Era el mejor de los tiempos y era el peor de los tiempos; la edad de la sabiduría y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad… Con estas palabras comienza la novela de Charles Dickens Historia de dos ciudades y, en el mismo párrafo, el autor vino a indicar que la época en la que transcurría su relato es muy parecida a la del tiempo en el que éste había sido escrito. Todo lo poseíamos, pero nada teníamos, añade, de modo que, cuando se planteó la idea de hacer un homenaje a maese Miura, recordé estas palabras y el momento en el que descubrí, por primera vez,
Corría el año 1996 cuando, por primera vez, llegó a los quioscos y librerías celtibéricos una edición en español de
Por mi parte, llevaba seis años viviendo en Tenerife. Había terminado la carrera y empezado a trabajar. Tres meses antes, en octubre de 1995, había empezado a hacer un programa sobre videojuegos, cómic, rol y anime en Radio Campus, la emisora de la Universidad de La Laguna. Así las cosas, la necesidad de nutrir de noticias un programa semanal y la curiosidad por leer cosas distintas, después de siete años de predominio marveliano-superheroico me llevó a buscar otras obras, alejadas de los productos de la casa de las ideas. Así descubrí las publicaciones de Zinco -cuando la recordada editorial afrontaba su acto final- y me acerqué al tebeo japonés.
Para alguien que se había criado en la isla de La Palma, la doble insularidad era un hándicap importante, si querías asumir la condición de lector regular de tebeos. Una vez desaparecida Bruguera y, descontando ciertas publicaciones, la llegada de material de editoriales como Forum o Zinco era, cuando menos, accidentada. En Tenerife, había una cadencia más regular, definida por un retraso de entre tres y seis semanas y unas publicaciones que sólo podían conseguirse en tiendas especializadas o, mejor dicho, en la única tienda que existía en esos momentos. A día de hoy -La libreta de Van Gaal dixit- todo esto queda y suena como las batallitas del abuelo Cebolleta, pero, en su momento el cambio de residencia supuso la posibilidad de ampliar los horizontes, las lecturas y la posibilidad de poder ver cómo continuaba tal o cual historia, porque existía la oportunidad de acceder al siguiente número. Gracias a eso, cuando la edición oficial de Dragon Ball desembarcó en España, junto a otros títulos provenientes del país del sol naciente, tuve ocasión de echarles un ojo. Como decían en la portada de algunos tebeos, nada volvió a ser lo mismo.
El primer tercio de la década de los noventa del siglo pasado supuso el redescubrimiento del anime por estos barrios. As como en los setentas obras como Heidi, Marco, Mazinger Z o La Batalla de los Planetas se habían convertido en icónicas de las generaciones que las disfrutaron, quince años más tarde fue el turno de Dragon Ball, Los Caballeros del Zodiaco o Ranma 1 / ½. En 1992 llegaba el manga para quedarse y, apenas un año después, veía la luz en los videoclubes de por aquí el sello Manga Vídeo, que nos trajo las películas para el mercado doméstico de las aventuras de Goku y compañía, así como obras como El Puño de la Estrella del Norte. El «manganime» es la nueva moda, frente a unos superhéroes que sufrían las consecuencias de la implosión de la burbuja especulativa y con unas fuertes conexiones con el campo del videojuego. Consolas como la Sony Playstation o la Sega Saturn serán las que cambien definitivamente el mercado en Europa, donde los ordenadores domésticos habían sido reyes indiscutibles durante los días de los 8 y los 16 bits. El lanzamiento de Street Fighter II: The Animated Movie en 1995 y de la mano de Manga Vídeo es un buen ejemplo del creciente de los efectos positivos que, en el plano comercial, tiene esa interacción, no resultando extraño que la franquicia de CAPCOM fuera explotada también en el campo de la viñeta, como con la maxiserie que Glénat trajo a estos pagos en 1994.
Para mediados de la década, el manga y el anime ya son parte del paisaje habitual de los estantes. La televisión de pago estrena 1996 con la emisión -en Canal Plus- de Record of Lodoss Wars y las editoriales intentan repetir el incontestable éxito de
De forma paralela, un poco antes de que aparecieran los foros interneteros como producto de consumo masivo de la comunidad internauta y mucho antes de que a la televisión llegara el modelo «sálvame-chiringuito» surgieron publicaciones cuya vocación era la promoción de todo producto llegado desde el país del sol naciente, pero mediante el uso de una estrategia confrontadora y un tanto agresiva. Lo novedoso era lo bueno y, ante la ausencia de datos -recuérdese de nuevo que Internet era un recurso que no estaba al alcance de todo el mundo- la promoción pasaba por poner de chupa de dómine todo lo que no fuera o pareciera de origen japonés. La ausencia de material se compensaba -es un decir- con una producción propia que era al manga lo que la Italian exploitation era al cine hollywoodiense. En fin, cosas que hoy en día se recuerdan con cariño pero que, en su momento, causaban mucha vergüenza ajena. En un de aquellas publicaciones aparecía la referencia al lanzamiento de Berserk, diciendo que aquel manga era tan bueno como el mejor Conan. Ése fue mi primer contacto con la obra de don Kentaro.
Llámenme ustedes maniático, pero, cuando alguien intenta venderme un producto por el sistema de rebajar a la presunta competencia, me posiciono automáticamente en la casilla contraria. En su momento, cuando el anime volvió a la televisión española, me resultó escandaloso que, en un campus de verano, el responsable de los D’Ocón Studios promocionara sus series por el sistema de atacar los «repetitivos» dibujos animados nipones. Pero, hay que reconocerlo, la provocación siempre ha sido una técnica de ventas muy efectiva porque, hablen mal o hablen bien, el respetable público habla del producto y, por un instante, se gana la gloria y, por aquellos días, yo había empezado a leer algo de las aventuras de Conan de Cimmeria, a través de La espada salvaje de Conan y de los tomos de La saga de Conan y Bêlit. Roy Thomas y John Buscema en estado de gracia y, como diría Carlos Pumares, en glorioso blanco y negro. Así pues ¿por qué no echarle un tiento a ese tal Gatsu? El primer número cayó, tras una fugaz visita a la librería especializada. Muy pronto me di cuenta de que las comparaciones entre el bárbaro cimerio y el guerrero negro no se sostenían. El protagonista era, como el de los relatos de a duro de Robert E. Howard, un bizarro moreno con cara de pocos amigos, hábil con la espada y con cierta predisposición a enfrentarse con elementos sobrenaturales. Ahí acababan los parecidos -si dejamos de lado que Conan y Guts también comparten el ejercicio de la profesión de mercenario- dejando la valiosa lección de que una comparación desafortunada puede hacer más daño que viene, a la hora de vender un producto que, de antemano, cuenta con méritos propios para ser valorado. Aún reconociendo la presencia de ciertos elementos comunes -como la presencia de elementos fantásticos o la ambientación bajomedieval que comparten ciertos reinos hiborios y el mundo de Guts- solamente puede concluirse que éstos son, en el mejor de los casos, superficiales. El punto más cercano de unión entre uno y otro personajes fue reconocido por el autor nipón en una entrevista, cuando comentó que los elementos místicos y de fantasía oscura de su obra se debían tanto a la película Conan el Bárbaro como a Excalibur, pero, por lo que a la primera fuente se refiere, hay que recordar que se trata de una versión del personaje que se aleja bastante del canon «comiquero».
Por otra parte ¿cómo pueden valorarse obras con una trayectoria tan distinta? Dejemos de lado el asunto de sus orígenes y centrémonos en el noveno arte: como recordaba mi colega Mònica Rex García -en su conferencia en el II Seminario Zona Negativa de la Semana del Cómic de La Laguna- los manga son, por lo general, obras autorales, en tanto que los comics de editoriales como Marvel -donde Conan de Cimmeria vuelve a ver contadas sus aventuras- son controladas por la empresa. Por mucho que se reconozca a autores como Roy Thomas, Barry Windsor-Smith o John Buscema su invaluable aportación a la construcción del mito hiborio en la viñeta, su trabajo constituye sólo una parte del total de publicaciones en cómic hechas a partir de las creaciones de Howard. Por su parte, Miura dedicó a Berserk la mayor parte de su vida profesional y mantuvo el control sobre su obra durante las tres décadas que ha abarcado su irregular publicación.
En conclusión, diría que, más allá del medio en el que se han contado predominantemente sus historias, lo único que tienen en común Conan y Guts es el hecho de que sus respectivos creadores dejaron este mundo antes de tiempo, dejando a la parroquia lectora con la pregunta, imposible de contestar, de qué hubieran podido llegar a contarnos de haber estado más tiempo entre nosotros.
Mi lectura del primer número de