego bélico propios de El Castillo ambulante (Howl no Ugoku Shiro), Porco Rosso o La tumba de las luciérnagas; el fuerte sentimiento nostálgico que respira la obra, como en Mi vecino Totoro (Tonari no Totoro); y la desbordante fantasía de los escenarios imposibles, junto a las entrañables criaturas que los habitan, tan cercanos a El viaje de Chihiro (Sen to Chihiro no Kamikakushi). La historia de Mahito es el perfecto culmen de una trayectoria llena de talento y, sobre todo, esfuerzo.
El Chico y la Garza, cuyo título original en japonés es Kimitachi wa Dō Ikiru ka (en castellano, ¿Cómo vives?), evoca a la obra de Genzaburo Yoshino publicada póstumamente en 1937. En ella, Yoshino narra el crecimiento espiritual de un chico de 15 años que debe enfrentarse al mundo real. En cambio, en la nueva obra de Miyazaki, ese muchacho se adentra en lo irreal.
En esta vorágine de narración, su sentido no se entiende tras ver los últimos cinco minutos, que se hacen pesados, sinceros y dolorosos: un adiós.
El viaje de Mahito
A lo largo de la trayectoria de Hayao Miyazaki hay elementos recurrentes que arremeten contra el espectador. Su simbología representa los propios recuerdos y traumas del autor. El Chico y la Garza no es excepción. Se trata de una historia muy personal, pese a ser una adaptación de la novela de Yoshino. Mahito es Miyazaki. Y Miyazaki lo es todo, como un ente parasitario que impregna de bonito y doloroso esta historia.
La guerra marcó sus primeros años de vida. Hayao Miyazaki nació en Bunkyō, Tokio, el 5 de enero de 1941. En diciembre de ese mismo año, Japón entraría a la Segunda Guerra Mundial tras el bombardeo a la base estadounidense de Pearl Harbor. Su padre era el director de una empresa que fabricaba timones para aviones de combate. Durante la guerra, su familia fue evacuada de Tokio a Utsunomiya y posteriormente a Kanuma, en la Prefectura de Tochigi, donde se encontraba la fábrica de Miyazaki Airplane, como en El Chico y la Garza. “Recuerdo cuando evacuaron a mi familia. La ciudad estaba completamente en llamas. No había medios para transportar y ayudar a todos”, relató Miyazaki en el festival de cine de Nagaoya en 1998. También describió ese cielo nocturno teñido de fuego y cenizas mientras él y su familia huían a distancia segura.
Tras esa destrucción nace la segunda obsesión del genio: la naturaleza. Aquella que, como en La Princesa Mononoke, es asaltada y perturbada por las fuerzas del hombre. Un abuso al medio natural camuflado por progreso, como en El Castillo Ambulante, con sus bestias de metal, el humo y la normalidad. En ocasiones, hay historias optimistas que esconden mensajes positivos, como Ponyo en el acantilado o Kiki: entregas a domicilio, y hablan de la necesidad de cohabitar con la naturaleza.
Mientras estudiaba en Omiya, la madre de Hayao Miyazaki, Yoshiko, fue diagnosticada con tuberculosis espinal y estuvo postrada en cama desde 1947 hasta 1955. Inicialmente, pasó varios años en el hospital, pero más tarde pudo recibir atención en su hogar. La figura de madre convaleciente o ausente es recurrente en su obra. En Mi vecino Totoro con esas hijas cuidadas por su tía o en Kiki: entregas a domicilio con la prematura independencia de la protagonista. También en El viaje de Chihiro con los padres convertidos en cerdos, en La tumba de las luciérnagas con la muerte de su madre tras un bombardeo, y el resto de películas de Miyazaki hasta llegar a El Chico y la Garza. Sin embargo, otra figura importante es la anciana. En todas se cumple la presencia de una voz experimentada que guía o ayuda al protagonista en su historia. Si bien es cierto que su madre estuvo casi diez años gravemente enferma, su vejez la vivió en casa con su hijo. En 1980 su madre murió, tenía 71 años. En esa misma época, Miyazaki empezó a ganar protagonismo con sus primeras obras propias.
Mahito: acuarelas a domicilio
En cada una de sus películas, Miyazaki ha empleado métodos de animación tradicionales, dibujando cada cuadro a mano. Cada escena debe ser una obra de arte. Se trata de un perfeccionismo insano que le obliga a dibujar un film y tardar años en estrenarlo. Prueba de ello son los 36 primeros minutos que tardó 3 años en completar. Sin embargo, Miyazaki no está solo. Bajo ese arte tradicional se esconde un equipo de 66 talentosos artistas de Studio Ghibli. Esta es la película más personal de Miyazaki. Sin embargo, también lo es del estudio.
De esta metáfora visual y auditiva se desenmaraña el misterio de una buena vida. Así se lee en la obra de Yoshino de quien Miyazaki ha confesado que siente un extraño vínculo. La técnica es esencial para trasladar ese significado. Acuarela, trazo y ordenador, esa combinación perfecta. “La proporción correcta entre trabajar con la mano y la tecnología para poder llamar a mis películas 2D”, señala el genio.
El grifo creativo no se agota a lo largo de la obra. Esta película logra desdibujar e ilustrar imágenes hermosas. La animación tradicional, el pincel y la tinta son las únicas capaces de captar colores y texturas tan potentes. Sin embargo, no lo es todo. La composición musical de Joe Hisaishi cohesiona y da valor al terror, la rabia y la jovialidad. La animación nos advierte que este mundo rebosante de vida, con sus adorables ‘warawara’ o su indomable imperio periquito, también puede marchitarse como el nuestro. Aprender a lidiar con lo bello y lo terrible forma parte de nuestra existencia. Su mensaje para su nieto es que se deje instruir por una vida que será cruel con él. Y la lección de Miyazaki al mundo es vivirlo.
El olvido ambulante
Mahito, ¿podrías continuar con mi labor?
“No hay nada más patético que decirle al mundo que te retiras debido a tu edad, y regresar después”, así se criticaba a sí mismo Hayao Miyazaki al estrenar la película. Y, sin embargo, nadie ha visto su regreso como una mala noticia, sino todo lo contrario.
Al final del film, en esos 5 minutos que dicen tanto, la garza le pregunta al chico si recuerda algo. Él le responde que sí, todo. Y la garza le contesta que dejará de acordarse en dos años. Me gustaría pensar que es una simple coincidencia, pero con Miyazaki tal tontería no existe. Quizá es su manera de anunciar su estado de salud.
«Necesita crear para poder vivir», confiesa Goro Miyazaki, su hijo. Y lo hará para no olvidar su oficio, sus mundos y su trabajo. Se nota que la historia protagonizada por Mahito podría ser la última del genio, por salud. Sin embargo, no dejará de trabajar. Miyazaki ha confesado que no se retirará y seguirá yendo a trabajar para aportar ideas y ayudar en los nuevos proyectos del estudio. Miyazaki no renunciará a Studio Ghibli. Salvó a la compañía de la quiebra y, ahora, ella le salvará a él del aburrimiento.
Dirección - 10
Guión - 8.8
Reparto - 8.5
Apartado visual - 10
Banda sonora - 10
9.5
Obra maestra
La evolución de Hayao Miyazaki y su trayectoria en la animación japonesa son pilares de esta película. El Chico y la Garza es la película más abstracta de su carrera, pero también la más personal. Y sí, he llorado. Después de esos cinco últimos minutos, ¿cómo no iba a llorar? Esta animación es una digna despedida y un precioso legado a su nieto. ¡Aprendamos a vivir, que no es poco!
Una putualización: «La tumba de las luciernagas» es un film maravilloso, pero no es de Miyazaki (como da a entender el artículo), sino de Isao Takahata
Una película difícil, técnicamente soberbia, pero de digestión difícil.
Tengo que volver a verla para valorarla bien.
Y juraría que la película está ambientada en los años 30, durante la guerra ruso-japonesa y por tanto la escena del incendio no tiene que ver con ningún bombardeo, pero ojo que a lo mejor me estoy equivocando, ya no recuerdo dónde lo leí.
Al igual que no recuerdo dónde leí que los extras de esa secuencia fueron animados mediante IA, maldita cabeza.