danz
“¿Soy yo o el mundo está cada vez más loco?”.
No se puede decir que Joker haya sido una de las sorpresas de la temporada, al menos en lo que a rendimiento en taquilla se refiere porque DC Entertainment ha planteado una producción con un presupuesto muy controlado y basando su promoción en el conocimiento previo del público sobre el personaje. Pero si ha pillado desprevenida a una gran parte de críticos y público, por sus intenciones y ambiciones para una historia que en apariencia solo venía a retratar los orígenes de un supervillano de cómic. La conquista del León de Oro en el prestigioso Festival de Venecia habla por sí mismo del éxito de la aplaudida propuesta de Todd Philips que ha sido compararda reiteramente con títulos como Taxi Driver y El rey de la comedia. No por casualidad Martin Scorcese estuvo implicado en la producción de la película en un principio, cuando incluso se habló de la posibilidad de que la acabase dirigiendo con Leonardo DiCaprio interpretando al Joker. Eso finalmente no ocurrió, lo que si pasó es que la película se estrenó este mismo mes de octubre y nuestro compañero Juan Luis Daza nos regaló sus primeras impresiones sobre ella. Ahora es el turno para que otros redactores nos ofrezcan su opinión sobre este filme y hoy contamos para ello con Eduardo Sesé, Giovanni Casella, Gustavo Higuero, Jordi T. Pardo, Juan Iglesia Gutiérrez, Raúl Gutiérrez, Sergio Fernández Atienza, Pablo Menéndez y Víctor José Rodríguez. ¿Y vosotros, ya habéis visto la película? ¿Qué os ha parecido?
21 de mayo de 1892. Ruggero Leoncavallo estrenó en el Teatro de Verme Pagliacci. Todavía hay discusión respecto a la fuente en la que se inspiró, pero lo que sí está claro es que la ópera dejó huella. Lo hizo, en su forma de convertir las miserias humanas en una estrambotica tragicomedia, en la que los celos, pasiones y demonios de una comitiva de payasos terminada siendo el entretenimiento de los habitantes de una aldea de Calabria, cuando estos se apoderaban del escenario al confluir con la historia que estaban interpretando (como si nuestras vidas no fueran más que una farsa diseñada por un perverso dramaturgo universal, y nosotros los intérpretes esclavos condenados a revivirla para regocijo de los demás). El espectáculo debe continuar. 4 de octubre de 2019, en la más brillante escena de toda su película, el Joker de Tod Phillips se indigna cuando un policía le pregunta si su afección es «una payasada», y tras retirarse indignado a grito de «soy un ser humano, ¡devuelvanme mi dignidad!», Este se estampa contra una puerta automática cuyo letrero reza «Solo salida». Más de 120 años ha pasado entre una y otra, pero la historia sigue siendo la misma, invitándonos a acudir al cine a asistir a un espectáculo de humillación, mezquindad y padecimiento descarnados, que culmine en un juego de matrioskas a través de un escenario dentro del escenario.
Porque todos somos el payaso. Ese que se levanta a las 5:30 para trabajar y seguir el guión que se le ha escrito, capoteando como bien podemos los golpes, hasta que nos vengamos abajo con toda la porcelana china que sujetamos entre malabares, y el público ría entre vítores, celebrando nuestra desgracia. En la película de Phillips, Arthur Fleck es payaso como bien podría ser trabajador de Glovo, falso autónomo, teleoperador, maestro de escuela, operario o cualquier otra falsa «clase media», centrándose más en las bambalinas que lo muestran como un trabajo como otro cualquiera, que de una forma que lo recalque claramente como payaso en sí. Lo más, algo de utillaje pueda ser usado convenientemente, para mostrar una flor de broma chorreando cuando reciba una paliza, o ese aspecto vocacional de hacerlo por hacer feliz a la gente. Porque, claro, ni a ti ni a mi nos engañaron dándonos una razón completamente encomiable para ser esclavos voluntarios de por vida. ¿Payasos nosotros? ¡Qué ridiculez! Ahora, avísame cuando termines con el polvo de maquillaje blanco, que después voy yo.
Como cualquiera de nosotros, Fleck es un tipo cuya salud mental se sostiene sobre los frágiles mimbres de sus fantasías. Sé bueno, la vida te sabrá recompensar. Sé un servil operario del sistema, qué este te dará la palmada en la espalda con un gentil agradecimiento paterno filial. La aprobación de un padre buscado. La complicidad, de una amante compañera. El aplauso de la masa. Como el propio Arthur Fleck afirma, se ha pasado toda la vida preguntándose si existe. Lo ha hecho, con unas carencias emocionales, del tamaño de la fuente con la que nos lo introduce el título exclamando que lo veamos.
Sí en Logan (James Mangold, 2017) el título aparecía de forma discreta por el margen izquierdo de la pantalla -en pleno declive era de los superhéroes- Joker ocupa toda la pantalla con letras bien vistosas reclamándonos nuestra atención. Atención, que no va a dejar de pedirnos a lo largo de toda la película, con subrayados tan intensos como la fotografía de Lawrence Sher, el incesante sonido de cuerda de Hildur Gudnadòttir, y un sensacionalismo barroco alejado de la naturalidad -en forma de recorridos por los pasillos y cámaras lentas- qué hace ya tiempo que anda afincado por el cine de superhéroes de DC. Phillips atiborra su película de planos directamente sacados de la trilogía de Christopher Nolan, inundando su film de simbolismo, al ritmo que su protagonista asciende de forma tortuosa y con trabajo una interminable escalera que representa la cordura, o se dirige día tras día a su matadero a través de una inhumana línea ferroviaria (enfocada en plano aéreo para que contemplemos el monstruoso paisaje urbano).
Aquí lo bueno y lo malo de la película, eficaz en el manejo del lenguaje de lo que nos quiere contar, pero demasiado obsesionada en que nos la tomemos en serio. Tan en serio, que cuando nos queramos dar cuenta, resulta que no hay ni chiste. Al menos que el chiste sea un Todd Phillips tan necesitado del reconocimiento de nuestro aplauso, que como Fleck acaba siendo responsable de su propia tragicomedia, en su intento de que veamos en su juego del Pagliacci el nuevo Oldboy. Pero aquí solo está uno de los dos payasos, y dónde Álex de la Iglesia y Alejandro González Iñarritu salieron mucho mejor parados con La Balada Triste de Trompeta y Birdman, al director de Resacón en Las Vegas se le quedan demasiado expuestas las costuras rumbo al intento del Los Aristócratas más pasado por agua de la historia del cine.
Y cuando se contiene, bien. Da igual si al final todo es una historia incoherente narrada por el Joker a su psicóloga como las que Heath Ledger les relataba a sus víctimas antes de proceder a la maniobra de la mantis, en la que una estancia pasada en el manicomio entra en escena para no volverse a saber de ella hasta la secuencia final. Todas las historias son historias imaginadas, que diría Alan Moore, y el director pone empeño en que las piezas oportunas estén en su sitio, ya sea con los relojes que siempre están a punto de dar las fatídicas doce -de nuevo Moore-, esa ciudad desbordada por la basura reflejo de su corrupción moral o la forma en la que van progresando los bailes del protagonista a lo largo de la cinta. A resaltar, la lucidez de determinadas herramientas a la hora de reflejar tanto la separación social de clases que divide la ciudad de Gotham, y algunos alardes en cuanto al estado de su protagonista. O al menos, cuando no se cae la brocha gorda, concediéndonos momentos como el de los ricachos de la ciudad riendo y aplaudiendo un acto benéfico ante el entrañable sintecho de Charles Chaplin de Tiempos Modernos, mientras sus conciudadanos en situación precaria de verdad son contenidos por sus guardas, en una manifestación masiva a las afueras del recinto.
Podemos hablar también de esa pistola que irrumpe en el Hospital de niños cómo reflejo de un personaje que -por mucho que intente ser ese hijo modélico que se le ha inculcado ser- siempre acaba dejando escapar su verdadera naturaleza. O del gargantuesco corredor urbano por el que Fleck escapa la primera vez que se enfrenta a su verdadero yo, en busca del refugio del hogar (y qué más adelante abrazará con total entrega). ¿Mi favorita? El empleo de una añeja subtrama de culto cómo es el hermano de Bruce Wayne, para potenciar la condición de Batman y Joker como las dos caras de una misma moneda. Los dos hijos de Gotham separados por la verja de una mansión. Hombre rico, hombre pobre. El laureado heredero de la ciudad, y el que su pasado está enmarañado entre tal patina de desilusiones, sueños rotos, fantasías y vericuetos burocráticos que aprisionan los hombres, que nadie en esta vida sería capaz de desentrañar cuánto tienen de ficción y cuánto de verdad.
Ni siquiera faltan guiños a acontecimientos tan tristemente reales como la retirada de fondos a las instituciones para el tratamiento de afecciones mentales durante el mandato de Ronald Reagan. Pero por contra tenemos que lidiar con aportes tan en la cara como el cigarrillo que le encasquetan al protagonista cada vez que quieren reflejar que se está volviendo malote en plan instituto de secundaria, los Thomas Wayne y Alfred Pennyworth más desfigurados de la historia, titulares de prensa que gritan «¡Mata a los ricos!» para añadir en pequeño «Un nuevo movimiento» -un Pulitzer para ese hombre, por favor- y vagones de metros a los que solo le hace falta que las paredes lancen chispas en plan túnel del terror.
Todo está tan exagerado, que la mayor parte de los chistes llegan de forma involuntaria, o con la horterada de Gary Glitter jodiendo la que prometía ser una de las grandes escenas de la película. Pero quién se lleva la peor parte en ese aspecto es el protagonista central, y si bien Joaquin Phoenix pone todo su empeño para darnos el más atormentado Arthur Fleck posible -como Joker ya es otra cuestión, echándose de menos el enorme trabajo vocal de Heath Ledger o Mark Hamill-, el desarrollo del personaje es tosco y poco coherente, pasando aleatoriamente de ser un bicho raro con visibles problemas a la hora de interactuar con otros seres humanos, a convertirse de la nada en un tipo sofisticado que suelta elegantes soliloquios con la mayor naturalidad del mundo. Donde el Joker de Ledger mantenía fiel a una serie de ticks que nos dejaban intuir un pasado que nunca llegábamos a conocer, el de Phoenix los tiene o no los tiene de forma aleatoria, haciendo que sea difícil tomar en serio el pasado que se nos está mostrando en pantalla. Más preocupado en mamar de escenas completas de Taxi Driver, El Rey de la Comedia o El Resplandor -y crear una fantasía en la que no deja de intentar subrayarnos lo serio y prestigioso qué es todo- que en trabajar verdaderamente estos aspectos esenciales de su cinta, Joker de Todd Phillips podría pasar como una muy vistosa Rebelión de los Novatos Desamparados si uno se deja seducir por su envoltorio, la entrega de la interpretación de Phoenix o el aspecto humano de aquellos que por desgracia se ven transformados en monstruos por las circunstancias, y tampoco tiene demasiado en cuenta todas estas cuestiones cinematográficas. Que cuando se transmite esa pretenciosidad que la película hace gala siempre son más difíciles de tragar, pero ninguna película es perfecta, y no se puede negar que Philips empeño le pone (ni lo enorme que es el despliegue de fotografía, ambientación y protagonista).
Si fuera solo con esto, a la película podría otorgarle fácilmente un 7 sobre 10. Pero hay debajo de ella una serie de cuestiones que subyacen, y que me dan demasiada mala espina como para no mirar con mucho recelo su discurso. Antes de continuar, recomendar el vídeo Joker | Psychology & Philosophy (Based on Carl Jung & Albert Camus) de Einzelgänger. En él, se aborda como la película usa de forma interesante varias ideas del médico psiquiatra suizo, como el de la persona, la sombra y la sombra colectiva. Resumiendo de forma muy somera, persona es la máscara que usamos para interactuar con el mundo, la sombra el yo negado que anida en el subconsciente como un anti-yo que se vuelve contra nosotros, y la sombra colectiva, la traslación de este último fenómeno aún nivel colectivo. El Joker de Todd Philips aborda todos estos aspectos, presentes, ya sea en esa máscara de payaso bonachón inicial bajo la que se cubre Arthur Fleck cuando intenta dar lo mejor de sí ante la sociedad -frente a la turbulenta relación con la vida que este muestra-, su segunda máscara de payaso perverso que va emergiendo progresivamente hasta el final de la película conforme sus bailes onanistas van ascendiendo, y toda la rebelión colectiva de masas descontentas que tiene lugar a su alrededor.
Hasta aquí todo bien. De hecho podría estar realmente bien. Pero los problemas aquí son varios. El primero de ellos, la sospechosa visión que las películas de superhéroes de Warner vienen dando de las revueltas sociales. Ya en su día, ocurrió cuando durante pleno Occupy Wall Street, Christopher Nolan decidió convertir los no sólo en los villanos de El Caballero Oscuro: La Leyenda Renace, sino prácticamente en los enemigos mortales de la civilización occidental. Aquí están del lado de las víctimas y los afectados por las desigualdades sociales, pero… joder, sí esta es la visión que en el estudio tienen de las revueltas sociales, poco deben alterarles el sueño las películas de zombies de George A. Romero.
Es aquí donde saltamos a cómo la película de Todd Phillips juega con otros conceptos están vinculados a las ideas de Jung cómo es el Anima y Animus, o el análisis del recorrido del personaje protagonista a lo largo de la película. En una época en la que los roles femeninos y masculinos estaban más diferenciados, Carl Gustava Jung denominó anima a toda esa parte humana que generalmente se solía ver potenciada por los roles que tenían en la sociedad las mujeres, y el animus a los equivalentes dentro de los hombres (estando ambos simultáneamente presentes en diferentes grados tanto en hombres como en mujeres). Así, Jung vinculaba caracteres como la empatía y el instinto al anima, mientras que el animus estaba vinculado a todo lo que tuviera que ver con la lógica matemática de lanzas y escudos. Es curioso, como en la película del Joker está división es prácticamente omnipresente, y todos los personajes femeninos son figuras de «refuerzo» compasivo -ahora entraremos en esas comillas- y todos los personajes masculinos son figuras de poder o autoridad. Así, por un lado tenemos la madre, la vecina o las dos psicólogas que tratan a Arthur Fleck; y por otro a Thomas Wayne, su perro guardián Alfred Pennyworth, Murray, los detectives, los tres corredores de bolsa, el jefe de Arthur o Randall (que empodera a Arthur entregándole la pistola, que después resultará un regalo envenenado). Lo verdaderamente llamativo, es como la película presenta la relación de Arthur con todo lo femenino de una forma casi enfermiza. Al borde del complejo edípico de alguien a quien se nos muestra débil por no romper su conexión con esta parte de su yo.
Ya sea con una psiquiatra que no le escucha, una vecina con la que tiene una relación irreal o una madre que rechaza soltarlo -y acaban señalando como responsable de todos sus tormentos- es como si todo el viaje del personaje consistiera en renunciar a lo femenino. En aprender que lo femenino, todos esos aspectos del anima de Jung vinculados a la compasión o la empatía que se supone debería estar dedicándole la terapeuta, la novia fantasma y su madre son una fantasía tóxica. Invitando al personaje en una dirección, en la que solo encontrará la felicidad en el gobierno total del animus. En la eliminación de las pastillas que le receta su psiquiatra y que castran a su verdadero yo. En la muerte de la madre a la que no puede perdonarle que no fuera suficientemente fuerte como para protegerle. En el más que probable asesinato -ver las sirenas- de alguien que lo único que ha hecho es no ser la novia complaciente que tenían sus fantasías. En la inexistencia de la compasión, y muerte del amor. Este último caso, reflejado con un patrón común cómo es el cojín azul, presente tanto cuando abandona la casa de su vecina tras el descubrimiento de la realidad, como en el asesinato de su madre.
¿Todo para qué? Para embarcar a Arthur en un viaje de la búsqueda de la satisfacción a través del ego. De matar al padre. De esa jodienda tan sospechosamente objetivista, que ni siquiera falta la parte en la que también se arremete contra el sistema (presentándolo como gran estafa, que solo sirve para cohibir al individuo, impidiéndole alcanzar la «verdadera realización de la exaltación del yo»). El yo qué pasa de rollos de compasión, altruismo y movidas que no tengan que ver con él mismo, y que abraza el lema de «primero yo, y luego que se jodan todos los demás». Que si por lo menos lo mostrase como un proceso de deshumanización… Pero no, Phillips lo presenta como un Viaje del Héroe con todas sus letras, en el que ni siquiera falta la celebración -aclamado por el pueblo, recibiendo ese reconocimiento que tanto ansia desde las gigantescas letras del título inicial- del gentío dedicándo la ovación a su forma final.
Demonios, en su conversión del Joker a ¿antihéroe?, Phillips hasta pone en su boca cruzadas propias como la que no hace mucho esgrimía él mismo, cuando revindica antes la psicóloga televisiva la libertad del humor. ¿Qué puñetas se supone que nos está contando entonces? Porque esto no tiene que ver con una revolución social de ningún tipo, sino la mera exaltación del ego, muerte mediante de cualquier influencia «nociva» del amor y la compasión. ¿Tanta movida y pretensión para que al final Joker no sea otra cosa que la exaltación del quinceañero que por decirle a su madre «tía, paso de tu rollo» y coger un cigarro ya se cree el gran macho alfa del corral? Frente a la complejidad del Joker de Heath Ledger, choca como Phillips lo ha reducido todo a una cuestión de ego necesitado, con pasajes tan señalados en esa dirección, cómo ese flashback al interrogatorio de su madre, en la que nos lo presentan como observador activo y visión crítica por encima de todo.
Juez, jurado y -posteriormente- verdugo. Joker, convertido en El Castigador o Juez Dredd, pero sin un ápice de la ironía, deconstrucción o el componente satírico de las historias de estos. Sin el chiste el aspecto trágicómico de Pagliacci. Arthur dice que su vida es un chiste, pero no solo no hay «broma» como la que cerraba el viaje de Anton Chigur en No es país para viejos -por citar un personaje de un perfil similar-, sino que tras afirmar que no tiene vocación política de ningún tipo, nos suelta panfleto político de libro. Peor aún en este caso, ya que aquí su cruzada no es contra ningún tipo de crimen o gente a la que juzgue en base a otra cosa que el «ahora que tengo poder, me las van a pagar todas juntas». Y es tan así, que en su confrontación con su monstruo final -Murray- proclama un burdísimo «tienes lo que te mereces» a golpe de pistola. En su review, la YouTuber Jenny Nicholson incluso mostro fragmentos de reacciones en pleno cine, en los que se podía escuchar al público aplaudir gritando «¡SIII!» cuando Joker mata a Murray.
Así que, ¿qué demonios de disparate es esto que has creado, Phillips? Porque está claro que ni es el sucesor espiritual de Freaks, ni el aplauso fácil de esta bestezuela roza la complejidad de la portentosa interpretación de James McAvoy como aquella perturbadora bestia de los desamparados en Múltiple, ni es se le pueda considerar realmente entre las mayores piezas de arte psicótico del año, en un 2019 que hemos tenido La Casa de Jack de Lars Von Trier y al Christian Bale de Vice. ¿Interpretación reseñable de Joaquín Phoenix? Toda la que queráis. Pero debajo de toda su envoltura de pretenciosidad, mejor no excavar muy lejos tras su vistosa capa de pintura o la pena / empatía que nos pueda transmitir el festival de abusos que padece un pobre tipo, que a la primera que tiene un mínimo de poder, de pobre tiene más bien poco. Pero mientras más ahondas en ella, más empieza a ser evidente de donde viene el hedor bajo la superficie, del que escapaban las ratas gigantes de Gotham.
Me ha costado mucho escribir estos párrafos, porque cuando he empezado a repasar las ideas que quería resaltar sobre lo que ha rodeado a esta película me he dado cuenta de que, contra todo pronóstico, están en las antípodas de lo que me ha parecido la película en sí misma. Como cuando ves a ese jugador de fútbol que es más idiota que un bocado en el codo, pero que te hace admirar un gol suyo. Así que perdonadme si transmito ideas tan contradictorias como la risa de Arthur Fleck, trataré de explicarme lo mejor posible.
Siempre me ha fascinado el Joker como villano. Esa especie de encarnación definitiva del mal, tan extrema que solo puede tener raíz en la locura, pero tan inteligente que solo puede tener raíz en la cordura. Normalmente, los villanos necesitan sostenerse sobre unos buenos pilares para ser buenos villanos. Un objetivo, un trauma, una obsesión, algo que aporte más riqueza que el manido malo de opereta que quiere conquistar el mundo. Pero él no. Hay un misticismo maravilloso que rodea al Joker cuando se le despoja de cualquier motivo para hacer lo que hace, porque nos desarma. Es la esencia pura del caos, la maldad por la maldad, por diversión, por aburrimiento, sin una elaborada justificación para sus actos. Es por eso que siempre he creído que es un personaje al que la ausencia de un origen le sienta a las mil maravillas, porque el origen es en cierto modo la principal justificación del villano, y es por eso por lo que siempre he pensado que La Broma Asesina es la mezcla de una obra increíble en color intercalada con una historia simplona en blanco y negro, o que el Joker de Heath Ledger era tan magnético. De modo que, ante la idea de hacer una película con su origen, mis primeros sentimientos eran claros: no, por favor.
Súmale encima la situación en la que estaba Warner-DC. ¿Una película fuera de continuidad sobre el mismo personaje que acababan de ridiculizar en Escuadrón Suicida? ¿Es que no hay nadie al volante? Pero claro, si se empieza a hablar de Martin Scorsese, el arqueo de las cejas empieza a desvanecerse y a convertirse en ilusión. Y aunque finalmente el puesto de Scorsese lo ocupara un Todd Philips con la espalda cargada de comedias gamberras, el reparto de la película y en especial su protagonista mantuvo las expectativas de los seguidores. Y qué demonios, que el friki comiquero tiene muchas cosas malas, pero también tiene virtudes, y una de ellas es que siempre afronta lo nuevo con fe.
Pero es aquí cuando servidor, friki comiquero como el que más, empieza a escuchar cosas. A su director y otros miembros del equipo de la película hacer declaraciones contra la competencia (por tonta que pueda ser esa idea). “Esta no es otra estúpida película de Marvel”, parece que claman. Y alguna prensa especializada dice “ya está bien de superhéroes tontos y sosos, queremos a este Joker revolucionario”. Y yo suspiro largamente. Porque sé que lo que hay detrás es lo de siempre: la necesidad de distanciarse del cómic, de los superhéroes. El pánico de los snobs de apreciar la calidad de algo que no sea oscuro, dramático y amargo, no vaya a ser que alguien vaya a pensar que soy un palurdo.
Y con estas voy yo al cine y fíjate tú por dónde que va y me gusta la película. Hay que ver, qué ganas de arruinarme la coherencia.
Joker es una película que atrapa, que te agarra con violencia con unos dedos manchados de lágrimas, sangre y maquillaje. La película de Philips nos otorga una de las mejores Gothams que se pueda recordar, una ciudad gris verdoso, que parece que se puede oler a través de la pantalla y cuyas ratas se pasean entre las butacas. Ese sucedáneo del Nueva York de los 70, plagado de decadencia, de una delincuencia y una pobreza que contrastan con los grandes símbolos del poder y el espectáculo de los que la urbe siempre ha sido uno de los epicentros. Su presencia nos oprime e impera a lo largo de toda la película, aderezada por una selección de temas musicales maravillosos que multiplican la personalidad de una trama que te incomoda porque te hace sentir la soledad de Arthur y te hace pensar en cuántas veces le habrás dado la espalda a alguien así.
Pero si Joker es lo que es, se debe en un 80% a su protagonista, Joaquin Phoenix, sobre el que podríamos debatir en qué puesto estaría en el ranking de mejores actores de su generación. El actor coge un papel que es un caramelo y lo devora sin piedad, dejándose la piel en un personaje que podría darle un más que merecido primer Oscar a su distinguida carrera. Una colección de gestos, tics y bailes para ponerle cara a ese pobre diablo al que acompañaremos en su caída a los infiernos mientras una ciudad desagradable le pone todas las zancadillas posibles. Esta es probablemente la única pega que le sacaría a la cinta, que en su búsqueda por alimentar nuestra empatía por el protagonista termina descuidando el equilibrio de matices para convertirlo en un “el pobre Arthur vs el malévolo resto del mundo”. No hay lugar para los dilemas morales, porque verdaderamente no encontramos a absolutamente nadie que no nos genere un profundo desprecio durante la película. En Taxi Driver, con la que se ha comparado a esta película en repetidas ocasiones, podemos sentir todo el rato que Travis, ante todo, es un tarado con una profunda sed de violencia y un comportamiento obsesivo de acosador de libro, mientras que en Joker se nos transmite la idea de que a Arthur no le ha quedado otra opción que explotar.
Es posible que esta escasez de tonos grises haya sido la culpable de la polémica que ha traído consigo la película, acusada de ser una llamada a la revolución, llegando a la ridícula situación de prohibir ir a la gente sola al cine o de que Warner emitiera un comunicado recordando que “Joker es una película ficticia y rechazan la violencia”. Personalmente creo que la película sí tiene en su historia un mensaje de hastío por la opulencia y la corrupción de los poderosos, de rabia por un sistema que te empuja al nivel más bajo de la pirámide para luego recriminarte por no haber hecho más para salir de él. Eso es una apreciación mía personal, y habrá quien pueda pensar que el mensaje es otro. La pregunta es: ¿por qué no iba a tener el mensaje que le viniera en gana? El arte debería servir como medio de expresión, y si una simple película sobre un malo de cómic puede tocar tantas sensibilidades, quizás lo que deberíamos revisar es si como sociedad elegimos bien las cosas por las que indignarnos.
¿Cómo hacer la crítica de una película que no tiene ningún punchline con un punchline? Yo siempre he dicho que uno es tan bueno como buenos son sus referentes. En este sentido, mientras DC se mira en el espejo de Scorsese, Marvel hace lo propio con McDonald’s. No voy a ser ventajista y decir que me esperaba que este filme iba a ser tan bueno como realmente ha sido, ya que no lo tenía nada claro con su director, Todd Phillips. El realizador de esta cinta tiene una filmografía de calidad muy limitada, aunque sí que es cierto que lejos queda ya la época de Road Trip (Viaje de pirados) o Aquellas juergas universitarias, puesto que con Juego de armas (su anterior trabajo) dio serias muestras de mejoría. Con todo, estaba lejos de resultar un director competente. Por razones que todavía no soy capaz de descifrar por completo, Todd Phillips da un salto enorme de calidad con
Antes les comentaba que ésta era una película muy importante dentro del cine comercial contemporáneo. Permítanme que les explique el porqué, puesto que otro Hollywood es posible. Cierto es que Hollywood es un negocio, pero ¿acaso no está siendo un negocio redondo
Si me lo permiten, acabaré la crítica con otro punchline. Desde que arranca
Los mecanismos que llevan a una película a ser todo un éxito de taquilla (público) y crítica son inescrutables. Se pueden hacer predicciones, se puede contar con grandes estrellas, grandes guionistas, grandes directores, maquilladores, diseñadores de vestuario, cámaras, luces y acción a raudales, que el éxito vendrá de forma inesperada si se cumplen una serie de mecanismos activadores que arrastren a los espectadores a las salas de cine, al tiempo que logran alinear a la crítica de forma unánime para ensalzar los valores de la cinta en cuestión. Hollywood es muy viejo y sabe mucho en esto de elaborar éxitos y controlar la fórmula mágica que convence a la inmensa mayoría, para que las películas acaben siendo rentables y algunas, no todas, despunten de forma clara arrasando en recaudación. Y aún con todo ese conocimiento no hay año que no aparezca una cinta de la que nadie espera mucho, cuyas primeras imágenes crean desidia, en este momento en el que Internet todo lo infecta, cuando los proyectos se presentan en primeras fases de desarrollo, se anuncian a los actores contratados, al director, al guionista, mientras todo se va gestando a fuego lento, generando un paulatino interés entre los posibles espectadores que esperan con ansias, o no, la llegada de esa nueva película.
Joker, es esa película de la que nadie esperaba nada y lo da todo.
Joker, es la película gestada en manos de un equipo creativo con un currículo, por decirlo amablemente, de bajo perfil, del que cuesta fiarse a la hora de abordar un proyecto de la envergadura que exige llevar a la gran pantalla un filme dónde el protagonista es el villano más mortífero y versátil de la galería de Batman.
Joker, es la película que ha sabido activar los mecanismos precisos para despertar a la masa durmiente de espectadores que anhelaban, sin saberlo siquiera, la necesidad de acercarse a una cinta en la que se alinearan todos los hados creativos del séptimo arte.
Joker, simplemente es.
Se puede debatir mucho alrededor de las cualidades artísticas y técnicas de la cinta, de su historia, sus intérpretes, su música, su atenta y nada sutil manipulación del espectador, su forzada historia, su facilona justificación en el origen de un villano al que convierte en una víctima más de la sociedad en la que vive, casi exculpándolo de toda responsabilidad alrededor de sus actos… se puede debatir mucho y eso es precisamente lo que hace de esta película algo especial para cada espectador.
Interpretación, puesta en escena, fotografía, música y dirección se fusionan en un todo que amalgama cientos de detalles que construyen un todo sólido capaz de romper toda pantalla de incredulidad que pueda tener el espectador hacia la cinta.
Joker es una película retadora. Joker lleva al espectador por oscuros callejones, dónde reptan viscosas monstruosidades que acechan sibilinas para devorar las almas desprevenidas que, de forma inconsciente, han acabado perdidas entre las dobleces de negro terciopelo con forma de celuloide que conforma a la película. Joker es cine que se clava, que desasosiega, que sumerge al espectador en una marisma, en una ciénaga de terror puro, violento, agresivo, doloroso… para gritarle a la cara que despierte, que mire a su alrededor y sea consciente de la vida que lo rodea.
Esa insana forma de entender el cine, de proyectar una imagen lastimosa de un villano, al que no se duda en ensalzar como un héroe, genera desazón interior removiendo algo a nivel visceral gracias a la soberbia interpretación de Joaquín Phoenix que borda, al son de una música diseñada para desgarrar la piel como cuchillas al rojo, el papel de Arthur Fleck, el comediante sin gracia, el ser humano desgraciado, perdido entre los pliegues de la sociedad, al que la propia sociedad abandona y le deja caer en la oscuridad.
Phillips juega con el espectador, lo hace moverse por líneas muy marcadas que ni siquiera intenta esconder, porque en realidad no es necesario hacerlo, ya que la sorpresa queda descartada cuando se aborda una cinta en la que Joker es el protagonista. Dicen que la película no narra nada que no puede ser narrado a través de cualquier otro personaje que se maquille como un payaso más. Dicen que sin el nombre de Joker la película no estaría ya en 800 millones de recaudación… dicen tantas cosas. Al final no se trata de lo que digan, sino de lo que te diga a ti, espectador, la película. Esa es la única cosa que debe importar. Porque claro que esta llena de fallos, de retorcidos argumentos para lograr que las cosas pasen como han de pasar y se pierda cierta fluidez orgánica en los acontecimientos. Claro que dista de ser una obra maestra, pero tiene el suficiente buen hacer en cada fotograma como para impactar con la fuerza de un martillo sobre un yunque, resonando de forma clara y concisa en todos y cada uno de los espectadores que han gastado su dinero en dejarse llevar, de la mano, al principio del fin de la historia de Joker.
No es posible ignorar las conexiones que se hacen en la cinta, de forma casi incesante, a fin de recordar en todo momento que estamos dentro de un universo de ficción, el mismo que dos décadas después verá a un hombre vestido de murciélago planear sobre las azoteas de una ciudad carcomida por el crimen y la desesperación. Esa historia en paralelo, esa ascensión y esa caída en perfecta sincronía, no hacen sino reforzar el simbolismo de una cinta que no quiere alejarse en ningún momento del género al que esta adscrita.
Joker es una cinta diferente y se ha de brindar por eso. Por querer romper con la uniformidad, como lo han hecho antes, sin salirnos del género, Logan o Masacre, incluso otras producciones DC, buscando mostrar algo diferente y asumiendo riesgos con los que al final poder al menos decir que se intentó. Y Joker ha corrido muchos riesgos, asumido muchas trampas en su gestación y se hace merecedora por todo ello del éxito de taquilla y de crítica del que esta disfrutando. Joker es una película sin complejos.
Y sin embargo hay que dejar caer algo antes de cerrar estás líneas.
El Final (sí, con mayúscula) de Joker… todo es una ensoñación, un delirio de una mente perturbada que esta vagando en su inmensa soledad mientras pierde toda conexión con una realidad a la que cada vez es más ajeno. Un final que viene a decirnos que lo que se acaba de ver no tiene por qué ser cierto, dejando abierto el final para que el espectador interprete si este es o no el origen de Joker, el villano que no necesita un origen.
El cine siempre ha sentido cierta fascinación por lo que genéricamente catalogamos locura, pero este reduccionismo engloba engloba en realidad toda una suerte de trastornos y enfermedades mentales muy reales para mucho gente en su día y cuya banalización en algunas películas no ayuda precisamente al problema. Hace poco un grupo de expertos hizo un estudio sobre la representación de la psicopatía en el cine y después de ver y analizar 400 películas entre 1915 y 2010 solo encontraron 126 personajes que realmente pudiesen encajar en esta definición. En el camino se quedaba casos como el de Hannibal Lecter, Norman Bates o Jason Voorhees. Según el estudio, el retrato más fiel a lo que la patología clínica entiende por un psicópata -que no necesariamente puede derivar en el uso de la violencia- fue el Anton Chigurh interpretado por Javier Bardem en No es país para viejos de los hermanos Coen. La conclusión del estudio era que mayoría de los villanos psicópatas en la ficción popular son un arquetipo en sí de villano muy alejado de la realidad.
Todo esto para comenzar a hablar de Joker, una película que dada la deriva del universo compartido de DC Entertainment pilló con el pie cambiado a todos los aficionados y que quizás si entrase en esta lista. ¿Qué podíamos esperar de una producción de este tipo? ¿Qué nos iba a contar el filme? ¿Era buena idea centrar la historia únicamente en un villano como el Joker? La sorpresa fue mayúscula cuando descubrimos que no sería Jared Leto el que protagonizaría este spin-off, sino que Joaquin Phoenix sería el encargado de ponerse en la piel del payaso asesino. Y si algo sabemos todos es que Phoenix no es un actor convencional que se deje tentar por simples espectáculos de pirotecnia. Pero está claro que el trabajo de Heath Ledger en El Caballero Oscuro de Christopher Nolan abrió los ojos a mucha gente sobre el potencial de algunos personajes asociados al cómic de superhéroes. Entre ellos, el director de Joker, Todd Philips, que después del éxito de Ha nacido una estrella ha abandonado definitivamente las comedias facilonas como Resacón en las Vegas y Starsky & Hutch.
En Joker tenemos una película arriesgada, y no porque contravenga doctrinas interiorizadas por los lectores de cómics respecto al retrato del personaje que aborda, sino más bien porque se atreve a ir más allá de lo obvio y construir un armazón psicológico que juega de manera muy inteligente con la mitología más básica del personaje y su iconicidad. Lo hace a través de una lectura perturbadora ambientada en una Gotham decadente, estéticamente cercana a la vista en la trilogía de Christopher Nolan que ya había descartado la fantasía gótica de Tim Burton. Esta Gotham y el Joker de Joaquin Phoenix son una única entidad, las dos partes de una tragedia con una concatenación de desgracias solo comparable con las vistas en Réquiem por un sueño de Darren Aronofsky. La película no es más que un reflejo de los tiempos que corren, con una ciudadanía en permanente descontento, con una grieta de confianza en el sistema, con gente abandonada por las instituciones y mesías que desde un lado y otro -Thomas Wayne desde su pedestal y de forma activa, y Arthur Fleck de forma inesperada y a costa de su cordura- amenazan con cambiar el curso de los acontecimientos.
Si bien Joker es Joaquin Phoenix y la cinta solo es una plataforma para disfrutar de su talento actoral, muy por encima de la media y convirtiendo el mismo método en un arma; también es cierto que Todd Philips sabe levantar a su alrededor un mundo caótico, oscuro y, por momentos, siniestro que hace más real y creíble que nunca al personaje. Este Joker está construido para ser un collage de todos los referentes anteriores, con la inocencia y la estética de César Romero, los cambios de humor de Jack Nicholson y la voluntad de trascender al caos de Heath Legder. En este mejunje resurge el Joker de Phoenix para obligarnos a mantener la mirada en el abismo, para sentir la incomprensión y la crudeza de la gente por una condición que no es buscada y para sumergirnos en una cuba de grises que nos hace realmente sentir incómodos por lo mucho que este Joker puede contar de nosotros mismos. La recreación del personaje parte desde cero y Phoenix controla cada gesto y cada amago de risa.
Los giros de guion que nos podrían parecer tramposos en otra producción aquí están bien ejecutados y hablan del propio personaje. Los políticos, los medios de comunicación, la gente de la calle, los asistentes sociales, las instituciones… Nadie sale bien librado del análisis de Joker que nos puede parecer simplista en ocasiones, pero resulta tremendamente inteligente a la que reflexionamos sobre él y, sobre todo, pensamos en la manera en la que esto ha sido encajado con el personaje de los cómics. De la misma manera que Logan, la película protagonizada por Joaquin Phoenix se atreve a buscar su propio camino y trascender la viñeta sin dejar de ser fiel a la misma. La propuesta funciona a todos los niveles excepto si como aficionado esperabas algo diametralmente opuesto, porque por si no quedaba claro en los avances y tráilers del filme esta no es una película de superhéroes, ni narra el enésimo enfrentamiento entre Batman y el Joker. Lo que la producción nos ofrece, en cambio, es mucho más y el tiempo dirá la influencia que esta tendrá en los medios, en el cine, pero también en los cómics.
Cuando a mediados de 2017 se hizo público que Warner preparaba una película dedicada al Joker en solitario y que contarían con el mismísimo Martin Scorsese en la producción, muchos tuvimos sentimientos encontrados. Por un lado, un razonable interés por un proyecto semejante, al que había que suponer un innegable potencial. Por otro, decepción ante otra muestra de la profunda desorientación que parecía cundir en la productora a cuenta del pobre desempeño del DCEU. Dentro de la variopinta colección de títulos que se fueron anunciando conforme el DCEU se iba hundiendo, este Joker no era más que uno de ellos.
El proyecto se anunció como algo al margen de las películas convencionales de superhéroes, y así fue recibido por el fandom. Esperábamos por tanto una historia de los bajos fondos, tal vez con tintes sociales, en la onda del Scorsese de los setenta, pero con escasas e irrelevantes referencias a Batman y su mundo. Una película interesante, sin duda, que seguramente merecería la pena ir a ver, pero fuera del universo comiquero.
¡Qué equivocados estábamos!
Resulta que Joker no es solo una solidísima película dramática, sino que tiene importantes y explícitas influencias del universo del cómic.
Como drama personal y social la película es cruda y actual. La narración nos muestra el descenso a los infiernos de una persona cansada de que le ninguneen y pisoteen. Pero Arthur Fleck no es un cualquiera al uso, se trata de un enfermo mental sujeto a fuerte medicación cuya dolencia, al margen de la risa compulsiva (epilepsia gelástica parece que se llama), no nos es aclarada. Un tipo que no puede parar de reír harto de que se rían de él. Este torturado personaje es ubicado en medio de un entorno social y urbano violento y decadente. El corazón de la película queda así situado en la tensión entre un individuo enfermo y una sociedad en crisis. Cuando el protagonista sea llevado al límite y acabe matando a unos ejecutivos que le estaban dando una paliza dará comienzo un carnaval de clamor popular, revelaciones, asesinatos y estallidos sociales.
Este itinerario de sufrimiento y muerte, sobre todo la catarsis homicida de Arthur y su aclamación como supuesto justiciero, ha encendido la polémica al entender críticos y opinadores varios que no solo muestra una violencia excesiva sino que el discurso de la película la justifica.
No creo que eso sea así. La narración trata de mostrarnos lo que Arthur tiene en la cabeza: su dolor, sus trampas y sus auto-justificaciones. Pero las justificaciones de Arthur para hacer lo que hace no son las del film ni son las nuestras. Al mismo tiempo, la aclamación de la que es objeto está lejos de ser celebrada en su literalidad, más bien parece un ejercicio macabro de sarcasmo e ironía, al margen de otras posibles lecturas.
Dejando a un lado la polémica, sorprende la realización totalmente pausada, huyendo de un montaje o un ritmo vertiginoso. Tratándose un personaje excesivo como el Joker, uno podía temerse una película frenética, a la manera de los Tarantino, Stone o Scorsese más desquiciados. Por el contrario, el camino emprendido por Phillips es la antítesis de los filmes “espídicos” de asesinatos y crímenes.
La película tiene, de hecho, un aire como clásico, casi retro. No solo porque la acción transcurra en los ochenta o por la magnífica banda sonora, compuesta por éxitos variados de los sesenta y los setenta, sino por la ambientación, por el aspecto de las calles sucias y los cielos encapotados. La Gotham de esta película recuerda al Nueva York de Taxi Driver, sí, pero también a la Filadelfia del primer Rocky o el Bronx de Distrito Apache. No puedo evitar ver mucho Mazzuchelli, mucho Año Uno allí, sea consciente o no.
En cuanto a Joaquin Phoenix, es el verdadero sostén de la historia. La película es totalmente suya, la llena por completo. Hace falta un talento descomunal para ocupar la mayoría de las dos horas del metraje con tu sola actuación sin que caiga la tensión lo más mínimo. Y no solo eso. Tras una interpretación tan celebrada como la de Ledger y un patinazo tan sonado como el de Leto, Phoenix es capaz de ponerse el maquillaje, hacer algo distinto y además hacerlo condenadamente bien. Su Joker es el más doliente de los vistos hasta ahora, puede que el más humano, del que más podemos apiadarnos, pero también el que genera más tensión, inquietud y desasosiego. No tiene ni el carisma gamberro del de Nicholson ni la fascinación destructiva del de Ledger. Es un Joker con el que realmente te sientes incómodo. Solo en el último acto, con Arthur ya poseído por su nueva identidad, se deja ver el hipnótico carisma del personaje en la estremecedora escena de la sonrisa ensangrentada. E incluso aquí, en medio del éxtasis y el delirio, Phoenix nos sigue enseñando gotitas de la vulnerabilidad, de la fragilidad de Arthur Fleck.
En lo que tiene que ver con el cómic, la película es sorprendentemente respetuosa con el material original. Son evidentes sus conexiones con La Broma Asesina o con El Regreso del Caballero Oscuro. Me parece brillante que una de las mayores armas del Joker, sino su mayor atractivo, la capacidad de reírse de todo y de todos, sea aquí su punto débil, su enfermedad y el motivo de su desgracia. Yendo más allá del cómic, esto conectaría a Arthur con Gwynplaine, protagonista de El hombre que ríe e inspiración original del Joker, no sólo por la risa involuntaria como irónica condena sino también por su sufrimiento interno y su supuesto origen de alta cuna, en contraste con la situación marginal de la que arrancan.
La película propone así una visión integral del personaje del Joker y sus fuentes pero también aporta cosas del propio Batman.
Frente a lo que temíamos en un principio, que esta iba a ser la historia de un Travis Bickle que, por cosas del marketing, se iba a llamar Joker, lo que hemos visto es una película que puede considerarse totalmente canónica del Príncipe Payaso del Crimen. Momentos como su lamento por haber tenido “un mal día” o el final en el manicomio con la críptica afirmación de “Arthur” (“no pillarías el chiste”) nos remiten al mundo de referencias y temas definitorios del Joker.
Es verdad que la ambigüedad de algunos puntos del film propicia conexiones o desconexiones del universo del cómic a gusto del espectador. Así, podemos ver la película como la historia de Arthur Fleck o de un hombre sin origen, sin nombre verdadero. La historia de un enfermo o de un cómico frustrado o ambas. Del hijo bastardo de un hombre rico o un bebé abandonado por nadie sabe quién. De la delirante e involuntaria aclamación como liberador de un asesino o la fortuita activación de una dinamo de caos y locura. Del delirio de un enfermo o el génesis unitario de dos opuestos.
En suma, quien quiera ver la película como una historia de origen del Joker pude perfectamente hacerlo, pues tiene elementos de peso como para considerarla así. Y quien quiera verla como otra cosa también encontrará motivos para hacerlo.
Aun así no han faltado críticas provenientes del fandom: desde la excesiva diferencia de edad entre Bruce y el Joker hasta la innecesaria vinculación de sus orígenes (hola, Jack Napier), pasando por el asunto no aclarada de la paternidad de Arthur o la caracterización de Thomas Wayne, sin olvidarnos de la letanía de que “el Joker no tiene/necesita origen”.
Creo sin embargo que, tras ocho décadas de recorrido de este y otros personajes, ya deberíamos estar acostumbrados a las variaciones y las versiones. Ha sido así incluso en los propios cómics. La cuestión debería de ser, por tanto, lo convincente y coherente de esas variaciones y el valor de lo que aportan, si es que algo aportan.
En este sentido, Phillips nos presenta su visión de cómo piensa que el Joker se convirtió en el Joker y, en menor medida, lo que piensa que hace al Joker ser el Joker. Lo hace de una manera lo suficientemente convincente, coherente y respetuosa como para que cualquier aficionado al cómic pueda apreciarlo y celebrarlo.
No es que la película esté exenta de fallos, el más notable el asunto del imposible mantenimiento de la custodia de Arthur en el entorno familiar que se nos describe. También puede que su ambigüedad en los temas de realidad/alucinación y responsabilidad individual/contexto social a muchos les parezca tramposa. Sin embargo, no creo que eso afecte al núcleo de la historia, que es presentar el descenso a la locura de una persona vulnerable llevada al límite en medio de un entorno depredador.
Dada la crudeza del planteamiento, la concepción realista y el innovador pero respetuoso uso de las fuentes, Phillips ha sido capaz de ponerse los pantalones de Nolan y llevar ese enfoque más lejos todavía. Y lo ha hecho con un estilo propio, sin renunciar al vínculo con el cómic ni a su intención de hacer un drama con su propio peso específico.
Ahora, todas las piezas están colocadas. Todo está dispuesto para que el mundo diseñado por Todd Phillips pueda tener continuidad. El caos desencadenado por el Joker se ha cobrado las vidas de Thomas y Martha Wayne y Bruce jamás olvidará el rostro de payaso del asesino. La semilla está plantada. Puede que “Arthur” quede en letargo hasta que la aparición de su némesis le saque de él, puede que inspire a toda una nueva generación de criminales. Si el Batman de Reeves va a estar ambientado en los noventa, la oportunidad de unir ambos mundos parece propia de una alineación cósmica. Seguramente no pasará pero, en todo caso, Phillips ya nos ha regalado una versión solvente del Joker que pasará a formar parte con pleno derecho de los Mitos de Batman.
Posiblemente pocas productos culturales han llamado tanto atención este año como Joker, la película cinematográfica protagonizada por el principal antagonista de Batman y en general por uno de los villanos más célebres del mundo del Joker. La película ha estado en boca de todos durante los últimos meses; ya sea por haber sido galardonada con la Palma de Oro en la última edición del Festival de Cannes, por la atención puesta en la interpretación de Joaquin Phoenix cuyo trabajo nunca deja indiferente a nadie, la polémica sobre su iconografía incel o las también controvertidas declaraciones de Todd Phillips así que el viernes 4 de Octubre las miradas estaban puestas en ella.
Joker, que muestra la visión particular sobre el nacimiento de uno de los mayores villanos que jamás hayan existido en la historia del cómic, se centra como la violencia es el único fin que le queda a un hombre con una enfermedad mental que no logra encajar en ningún sitio. No sé si puedo decir que la película tenga una razón de ser, al fin y al cabo uno de los aspectos que más funcionan del Joker en su mística en cuanto a su identidad y es algo que ha funcionado siempre en las viñetas y también en el celuloide como cuando Heath Ledger encarnó al principal antagonista de Batman. Otros derroteros sobre su pasado como fue el caso de la primera película del Caballero Oscuro dirigida por Tim Burton no han funcionado tan bien en mi humilde opinión.
Phoenix es posiblemente uno de los mayores regalos de cualquier deidad a la interpretación de este siglo. Borda casi cualquier papel que hace y este no iba a ser menos: cada tic, cada palabra pronunciada, cada manierismo… da gusto verlos. Vería perfectamente comprensible escuchar que alguien quisiese ver la película solo por observarle actuar y no prestar atención a cualquier otro elemento de la película.
Pero no es así, ya que Joker forma un conjunto a nivel técnico elevadísimo: la banda sonora de Hildur Gudnadottir es inmensa, junto a varias de las canciones populares que aparecen en la película como el Smile de Jimmy Durante o White Room de Cream (que descanse en paz Jack Bruce), así como el brutal trabajo detrás de la cámara de Todd Phillips. En este aspecto es impecable su trabajo, la escena en la que Arthur Fleck está en el baño después del rifirafe con los jóvenes en el metro es de una maestría técnica.
Y digo en ese aspecto porque hay cosas en las que el director, que aparentemente desdeña el material original del personaje en los cómics, no puede engañar al público. Ya sea el evidente paralelismo del talk show de Robert De Niro (el mejor papel que le he visto en mucho tiempo, la verdad sea dicha) con uno de los momentos más destacados de El Regreso del Caballero Oscuro de Frank Miller y algún toque de La Broma Asesina de Alan Moore y Brian Bolland. Es cierto que el filme pretende mostrar una visión independiente de los mismos pero la introducción de los Wayne también lastra eso en cierta medida. Me ha resultado curiosa que la película haya mostrado un retrato tan cruel de Thomas Wayne, similar a lo que hizo recientemente Brian Azzarello junto a Lee Bermejo en Batman: Condenado. Posiblemente el director no tenga que rendirle cuentas a nadie pero sí ha logrado un gran éxito no puede negar de dónde ha venido (ni tampoco decir falacias como que la comedia de estos días no vale nada). Un Todd Phillips que, por cierto, en momentos parece desesperado por parecer Martin Scorsese.
Así que eso ha sido para mi Joker. Posiblemente una de las películas más importantes del año. Cada uno sabrá darle su propio valor. A mi me ha gustado la obra concebida por Phillips, Phoenix y el resto del equipo del filme pero también es verdad que observo aspectos cuestionables como que estaría bien que no sintiera vergüenza del material en el que se basa.
Los superhéroes, y por extensión, los supervillanos son y han sido durante muchos años, la viva expresión de lo que entenderíamos como mitología moderna. Personajes, ideas, conceptos, que trascienden el medio que los ve nacer y que pasan a formar parte del imaginario popular, sin que sea necesario haber leído un cómic para poder llegar a conocerlos o incluso a entenderlos, o a gozar de ellos.
En el caso del Joker, éste es el villano por excelencia dentro del mundo de la viñeta. Al igual que Superman es el héroe, Joker se lleva la palma (y el león de oro) en cuanto a la viva expresión de la villanía, pues todo el mundo sabe quien es y más o menos en qué se basa el personaje, puesto que para eso es un mito moderno.
Dentro de dicha mitología moderna formada por el mundo del cómic superheroico, las distintas adaptaciones cinematográficas y televisivas que hemos vista a lo largo de estos años y que hoy en día están de moda, han conseguido que actualmente podamos hablar de un género audiovisual de «adaptaciones de cómic» que ya por fin parecer haber evolucionado dentro de sí mismo, hasta el punto de que no es necesario que la acción y la espectacularidad de una buena batalla plagada de personajes empijamados sean las claves de cada adaptación.
Joker es consciente de esto y por eso no nos ofrece el enésimo enfrentamiento entre payaso y murciélago, si no un drama sobre un homnbre infeliz y enfermo mental que es incapaz de encontrar su lugar en el mundo, y decide emplear la violencia como vía de escape y de justicia retorcida y mal entendida. Sí, quizás con otro actor esta película no habría triunfado tanto. Porque es innegable que Joaquín Phoenix se come la pantalla con cada gesto, cada expresión, cada palabra. Pero por otro lado, resulta muy fresco que por fin veamos en la gran pantalla una película que utiliza un concepto venido del mundo del cómic pero que lo hace sin buscar adaptar una celebre historia en particular, si no simplemente llevando la idea del personaje que toma al concepto que el guión le pide.
¿Una pega? Quizás el innecesario esfuerzo que la película pone en unir el destino de Arthur al de la familia Wayne y por ende, al del origen de cierto justiciero enmascarado. Estando ante una película que habla de dolor, locura, pérdida y psicopatía en estado puro, no deja de resultar un poco forzado el que el mito de Batman se introduzca en la trama aunque de forma leve simplemente para que el espectador más comiquero respire tranquilo y sepa que está viendo una película basada en quizás el más celebre villano de DC y del cómic en general.
Pero no nos engañemos: Ni siquiera eso consigue lastrar la que junto a Endgame, y por un extremo completamente distinto, ha sido la película traída de las viñetas que más me ha sorprendido en los últimos cinco años.
Un producto muy recomendable que nos ha enseñado que el mito no es nuestro para defenderlo o decidir como juega en otros medios, y que el género superheroico ya no es tal, existiendo infinitas vertientes (como en los cómics) dentro de él que le permiten llegar hasta donde quiera.
“Posibilidad razonable de que algo suceda” es una de las acepciones que la RAE tiene para la palabra expectativa. Todo hacía indicar que la película iba a ser sobresaliente. Desde la elección de Joaquin Phoenix para meterse en la piel de la némesis de Batman, pasando por las primeras imágenes que pudimos ver, hasta ese flamante León del Oro con el que la cinta dirigida por Todd Phillips volvió de Venecia. Pues bien, después de su visionado y una vez digerida, tengo sentimientos encontrados. Por una parte, varios aspectos de
Como hiciera Arthur Fleck con su cuaderno de ideas, permitidme que vaya arrojando mis pensamientos de manera inconexa e incongruente. A pesar de tener una gran cantidad de interpretaciones de tronío en su filmografía, el trabajo realizado por Joaquin Phoenix es inconmensurable. En su particular metamorfosis no sólo destaca por la extrema delgadez sino por su actuación tanto a nivel física como a nivel mental. Su mirada trastornada, su forma de correr con esos eternos zapatones, los bailes de la locura, el sufrimiento que transmite… raro será que Phoenix no se lleve el Oscar, lo que supondría la segunda estatuilla dorada para el mismo personaje (aunque interpretado por dos artistas diferentes).
Joker funciona como película de origen de personaje. ¿Hacía falta? En absoluto. Probablemente, el misterio en cuanto al pasado del icónico criminal le dota de una fuerza mayor. Pero en el Hollywood de hoy en día, los esquemas son arquetípicos y sobreexplicativos a más no poder. De ahí que uno de los puntos más flojos de la cinta que hoy nos ocupa sea la demostración visual de que el affair con la vecina era producto de su imaginación. Esa repetición de imágenes a modo de VAR, tiene en muy poca consideración al espectador medio que se acerca a las salas de cine.
Otro de los grandes males endémicos de la industria cinematográfica actual son los trailers de presentación. Cierto es que cuando chequeé el de Joker me entusiasmó (¡Ay, malditas expectativas!), pero una vez vista la película, aquel avance resultó ser un resumen de lo que luego se proyectó en la gran pantalla. Las referencias a Taxi Driver y El Rey de la comedia resultan excesivas. Tanto que, si el espectador tiene relativamente fresco su recuerdo, echará en falta una mayor originalidad en su libreto. La diferencia es que aquellos filmes dirigidos por Scorsese estaban escritos de manera magistral. A pesar de tener dos o tres momentos muy impactantes, tanto lo que acabo de comentar como lo predecible de su guion, apenas dejan lugar para las sorpresas.
La construcción del protagonista es extraordinaria y se nota el esfuerzo en la elaboración de la compleja psicología del trágico personaje. Aunque como bien indican sus creadores, Joker está presente en el 95 % de la película, el contexto social no está a la altura de la sesuda concepción de Arthur Fleck. Si bien es cierto que la idea del Neoliberalismo como villano de la función puede resultar potente, el maniqueísmo por el que se opta genera una sensación de frivolidad que contrasta con la solemnidad del individuo. Es decir, el escenario elegido, más allá de estar fenomenalmente ambientado, queda como un fondo notablemente difuminado. El empeño por relacionar el movimiento revolucionario con Arthur hace más mal que bien a la película.
Como ya hiciera en la imprescindible Chernobyl, Hildur Guðnadóttir, alumna aventajada del fallecido Jóhann Jóhannsson, crea una partitura desasosegante que encaja como un guante con la atmósfera malsana que emana la película. Además de su banda sonora, los temas musicales elegidos para determinados momentos clave funcionan a las mil maravillas. A nivel técnico Joker está a la altura de la interpretación de Joaquin Phoenix, sobresaliente.
Resulta curioso que, al igual que pasara con Clase Letal, el contexto nos sitúe en la década de los 80. Las semejanzas no se quedan ahí. Si en la obra de Rick Remender, Marcus quedaba huérfano como consecuencia de un suicidio de una enferma mental que había quedado en libertad por los recortes de la administración Reagan, en Joker los recortes privarán a Arthur de sus sesiones con la psiquiatra y de los medicamentos, acelerando su transformación en el demente payaso. La desmitificación de los convulsos años 80 choca con la edulcorada mirada con la que se suele hacer uso al revisitar dicha época. Punto a favor para Phillips y su equipo.
Todos los caminos llevan al asesinato de Thomas y Martha Wayne. La enésima versión de su muerte liga los destinos de ambos antagonistas como ya hiciera Tim Burton en su primera versión del hombre murciélago. Si en aquella era el propio Joker (antes de su concepción) quien apretaba el gatillo, en la cinta dirigida por Phillips es la última de las piezas del dominó en caer por la rebelión civil que, involuntariamente, ha gestado el propio Arthur. Demasiado metido con calzador e innecesaria la facilidad con la que Joker se convierte en un ídolo de masas además de errar con el mensaje. Muchos dirán que no trata de eso, pero como película política Joker es fallida por lo superficial que resulta a la hora de plasmar su problemática social. Más allá de la complejidad de su protagonista, cargado de grises, la sociedad es una entidad enferma dividida entre pobres y ricos. Es verdad que Gotham siempre ha sido retratada como una ciudad oscura y corrupta, pero da la sensación de que esta vez ha interesado cargar la balanza hacia el mismo lado de manera tramposa para beneficio y lucimiento del personaje.
Y si decía que como cinta política no da en la diana, como película que pretende trasladar el universo DC a la gran pantalla, tampoco. ¿Puede una película adulta no tener complejos del medio del que procede? La respuesta es un rotundo sí. Tal vez por ello, bien haría Warner en, más allá de homenajes con menor o mayor acierto, reconocer el universo en el que habitan sus personajes y no avergonzarse de ello. Durante toda la promoción, Todd Phillips ha manejado un discurso ambiguo sobre el cómic en general y las adaptaciones superheroícas en particular. Quizás por esto no se ha atrevido (o no ha sabido) llevar a más personajes del universo Batman a la pantalla. La versión de un Alfred que parecía sacada de Lock & Stock o de Snatch. Cerdos y diamantes, tampoco ayuda a creer que se ha tratado con cariño el material original. Queremos productoras y directores valientes, sí, pero también que no tengan complejos y consideren, con orgullo, la grandeza del noveno arte.
No ha dejado de llover en las últimas semanas. Los relámpagos acuchillan el cielo. La basura inunda las calles. Se prevé una invasión de máscaras de payaso este próximo Halloween. Las cosas se han puesto extrañas últimamente en Gotham City. Si siguen en sintonía comprobarán que todavía pueden ponerse más extrañas. Compren sus entradas, siéntense en sus butacas, apaguen sus teléfonos y entrarán…en una dimensión desconocida.
No entraré a calificar en detalle el magnifico trabajo de guion, fotografía, montaje, dirección y, por supuesto, interpretación. Mis compañeros seguro que lo harán mucho mejor que yo. Baste decir que la conjunción perfecta de todas artes cinematográficas hacen de Joker una obra cinematográfica perfecta. Prefiero hablar de todo el mal y todo el bien que puede hacer esta película.
Primero, el mal. Joker es una película engañosa. Mejor dicho, sutil. Quizás demasiado sutil para los tiempos que corren. El poso que a uno le queda tras visionar la película por primera vez es una inmensa empatía por Arthur Fleck. Esta empatía disminuye progresivamente con los subsecuentes visionados par dar paso a una comprensión cristalina. Arthur no es un villano, desde luego. Pero tampoco es un héroe. Es un tipo con un problema, y es un ser humano complejo. Crear un personaje tridimensional en una película es una hazaña nada desdeñable, pero sería ingenuo pensar que el mensaje va a llegar al público objetivo de esta película. En parte, porque es un mensaje sutil. Quizás demasiado sutil.
Ahora, el bien. Cuenta la leyenda que hubo un período en la historia del cine en la que los mejores talentos de su generación obtuvieron el permiso y el dinero de los grandes estudios para hacer las películas que querían y como querían. Ese tiempo ya acabó, pero en todas las obras maestras que siguieron pueden rastrearse la huella de ese tiempo. Y puede rastrearse su huella porque eran películas incomodas, comprometidas, dolorosas y reveladoras. Incomodo, comprometido, doloroso y revelador son adjetivos que desde luego no pueden definir al Hollywood actual.
Y ahí entra Joker, como un elefante en una charrarería. Su estructura, su luz, su intención y todo lo demás pertenece a ese tiempo perdido, pero su mensaje es radicalmente contemporáneo. Durante dos horas volvemos a vivir en un mundo en el que el cine significa algo y, lo que es mejor, llega a todo el mundo. No a pesar de ser incomoda, comprometida, dolorosa y relevante; si no precisamente por eso.
¿Qué te ha parecido Joker?
- Excelente. Ha ha ha (49%, 150 Votes)
- Notable. Es una agradable sorpresa para el género. ¡Chúpate esa Marvel Studios! (25%, 78 Votes)
- Buena. No está mal, pero no supera las interpretaciones anteriores del personaje. (14%, 44 Votes)
- Regular. Las intenciones no eran malas pero... ¡Me aburro! (6%, 18 Votes)
- Mala. ¿Qué mierda es esta? ¿Dónde está Batman? (6%, 17 Votes)
Total Voters: 307
VALORACIÓN GLOBAL
Daniel Gavilán - 5.5
Eduardo Sesé - 8
Giovanni Casella - 8
Gustavo Higuero - 9
Jordi T. Pardo - 8
Juan Iglesia Gutiérrez - 9
Nacho Pena - 8.5
Raúl Gutiérrez - 7
Sergio Fernández - 6.8
Pablo Menéndez Fernández - 10
8
Loca
Para la redacción el resultado final de Joker es notable, una producción que se separa de la adaptación fácil y prototípica habitual del género de superhéroes para ofrecernos una propuesta más estimulante y subversiva. La fidelidad a las viñetas está en su esencia y no tanto en su forma y pese a sus defectos, sus giros efectistas y repetición de ideas la impresionante interpretación de Joaquin Phoenix lo devora todo.
Creo que Daniel Gavilan esta intentado ganar enteros para entrar como critico de Rotten Tomattoes XXD
Gran película. Me quedo con esta versión del Joker por encima de la de Ledger. Aquella me pareció atractiva pero no deja de ser un Joker que no es un payaso ni hace reír. Es un psicótico con la cara pintada de blanco. A mí entender el Joker es primero un payaso, después un homicida, no al revés ni un agente del caos (?)
Estoy de acuerdo con las críticas mixtas. Es mas, parece que Hollywood nos vuelve a dar una peli donde como cree que es una revolución, como es un villano tridimensional, como es la lucha de clases y como es el cine arte, pero de manera superficial.
Es absurdo que se hable de profundidad, cuando todos son malos con el pobre Arthur y adopta una postura edgy que decae, cuando la sobreexplicacion se ve en las escenas de la vecina, la de su origen, el final y las emociones que relata Arthur en toda la peli.
Así, como las películas de Nolan terminan teniendo la estructura típica de una peli de superhéroes, acá se ve lo mismo cuando tratan de posar como subversivo y termina siendo un adolescente que se viste de negro.
Por lo tanto, más allá de las grandes cualidades de la fotografía y la interpretación, es una película que si no fuera por su actor, sería otro drama de producción típica, como The Master e Inherent Vice.
Reconozco que Inherent Vice es una película que falla en su narrativa al ntentar emular la paranoia de Thomas Pynchon, pero The Master es una película con una densidad intelectual que requiere más de un visionado, porque no sólo trata del origen de la Iglesia de la Cienciologia, tiene múltiples capas tales como la generación de la fe en si misma y la tendencia del ser humano a someterse a los demás, una mirada sobre la historia de EEUU y que sea el espectador quien la construya de manera imperfecta porque es imposible, el aspecto más salvaje de la personalidad humana como contraposición a la idea de ser civilizado, y alguno más seguro que se me escapa, porque es una película lena de secretos y detalles, así que llamarla drama de producción típica cuando ha generado esas ideas me parece demasiado atrevido, te invito a verla otra vez, es de mis películas favoritas de esta década y el culmen del lenguaje cinematográfico de su director. Pero es mi opinión.
Un saludo.
Para mí falla en el tratamiento de esas cuestiones que describis, pero es la obra mejor filmada del Paul.
Es como que no siento esa crítica a los cultos, sino que no se aborda bien.
En cambio, Joker consideró que la catalogación profunda y fuerte, fue muy influyente en mi visionado.
Es mas, es un análisis muy reformista de las cuestiones sociales.
Pero es que el hermetismo del discurso forma parte de la película, y es algo buscado por Paul Thomas Anderson para que sea el espectador encuentre esas pepitas como un sueño que ha que desenredar, es decir, somos nosotros los que también construimos las película, como un pacto tácito entre ambos (espectador-director) y con algún paralelismo respecto a la relación entre los dos protagonistas, para mí es una película fascinante.
Respecto a Joker, coincido que tiene un análisis social muy marcado y como he dicho es en su ambigüedad moral donde reside lo atractivo del discurso, aunque falla en la previsibilidad de los necesarios giros de guión de este tipo de producciones y la simplificación de ese retrato social, demaisado simple para mi gusto.
Un saludo.
Estoy en parte de acuerdo con Daniel Gavilán, no es tan inteligente como se ha vendido y muy morosa de sus precedentes, pero si es cierto que para ser una película de un gran estudio y moverse dentro del ambiente de los superhéroes, es valiente y ambivalente en los aspectos morales y políticos, lo que la hace carne de un debate muy interesante sobre los temas sociales que trata, aunque claro, todo está muy representado con brocha y masticable para el público general. Y ciertamente, el sostén de toda la película es la actuación de Joaquin Phoenix.
Las interpretaciones son brutales y la calidad de la película está ahí, pero no le veo nada de revolucionario y, sobre todo, aunque ya se sabía, lo que no me gusta es que han optado por salirse de cualquier adaptación del cómic (salvo por la inclusión de los Wayne y alguna que otra referencia). Esta película podría haberse llamado de otra manera, haber eliminado las pocas referencias al entorno de Batman y nadie habría notado la diferencia.
Han hecho una película basada en comics con pretensiones de obra maestra pero para ello han renunciado a una gran cantidad de elementos propios de la fuente original.
Estoy de acuerdo con mucho de lo que dicen los redactores , siendo el texto de Gustavo higuero el que mas se acerca a mi opinion de la pelicula. Sin embargo me fallo cuando va al programa de television. La entrada es perfecta, el baile ,su suficiencia, el besar a la mujer.. de haber seguido en esa linea no tendria queja. Porque llevo toda la pelicula esperando (aunque he disfrutado el viaje) para ver al joker, y ahi lo era. En la conversacion con De niro se vuelve a perder por momentos y el asesinato del presentador me da la impresion de que lo comete mas arthur que joker. Y es porque la pelicula quiere cerrar ,ser consecuente con todo lo que nos han contado anteriormente. Para mi no hacia falta, si en ese momento abraza su lado mas comiquero y nos dan un joker sin complejos alejado de la infelicidad de fleck ,les habria quedado mas espectacular . Ademas no creo que lastrara el film que ya han desarrollado .Quizas acabar con un joker en su esplendor ( con lo magnetico que resultaria) hubiera hecho aun mas fervientes esas criticas a lo que incita la pelicula (absurdas para mi). Me quedo con la sensacion de ver al joker al 80% ,destellos , aun le queda un pasito ,pequeño, para serlo del todo. Sobre la actuacion ,impresionante ,el mejor joker,me encanta como se mueve y su trabajo facial ,en la voz como he leido a alguno si puede que ledger sea mejor , en la voz que no en la risa. Creo que ledger es la mejor encarnacion del personaje y phoenix la mejor interpretacion. En resumen gran peli un 8 para mi.