Sabor a menta, de Carlos Giménez

Nueve historias cortas, nueve genialidades de Carlos Giménez.

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Edición original: Sabor a menta (Glénat)
Guion: Carlos Giménez
Dibujo: Carlos Giménez
Formato: Cartoné, 78 pags b/n

Extraña ley, la ley del hombre blanco…

Sabor a menta reúne nueve historias realizadas entre 1970 y 1992. De esas nueve historias, tres (El miserere, El extraño caso del señor Valdemar y La ley) son adaptaciones, dos son alegatos (El futuro empieza hoy, Treinta por minuto), dos son guiones originales de Carlos Giménez (Metro Lavapiés, Sabor a menta), uno está escrito por Víctor Mora (Paraíso perdido) y otro está protagonizado por un escritor (La gotera). De estos nueve relatos, alguno es una obra maestra.

El futuro empieza hoy (publicado en 1974 en las páginas de la Enciclopedia Juvenil Pala) tiene un mensaje muy oscuro para tratarse de una historia en teoría dirigida a los jóvenes. Dos amigos adolescentes (Ana y Raúl) conversan sobre el futuro mientras pasean. Ana opina que el mañana traerá paz, felicidad y progreso para todos. A su lado, una tubería vierte desperdicios en un manantial. En efecto, el futuro empieza hoy.

Paraíso perdido (Especial Fin del Mundo de Metal Hurlant, 1978) es una obra de madurez. En Paraíso perdido, las viñetas de Giménez ganan en amplitud. La puesta en imágenes adquiere dinamismo: los valores de plano cambian en función de las necesidades dramáticas y las angulaciones son más osadas. El detalle es una herramienta al servicio de la expresividad, y no al revés.

Giménez considera El futuro empieza hoy y Paraíso perdido un díptico, pero la diferencia entre las dos historias es abismal. Nada extraño, si consideramos que en los cuatro años transcurridos entre una y otra Giménez ha iniciado Paracuellos, ha contado Barrio y ha completado España una, grande, libre y Koolau el leproso.

Paraíso perdido cuenta la historia (escrita por Víctor Mora) de Leo, el basurero encargado de transportar hasta el gran crematorio en el que se ha convertido el sol el desperdicio definitivo: los restos marchitos de la Tierra. Mientras fantasea con un antiguo amor con su cascorecuerdo Rimenbar, Leo decide inmolarse con la Tierra. Al fin y al cabo, era la Tierra lo que él quería.

La gotera. Carlos Giménez conoció a Francisco Ayala poco después de que este ganara el Premio Nacional de Literatura en 1983. Ayala (autor de Cazador en el alba, Muertes de perro y La cabeza del cordero; exiliado republicano después de la Guerra Civil; profesor de filología, filosofía, derecho y literatura) fue una de las voces literarias más grandes de la España del siglo XX, unánimemente reconocido como un genio. Cuando conoció a Giménez le confesó cual era la gran preocupación de su vida: las goteras. Giménez transformó esta confesión en una breve historia de cuatro páginas, cómica y triste, dulce y oscura.

Metro: Lavapiés se publicó en el especial de Pilote Barcelone-Madrid-París, route de l`aventure (1988). En palabras de Giménez: “Es una historia de homenaje. Homenaje al barrio de Madrid donde yo nací y homenaje a las gentes sencillas y variopintas pero generosas y solidarias de ese barrio”. En esta historia de 4 páginas Giménez adopta un estilo caricaturesco, próximo al cómic infantil francobelga.

En Sabor a menta, sin embargo, Giménez se metamorfosea en dibujante de tira diaria, y adopta el lenguaje narrativo de este modo de expresión. Su versatilidad es increíble y a estas alturas uno podría pensar que Giménez es capaz de hacer cualquier cosa.

Por lo demás, Sabor a menta es una historia típica de Giménez. Un solitario reparador de hornos, Timoteo Manso (es por esta clase de detalles, esta clase de nombres, por los que Giménez puede ser considerado como un continuador de la tradición del cómic español, no un iconoclasta) conoce al amor de su vida en un bar. Lolita es una mujer exuberante y herida. Como de costumbre, todo acabará torciéndose.

Giménez dice que este el mejor guion que ha escrito nunca, y es magnífico, pero a mí me gustan más las historias de amor desgraciado incluidas en Romances de andar por casa. Por otro lado, La ley (una historia que adopta también el lenguaje de la tira diaria) es algo que está fuera de este mundo.

La ley (adaptación del relato Lo inesperado, escrito por Jack London). Fábula moral acerca de la naturaleza de la justicia: una pareja de buscadores de oro debe custodiar a un asesino, perdidos en el invierno del Yukon y atrapados en una cabaña. La pareja y el asesino adoptan e intercambian papeles de víctima y verdugo a lo largo de la narración. Incapaces de soportar la tensión, la pareja improvisa un juicio y condena al asesino a muerte. El asesino es colgado de un árbol, y un grupo de indios acude para dar testimonio. “Extraña ley” dice el jefe indio “la ley del hombre blanco, que obliga a un hombre a bailar en el aíre”.

El extraño caso del señor Valdemar y El miserere también son adaptaciones. El cuento de Poe se ha convertido en un tema (en el sentido pictórico del término) del cómic. Ha sido adaptado por Breccia, Sclavi y Wrighston, entre otros. La adaptación de Giménez apareció en la revista Trinca, y sus conquistas estilísticas son una herencia de El miserere, también publicado en Trinca (en el número de Febrero de 1971).

De El miserere (una historia sobre un hombre que pierde la cordura buscando el arte último; un clásico que comparte alma con el Fausto de Goethe en más de un sentido) de Gustavo Adolfo Becquer, Giménez coge esto:

Todo pareció animarse, pero con ese movimiento galvánico que imprime a la muerte contracciones que parodian la vida, movimiento instantáneo, más horrible aún que la inercia del cadáver que agita con su desconocida fuerza. Las piedras se reunieron a piedras; el ara, cuyos rotos fragmentos se veían antes esparcidos sin orden, se levantó intacta como si acabase de dar en ella su último golpe de cincel el artífice, y al par del ara se levantaron las derribadas capillas, los rotos capiteles y las destrozadas e inmensas series de arcos que, cruzándose y enlazándose caprichosamente entre sí, formaron con sus columnas un laberinto de pórfido.
Un vez reedificado el templo, comenzó a oírse un acorde lejano que pudiera confundirse con el zumbido del aire, pero que era un conjunto de voces lejanas y graves, que parecía salir del seno de la tierra e irse elevando poco a poco, haciéndose cada vez más perceptible.
El osado peregrino comenzaba a tener miedo; pero con su miedo luchaba aún su fanatismo por todo lo desusado y maravilloso, y alentado por él dejó la tumba sobre que reposaba, se inclinó al borde del abismo por entre cuyas rocas saltaba el torrente, despeñándose con un trueno incesante y espantoso, y sus cabellos se erizaron de horror.
Mal envueltos en los jirones de sus hábitos, caladas las capuchas, bajo los pliegues de las cuales contrastaban con sus descarnadas mandíbulas y los blancos dientes las oscuras cavidades de los ojos de sus calaveras, vio los esqueletos de los monjes, que fueron arrojados desde el pretil de la iglesia a aquel precipicio, salir del fondo de las aguas, y agarrándose con los largos dedos de sus manos de hueso a las grietas de las peñas, trepar por ellas hasta tocar el borde, diciendo con voz baja y sepulcral, pero con una desgarradora expresión de dolor, el primer versículo del salmo de David:
¡Miserere mei, Deus, secundum magnam misericordiam tuam!
Cuando los monjes llegaron al peristilo del templo, se ordenaron en dos hileras, y penetrando en él, fueron a arrodillarse en el coro, donde con voz más levantada y solemne prosiguieron entonando los versículos del salmo. La música sonaba al compás de sus voces: aquella música era el rumor distante del trueno, que desvanecida la tempestad, se alejaba murmurando; era el zumbido del aire que gemía en la concavidad del monte; era el monótono ruido de la cascada que caía sobre las rocas, y la gota de agua que se filtraba, y el grito del búho escondido, y el roce de los reptiles inquietos. Todo esto era la música, y algo más que no puede explicarse ni apenas concebirse, algo más que parecía como el eco de un órgano que acompañaba los versículos del gigante himno de contrición del Rey Salmista, con notas y acordes tan gigantes como sus palabras terribles.
Siguió la ceremonia; el músico que la presenciaba, absorto y aterrado, creía estar fuera del mundo real, vivir en esa región fantástica del sueño en que todas las cosas se revisten de formas extrañas y fenomenales.

Y lo convierte en esto:

El miserere es una obra primeriza, y quizás por eso es sencillamente impresionante. No solo muestra un conocimiento absoluto de la alquimia secreta que transforma imágenes en palabras (sonidos y juegos poéticos como “un acorde lejano”, el Salmo de David o “creía estar fuera del mundo real” se transforman en mensajes visuales que se transmiten con eficacia gracias a la reiteración o la soledad en el conjunto).El miserere revela la conciencia del autor. La conciencia de que la partícula expresiva de la historieta no es la viñeta, si no la página. La conciencia, por tanto, de que el cómic podía conseguir cosas que no podía conseguir ningún otro medio.

Las últimas viñetas de El miserere muestran al monje torturado protagonista lanzando sus partituras al aíre. Las partituras vuelan y se transforman en el blanco de la viñeta. Es difícil no ver en este monje a un trasunto de Giménez, y es difícil no escuchar en su muda expresión de angustia un grito (un tañido de campana, un salmo, un miserere) que precede a las convulsiones existenciales que sacudirían el medio diez, quince, veinte años más tarde.

Lo mejor

• El miserere; La ley.
• La maestría gráfica que despliega.

Lo peor

• Algunas historias son un poco más flojas que otras.

Edición original: Sabor a menta (Glénat) Guion: Carlos Giménez Dibujo: Carlos Giménez Formato: Cartoné, 78 pags b/n Extraña ley, la ley del hombre blanco... Sabor a menta reúne nueve historias realizadas entre 1970 y 1992. De esas nueve historias, tres (El miserere, El extraño caso del señor Valdemar y La…

Sabor a menta, de Carlos Giménez.

Guion - 10
Dibujo - 10
Interés - 9

9.7

Magistral.

Un recopilatorio sensacional.

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