«Los edificios arden, la gente muere, pero el amor verdadero es para siempre»
Introducción: En un lugar solitario
En el presente 2024 se cumplen 30 años del estreno de El cuervo, la célebre adaptación cinematográfica del cómic homónimo de James O’Barr dirigida por Alex Proyas y protagonizada por un Bradon Lee que se convirtió en leyenda debido a su prematura y accidental muerte durante el rodaje de la película. Esa treintena también ha servido para estrenar en cines una nueva versión de aquel trabajo independiente que supuso una pequeña revolución en el mundo de las viñetas. De manera que, en Zona Negativa, aprovechamos esa efeméride para publicar este especial sobre toda la franquicia de The Crow, ya sea en celuloide, la antiguas 625 líneas o papel; en el que acompañaremos a Eric Draven, y sus herederos e imitadores, en una cruzada contra los asesinos de su novia, Shelley Webster, en las calles de Detroit durante la Noche del Diablo.
Libro 1: Tragedia, el cómic y sus secuelas
Poco imaginaría James O’Barr (Detroit, 1960) durante aquel año 1981 en el que diseñó las primeras páginas de su ópera prima dentro del mundo del cómic, The Crow, que tiempo más tarde esta se convertiría en la pieza independiente adscrita a dicho medio más vendida de la historia. Criado entre orfanatos y casas de acogida, James O’Barr llegó a alistarse en el cuerpo de Marines, para más tarde abandonar su puesto y dedicarse al noveno arte. Encontrándose destinado en Berlín en 1981 comenzó a dar forma a la obra que cambiaría su vida a un nivel personal y muchos preceptos dentro del arte secuencial ajeno a las grandes editoriales desde una perspectiva profesional. The Crow, trabajo cuya gestación y publicación se extendería ocho años en el tiempo, recabando en dos editoriales diferentes para completar su periplo, con el fin de convertirse en un clásico capaz de trascender el medio en el que se enmarcó, principalmente gracias al poderoso influjo de Hollywood, algo en lo que haremos especial hincapié un poco más tarde. En este artículo nos centraremos en el mayor éxito del autor norteamericano, intentando desentrañar qué hace tan atractiva, en celuloide y papel, la venganza de ultratumba de Eric Draven.
Siete años después de dibujar las 40 primeras páginas de The Crow y habiendo sido rechazadas estas por todas las editoriales a las que las ofreció, finalmente James O’Barr consiguió despertar el interés de la independiente y primeriza Caliber Press. Cuatro números se llegaron a publicar en 1989, antes de que la editorial entrara en quiebra, obteniendo un recibimiento más que notable. Al haber quedado inacabada O’Barr decidió buscar nuevos interesados para poder terminar su colección. Fue Kevin Eastman, co creador de las célebres Tortugas Ninja (Teenage Mutant Ninja Turtles) junto a su compañero Peter Laird, y su editorial Tundra Publishing, la casa que acogió la recta final de The Crow en 1992 convirtiéndose en todo un éxito. Sólo un año después los derechos pasaron a manos de Kitchen Sink Press, donde la obra en su totalidad fue publicada a modo de novela gráfica. Lo que por aquel entonces pocos sabían es que sería en el año 1994 cuando The Crow se convertiría en una leyenda gracias a otro medio de masas como el cinematográfico, pero de eso hablaremos más tarde.
Centrándonos ya en la obra y siendo esta abordada en su totalidad no podemos eludir el sempiterno debate acerca de si el célebre cómic de James O’Barr está sobrevalorado y si tiene una inmerecida fama descomunalmente engrandecida por una adaptación cinematográfica de culto que ayudó a sobredimensionar tanto sus virtudes como su recuerdo. Si algo se antoja ineludible en The Crow es su naturaleza primeriza, su personalidad inexperta alejada de la mayoría de señas de identidad adheridas al cómic superheróico, aunque podemos encontrar no pocos retazos que lo emparentan con él. Esta bisoñez por parte de James O’Barr a la hora de afrontar el reto que supuso escribir y dibujar una historia inspirada en la trágica muerte de su novia durante un accidente de tráfico a manos de un conductor bajo los efectos del alcohol se convierte en su mayor hallazgo y su más notable carencia al mismo tiempo, por culpa, principalmente, de un apartado gráfico que no está a la altura de un potente retrato como el planteado por su principal responsable.
El guión de The Crow está lejos de ser un dechado de calidad o solidez narrativa. Quedan en evidencia carencias como su desarrollo atropellado, pobre perfil de personajes secundarios y abruptas elipsis temporales y espaciales. Pero hay algo latente en su impronta, una característica que sólo puede proporcionar la inconsciencia intrínseca a la juventud, una sinceridad sin filtros ni ataduras, la más pura y doliente verdad contada desde las entrañas de un alma torturada por la culpa y la pérdida sin miedo a caer en el ridículo o lo lacrimógeno. A O’Barr se le notan sus referentes, desde el inevitable Edgar Allan Poe que proporciona la figura del cuervo como conexión animal entre el mundo de los vivos y el de los muertos, hasta exponentes de la poesía gótica como Arthur Rimbaud o Charles Baudelaire, a los que se cita explícitamente en algunos capítulos. Su narrativa amalgama un romanticismo descarnado y sin reservas concomitante en la cursilería con una sordidez sucia y suburbana deudora del vigilantisimo cinematográfico de los 70 y 80 identificable con personajes como el Harry Callahan de Clint Eastwood o el Paul Kersey de Charles Bronson.
Esta mezcolanza conceptual y tonal convierte The Crow en una thriller de acción con trasfondo de romance gótico expuesto de cara al lector como una pieza de notable originalidad, pero sin conseguir explotar al 100% sus numerosas posibilidades narrativas, viéndose estas desaprovechadas por un apartado gráfico que deja entrever todas las carencias de un ilustrador novato como era su autor. No vamos a andarnos con medias tintas a la hora de afirmar que el trabajo en el apartado gráfico de James O’Barr en The Crow es mediocre, en ocasiones bordeando la deficiencia. Trazo grueso, secuencialidad arbitraria, pocos conocimientos sobre anatomía, personajes cuyo aspecto cambia de manera espontánea de una viñeta a otra. Podemos confirmar la labor con los lápices de la serie como un ejemplo prototípico de la estética del cómic underground o el mundo del fanzine, pero una elección inadecuada para un relato que busca cierta trascendencia como el que nos ocupa.
Pero al igual que sucedía con el potencial contenido en el guion, anida en el dibujo de James O’Barr una fiereza que podía haber sido canalizada adecuadamente si The Crow hubiera visto la luz con su autor más curtido dentro del medio, ya que si bien nunca ha llegado a ser un ilustrador muy destacable, con el paso de los años ha depurado de manera notoria su estilo. Entre las carencias previamente mencionadas late un salvajismo primario y cortante, poseedor de una pátina siniestra a la par que melancólica que habiendo caído en manos más expertas podría haber eclosionado totalmente para reforzar el conjunto de la obra. Tampoco ayudó que en posteriores ediciones del cómic el mismo O’Barr añadiera páginas nuevas, hasta treinta en la edición Ultimate, que en su momento no pudo incluir descompensando gravemente la homogeneidad de The Crow por puro capricho y sin ser consciente de cuánto perjudicaba a las planchas originales que diseñó en los años 80.
En conclusión la primera serie de The Crow, la original y genuina, es una pieza que merece gran parte de la fama que tiene, no por sus virtudes y hallazgos narrativos, que de algunos presume y son dignos de reseñar, sino por lo que supuso para el medio en general y el cómic independiente en particular. Son su iconicidad y haber aparecido en el momento y lugar adecuados lo que le proporcionó ese estatus, el mismo que crecería exponencialmente con el largometraje de Alex Proyas en 1994. De esta manera podemos afirmar que sí, el primer trabajo de James O’Barr está en cierta manera sobrevalorado, llegando a palidecer si lo comparamos con otras muestras del noveno arte alejadas de las grandes editoriales. Pero su estela sobrevoló el medio al que se adscribió a lo largo de los años, como veremos a continuación, llegando hasta la actualidad.
Como es evidente, después del éxito de The Crow, impulsado hasta la estratosfera por la película de Alex Proyas en la que pararemos en la segunda parte de este especial, y aunque James O’Barr tenía la intención de que este fuera una historia cerrada, las innumerables miniseries que dieron continuación al microcosmos planteado en la primera obra se vio extendido hasta lo indecente a lo largo de los años. La editorial aprovechó los derechos del cómic publicando miniseries como The Crow: Dead Time, The Crow: Flesh and Blood, la adaptación de la secuela cinematográfica The Crow: City of Angels, The Crow: Wild Justice, The Crow: Walking Nightmares o el one shot The Crow: A Cycle of Shattered Lives . Todas ellas contaron en sus equipos creativos con nombres importantes de la industria como los guionistas John Wagner o Cristopher Golden o los ilustradores Alexander Maleev, Charlie Adlard, Phil Hester y el mismo James O’Barr, haciendo este acto de presencia, casi testimonial, en varias.
A partir de 1997 los derechos de The Crow pasaron un tiempo saltando de una editorial a otra haciendo paradas esporádicas en London Night Studios con The Crow/Razor: Kill the Pain, Image Comics con Todd McFarlane Presents: The Crow o la francesa Goutte D’Or Productio con The French Crow. Finalmente la creación de James O’Barr se asentó en IDW, empresa que durante años recopiló todo el material previo y nuevas historias en los seis volúmenes que componían la colección The Crow: Midnight Legends para más tarde seguir desarrollando producción propia con The Crow: Death and Rebirth, The Crow Skinning the Wolves, The Crow: Curare, The Crow: Pestilence o The Crow: Memento Mori publicada en 2018 . Todas estas continuaciones de la obra original de James O’Barr, desde las nacidas en el seno de Caliber Press hasta las gestadas bajo el amparo de IDW, no dejaban de ser, mejores o peores, variantes de la The Crow seminal cambiando a los protagonistas para abarcar diferentes etnias, minorías e identidades sexuales, pero siempre con la sombra de Eric Draven sobrevolando el conjunto de las mismas.
Libro 2: Elegía, las películas y la serie de televisión
Aunque en 1993 The Crow ya era un triunfo editorial, todavía se encontraba a años luz de convertirse en la pieza canónica dentro del cómic independiente que finalmente llegaría a ser. Durante aquel año comenzó a gestarse el proyecto que cambiaría todo con respecto a la serie de James O’Barr cuando el productor Edward R. Pressman (empresario detrás de algunas de las mejores obras de pesos pesados como Oliver Stone, Abel Ferrara, Brian de Palma o John Milius) se hizo con los derechos de The Crow y junto a Dimension Films, de los por aquel entonces pujantes hermanos Harvey y Bob Weinstein, puso en marcha su adaptación cinematográfica. Los responsables que se encargarían de trasladar la obra en viñetas a guion adaptado serían David J. Schow y John Shirley, detrás de las cámaras se pondría el director de videoclips y publicidad australiano, de origen egipcio, Alex Proyas y para encarnar el papel de Eric Draven el elegido fue el joven Brandon Lee, hijo del mítico Bruce Lee, que comenzaba a buscar su hueco en Hollywood incursionando en cintas de acción como Rapid Fire o Little Tokio.
En 1993 estábamos lejos de poseer la inmediatez informativa proporcionada por internet, pero la noticia corrió como la pólvora en los medios de comunicación televisivos y escritos. Cuando quedaban ocho días para terminar el rodaje de The Crow un accidente con un arma, supuestamente de fogueo, que el actor Michal Masse disparó contra el protagonista, hiriéndolo de gravedad, hizo a este perder la vida pocas horas después una vez fue trasladado a un hospital cercano. Como es tradición en Hollywood ni la muerte del actor que interpreta al personaje principal de una de sus producciones tiene por qué detener un rodaje. El uso de especialistas ocupando el lugar de Lee en las escenas que quedaban por dirigir y el uso de unos efectivos efectos digitales hicieron el resto para que Alex Proyas pudiera terminar su ópera prima detrás de las cámaras.
Una vez estrenada The Crow ya poseía prematuramente el estatus de cinta de culto por el simple hecho de que su joven protagonista hubiera sido asesinado, involuntariamente, durante el rodaje. Por suerte el resultado satisfizo hasta a los más escépticos cuando el largometraje de Alex Proyas se reveló como una de esas producciones cinematográficas que consigue capturar el sentir de una generación, encontrando esta en la descarnada venganza de Eric Draven y su historia de amor sobrenatual una historia con la que identificarse. Ciertamente todo el grueso del material narrativo ya estaba en el cómic de James O’Barr, pero los responsables del largometraje mejoraron la prosa y la estética del autor gracias a un guion repleto de momentos memorables y un look visual por parte de un Alex Proyas marcando a fuego su impronta estilística hasta llevarla a unos niveles superlativos.
The Crow es una historia de venganza punk, un romance gótico, un cuento de hadas oscuro y mórbido. Alex Proyas consiguió dosificar la truculencia y potenciar el lirismo de la obra de James O’Barr gracias a una puesta en escena brillante, haciéndose fuerte gracias a la poderosa dirección de fotografía de Dariusz Wolski, con sus juegos de luces y sombras, o un diseño de producción indispensable a manos de Alex McDowell para crear la irrepetible atmósfera sucia, fatalista y melancólica del proyecto. El guion a cuatro manos de David J. Schow y John Shirley llenaba de líneas memorables los diálogos de la mayoría de personajes y la icónica banda sonora con temas de The Cure, Pantera, Rage Against the Machine, Stone Temple Pilots o Rollins Band, entre otros, elevaban el apartado audiovisual hasta lo inenarrable. En lo referido a la traslación de la viñeta a la imagen real, a pesar de incluir cambios como asignar al Top Dollar de Michael Wincott el rol de enemigo principal, en lugar del T-Bird de David Patrick Kelly, reducido este a un secuaz; la manera de morir Shelly o un papel mucho más relevante para Sarah, los máximos responsables del film respetaron con fidelidad la esencia y el espíritu del cómic.
Pero si The Crow es recordada por una de sus virtudes, la mayor de ellas es sin lugar a dudas el enorme trabajo que ejecutó Brandon Lee a la hora de dar vida a Eric Draven. El hijo de Bruce Lee no había demostrado en sus anteriores largometrajes ser un actor muy destacable, llegando a especializarse en papeles sencillos adscritos al cine de acción. Pero su rol en la película de Alex Proyas supuso para él todo un reto que acometió entregándose en cuerpo y alma para insuflar carisma, fuerza, candor e inusual pasión al vengador nacido de la pluma de James O’Barr. Algo que se percibe de manera avasalladora en todos y cada uno de los fotogramas que protagoniza a lo largo de la película y con los que roba la velada a todos sus inspirados compañeros de reparto entre los que se encuentran actores de sobrado talento como los ya citados Michael Wincott y David Patrick Kelly u otros como Ernie Hudson, Jon Polito, Bai Ling, el ya mencionado Michael Massee o Tony Todd, entre otros.
Aunque fue un enorme éxito desde su mismo estreno, sería el paso de los años el que convertiría a The Crow en un clásico del cine contemporáneo y la película estandarte de rockeros, metaleros, góticos, emos y demás tribus urbanas. La amalgama formada por el cómic de James O’Barr, el talento de Álex Proyas, la fuerza de un guion repleto de hallazgos o pasajes para el recuerdo y un protagonista superlativo que dio, literalmente, su vida por el papel que lo convertiría en una leyenda hicieron el resto para que esta producción de 1994 siga siendo hoy un proyecto sobresaliente en la mayoría de sus apartados. Un film que ha envejecido magistralmente y cuya huella quedó grabada a fuego en el cine de los 90, no sólo inspirándose en ella para dar forma a otras obras de ficción ajenas a su microcosmos, también para diseñar una serie de secuelas oficiales cuya única finalidad era explotar una fórmula irrepetible.
Dos años tardaron Edward R. Pressman y Dimenson Films en poner en marcha The Crow: City of Angels, una secuela directa del film de Álex Proyas cuya única conexión con este era el personaje de Sarah, esta vez interpretado, en su adultez, por la canadiense Mia Kirshner. Con guion de un experto en trasladar cómics a la gran pantalla como David S. Goyer, dirección del desconocido Tim Pope y el francés Vincet Pérez tomando el relevo de Brandon Lee en el papel protagonista, esta segunda parte sólo es el principio de una serie de desastrosas secuelas que intentando copiar los preceptos asentados por el director de Yo, Robot fracasaron estrepitosamente. El caso que nos ocupa se ve reducido a un mal videoclip de Nine Ich Nails de 86 minutos con un protagonista pasado de rosca, secundarios intrascendentes, un guion paupérrimo y como única virtud una conseguida ambientación que, por otro lado, abandona todo el hipnótico goticismo de la cinta original.
Con The Crow: Salvation, la tercera entrega, el guionista Chip Johannessen y el director Bharat Nalluri intentaron en el año 2000 variar un poco los lugares comunes establecidos por la saga. El film, protagonizado por Eric Mabius y Kirsten Dunst, toma como punto de partida la ejecución en la silla eléctrica de un joven acusado injustamente de haber matado a su novia. Una vez regresa de entre los muertos, cuervo mediante, aúna fuerzas con la hermana de su amada para acabar con los instigadores de la violación y muerte de esta última, un grupo de policías corruptos. En esta entrega ya se notan las carencias presupuestarias, el diseño de producción exiguo y el pobre trabajo actoral. Aunque hay un cierto afán por innovar, el resultado es altamente mediocre y sólo se salva el grupo de secundarios que da vida a los agentes de la ley criminales formado por Dale Midkiff, Walton Goggins o Tim Dekay, entre otros.
Finalmente, con The Crow: Wicked Prayer la franquicia toca fondo de la manera más lamentable posible. Un Edward Furlong adentrándose en su época de mayor decadencia es el protagonista de esta cuarta entrega localizada en un pueblo indio y en la que vuelven a repetirse las mismas constantes, pero con unos resultados terribles. Si en la tercera parte ya se percibía el escaso presupuesto, la producción y puesta en escena de la presente no se aleja en demasía de las de un episodio de Walker Texas Ranger, con cutres cámaras lentas en las escenas de acción entre otras carencias audiovisuales, rematando un proyecto de naturaleza y ejecución insalubre. Los terribles secundarios de David Boreanaz y Tara Reid queriendo ser émulos de los de Michael Wincott y Bai Ling en el film original, un protagonista imposible y una serie de clichés en sesión continua hacen de The Crow: Wicked Prayer la pieza más infecta relacionada con el cómic de James O’Barr y se antoja lógico que después de ella no se volviera a este mancillado microcosmos cinematográfico durante mucho tiempo.
No queremos terminar este repaso por las traslaciones audiovisuales de The Crow sin mencionar que en 1998 se intentó sacar adelante una serie de televisión protagonizada por Mark Dacascos con la intención de adaptar de nuevo el trabajo original de James O’Barr buscando el respaldo del público. The Crow: Stairway to Heaven supuso una producción canadiense estrenada en el canal Syndication contando con Bryce Zabel como creador y principal showrunner. El éxito de crítica y audiencia fue moderado, pero después de la primera temporada de 22 episodios la serie fue cancelada. En España nunca llegó a estrenarse completa, pero sí se comercializo un vhs y dvd con los dos primeros episodios presentados a modo de largometraje.
Como previamente hemos mencionado y teniendo en cuenta que The Crow: Wicked Prayer fue la última entrega de la saga, a nadie debería sorprender que tuvieran que pasar casi 20 años para que una nueva película inspirada en la obra secuencial de James O’Barr volviera a estrenarse, esta, a diferencia de las dos últimas secuelas analizadas, nuevamente en pantalla grande, algo que no sucedía desde The Crow: City of Angels, ya que está fue un notorio fracaso de taquilla. En el presente 2024 y después de décadas de elucubraciones, rumores, cancelaciones y demás inconvenientes una nueva versión cinematográfica del cómic original de James O’Barr llegaba a los cines con un alto presupuesto y un protagonista surfeando ahora mismo la cresta de la ola en Hollywood. A continuación disertaremos sobre su resultado y si está a la altura del legado del largometraje de 1994 o el cómic en el que, supuestamente, se inspira.
Libro 3: Lamento, El cuervo (2024)
Del hoy lejano mes de diciembre de 2009 provienen las primeras noticias sólidas sobre la intención de Hollywood por desarrollar un remake, reboot o revisión de El cuervo, sin concretar la intención de hacer una nueva versión de la película de Álex Proyas u otra adaptación del cómic de James O’Barr. Lo que sí sabemos es que desde entonces varios directores como Stephen Norrington, F. Javier Gutiérrez, Corin Hardy o nuestro Juan Carlos Fresnadillo y actores como Bradley Cooper, Luke Evans, Jack Huston o Jason Momoa intentaron sacar adelante un proyecto maldito que nunca llegaba a conjurarse y eso que en algún intento la pre producción llegó a estar, hasta cierto punto, en un estado avanzado. Fue en 2022 cuando se confirmó que, para bien o para mal, de la dirección se ocuparía el británico Rupert Sanders, que venía de adaptar el manga Ghost in the Shell a imagen real con Scarlett Johanson como estrella principal, y de protagonizar la película el sueco Bill Skarsgård, que desde que interpretó a Pennyywise en otro remake o reinicio, el de las dos entregas de It, no ha parado de trabajar en superproducciones. Los encargados de adaptar el cómic a guion cinematográfico serían Zach Baylin y William Schneider y de interpretar a la nueva Shelly Webster la cantante, también inglesa, FKA Twigs que encabezaría, junto a su amante en la ficción, un reparto en el que reconocemos los rostros de Danny Huston, Isabella Wei, David Bowles, Paul A Manyard o Sebastian Orozco, entre otros. La película llegó a los cines la última semana de agosto, convirtiéndose en un fracaso de crítica y público. El porqué de ello lo intentaremos desentrañar en la siguiente reseña.
Algo que los productores de Lionsgate detrás de El cuervo seguramente tenían claro es que las comparaciones iban a sucederse de manera inmediata una vez este aterrizara en las multisalas a nivel internacional. La primera película de El cuervo atesora una leyenda tan arraigada en la cultura pop por su estética, trágico protagonista y banda sonora que las comparativas serían inevitables y ciertamente lo han sido, como era de esperarse. Lo que no era tan fácil dilucidar es la inquina con la que gran parte de la prensa especializada estadounidense y extranjera iban a dar la «bienvenida» al film de Rupert Sanders. Una vez vista podemos afirmar desde Zona Negativa que la nueva The Crow no es la aberración que muchos se aventuraron a considerarla de manera prematura, pero tampoco es una buena película, por varios motivos que pasaremos a diseccionar a continuación.
El cuervo comete tres pecados, dos de ellos de consideración y el tercero capital. El primero es ser una película mediocre, que no destaca en ninguno de sus apartados y que solo ofrece servicios mínimos para configurar una obra cinematográfica con inicio, nudo y desenlace. El segundo es su notoria impersonalidad, que la clasifica como una obra ejecutada por un realizador sin autoría alguna, pero a eso volveremos un poco más tarde a la hora de hablar de algunas de las alabadas secuencias de acción rodadas por Rupert Sanders. El tercero y el más imperdonable es que durante su primera hora es rematadamente aburrida, por culpa de la casi total ausencia de hechos reseñables o trascendentes mientras se desarrolla la historia de amor entre Eric y Shelly. Una película puede ser poco más que cumplidora e incluso carente de personalidad, pero lo que nunca debe hacer, más si cabe siendo una cinta que mezcla acción, drama y fantasía; es incitar al bostezo al espectador y durante más de la primera mitad de su metraje El cuervo lo hace.
Es digno de análisis que pese a dedicarle una hora de metraje a la relación de amor entre los dos protagonistas esta no llegue a transmitir nada de la verdad de la que sí presumía la de los Eric y Shelly interpretados por Brandon Lee y Sofia Shinas en la versión de 1994, más si tenemos en cuenta que la de aquellos se desarrollaba brevemente por medio de unos pocos flashbacks y una secuencia final de notable emocionalidad. Las dos grandes carencias para que este romance no funcione en casi ningún momento son la cursilería con la que está abordado desde el guion, con algunos diálogos de vergüenza ajena propios de quinceañeros, y el pobrísimo trabajo de FKA Twigs. Que la co protagonista del film no es actriz es algo que salta a la vista, pero una persona dedicada al mundo de la interpretación musical en directo siempre tiene algo de potencial dramático en su haber. Desgraciadamente no es el caso de la creadora de discos superventas como LP1 o Magdalene.
Esta inoperancia a nivel dramático por parte de FKA Twigs hace que la responsabilidad de que el amor de ultratumba y la cruzada de Eric Draven resulten hasta cierto punto creíbles recaiga casi en su totalidad sobre los hombros de un Bill Skarsgård que hace lo que puede con el triste material que ponen a su disposición. El actor nacido en Estocolmo tiene la presencia y el carisma, además mantiene el físico que ya lució en la divertidísima Kill Boy (Boy Kills World, Moritz Mohr, 2024) y que le permite estar a la altura en los pasajes de acción. El problema es que, como ya hemos afirmado, la historia en el papel que debería servir de carburante para su venganza es de una puerilidad exasperante, sin gancho alguno y con añadidos de nueva hornada, como las apariciones oníricas del personaje de Kronos, que no aportan nada a una trama que divaga de un lado para otro encarrilándose levemente en la media hora final de metraje, la más interesante del film, sin adentrarse tampoco en los terrenos de lo memorable.
Pese al escarnio al que la crítica sometió a la película, si había algo en lo que coincidían varios de los periodistas y divulgadores que la visionaron era en destacar las secuencias de acción, en no pocas ocasiones comparadas con las de la saga John Wick. En El cuervo hay poco más de dos secuencias de acción, las más notorias una expeditiva en un apartamento y otra en la ópera, esta la más destacada por cuantos la han visto. Un servidor no solo considera simplemente correcto el primero de esos pasajes, sino que el segundo no deja de ser efectivo, pero poco más. Se antoja extraña la comparativa con las películas protagonizadas por Keanu Reeves, porque más quisiera Rupert Sanders, cineasta que ha demostrado no poco poderío visual en producciones previas, como la ya citada Ghost in the Shell; tener el temple y la fiereza de Chad Stahelski o su dominio del plano secuencia en cualquiera de los films protagonizados por Baba Yaga cuyos pasajes más dinámicos hacen palidecer irremisiblemente los de El cuervo.
Un villano genérico y poco desarrollado por un desaprovechado Danny Huston que nos hace echar mucho de menos a Michael Wincott o una banda sonora que no está a la altura de la del film original nos incitan una vez más a comparar un producto con otro. Porque todos somos conscientes de que el motivo principal para rodar un remake es el dinero, pero, en este caso concreto, también debe haber algún elemento aspiracional como ofrecer una visión diferente sobre la misma historia o ser más fiel al cómic de James O’Barr y ninguno de esos dos casos se materializa, porque a pesar de contar la misma historia se aleja mucho más que el film de Alex Proyas de su base secuencial y el resultado es tan desangelado que no se diferencia demasiado de cualquier otra película sobre venganzas que pasa desapercibida por la cartelera o la plataforma de streaming de turno. Eric Draven y Shelly Webster no merecían esto y aunque no me alegra el fracaso del film, tampoco veo conveniente que hubiera dado inicio a otra franquicia cinematográfica cuando sus cimientos son tan endebles.
Dirección - 5.5
Guión - 4
Reparto - 5.5
Apartado visual - 5.5
Banda sonora - 4
4.9
La nueva versión de El cuervo es una película mediocre, impersonal y, en gran parte, aburrida que no está a la altura del legado del cómic de James O'Barr o la primera adaptación cinematográfica de Alex Proyas. Con todo, tampoco es la abominación que se ha mencionado en no pocas ocasiones, por parte de crítica y público, desde su estreno.
Epílogo: Fallecer
De esta manera llegamos al final de este especial sobre El cuervo, que nació con la trágica historia de James O’Barr y su novia fallecida, plasmada con fiereza e ingenuidad en el papel, para más tarde transfigurarse en celuloide con una obra cinematográfica que marcó a toda una generación de espectadores que todavía hoy la consideran la película de sus vidas. Ese cómic convertido en referente y aquella obra de culto del cine contemporáneo a manos de Alex Proyas y Brandon Lee deberían haber supuesto las dos únicas piezas relacionadas con Eric Draven. El problema es que tanto Hollywood como el mundo del cómic son dos bestias insaciables que exigen exprimir sus éxitos con secuelas que, en su mayoría, lo único que hacen es devaluar la obra primigenia a la que preceden. Esperemos que el fracaso de la nueva versión de El cuervo permita al personaje creado por James O’Barr morir durante largo tiempo, por lo menos hasta que quede olvidada la tormenta mediática que le ha acompañado los dos últimos meses. No llueve eternamente.