Edición original: Marvel Comics – septiembre 2008 – febrero 2016
Edición España: Panini Comics – abril 2016
Guión: Jeph Loeb
Dibujo: Tim Sale
Entintado: Tim Sale
Color: Dave Stewart
Portada: Tim Sale
Precio: 16,10 € (tomo en tapa dura de ciento sesenta páginas
Debo empezar confesando que nunca he sido especialmente aficionado a la serie colorida que Jeph Loeb y Tim Sale realizaron para Marvel. Había descubierto a este tándem creativo a través de Batman –El Largo Halloween y Victoria oscura- y Superman -Las cuatro estaciones- y aquellas incursiones en la edad de plata me resultaban un tanto innecesarias. Bien era cierto que las ilustraciones de don Tim eran espectaculares en todos los casos y que su talento seguía siendo incontestable, pero tenía la sensación de que, al contrario de lo que sucedía con el último (ejem) kriptoniano o con el caballero nocturno, esos paseos hacia el pasado no terminaban de aportar nada que fuera mínimamente relevante al bagaje del cuernecitos o el trepamuros. Cuando leí, allá por el otoño de 2002, el tomo que Loeb y Sale dedicaron a los primeros tiempos de Daredevil, mi sensación fue la de tener entre mis manos un tebeo muy bien hecho, con un buen conocimiento del material que se pretendía homenajear, pero sin nada más que añadir, más allá de esa condición panegírica. Veinte años después, comprendo que la intención de los autores no era otra que la de hacer un viaje deliciosamente nostálgico hacia unos tiempos en los que el universo marveliano era joven. Es así que me enfrenté a la lectura de la que, al fin y a la postre, sería la última colaboración en esta línea de estos dos caballeros y que les llevaría a viajar, una vez más, a una época pretérita, para encontrarse con un personaje un tanto más vetusto que sus predecesores: el Capitán América.
Quien haya leído las distintas entregas de esta serie cromática, habrá caído en la cuenta de que el juego de escoger colores tiene siempre una razón evidente, relacionada con el uniforme o color de pellejo del personaje. A esta idea puede sumarse una interpretación más sutil, en la que la tonalidad elegida evoca, a su vez, otro concepto, no siempre traducible. Así, por ejemplo, siendo el amarillo el color predominante en el primer uniforme de Daredevil, también simboliza el miedo, algo que el amigo Matt Murdock no parece tener o, mejor dicho, sabe cómo vencer. Una mirada al azul asignado a Spider-Man o al gris vinculado a Hulk, permitiría encontrar o jugar a hallar paralelismos similares y, asumiendo esa interpretación -que he podido encontrar en otras aproximaciones a estas obras- me planteo que, en el caso del Capitán América, el color escogido tiene una carga simbólica mayor que en los casos anteriores o, al menos, equiparable al del trepamuros.
Si tenemos que hablar del Capi y sus colores, resulta casi perogrullesco mencionar su identificación con la bandera estadounidense. El rojo, el blanco y el azul componen la variedad cromática del uniforme de este vengador al que, en no pocas ocasiones, se ha dado el adjetivo de abanderado. En su versión más idealizada, se identifica con los valores ideales que dan la razón de ser a su país. Es el sueño americano, que no el modo de vida americano, el motor que mueve a Steve Rogers a entregarse a la causa que simboliza su álter ego, vistiendo el manto tricolor e imponiendo su identidad súper-heroica a su felicidad personal. Autores tan distintos como Jack Kirby, Steve Englehart o Mark Gruenwald, por citar tres ejemplos, expresaron de diversas formas esta premisa, que es la piedra angular de un personaje que, de otra forma, resultaría mucho menos interesante y, desde luego, mucho más impopular, más allá de las fronteras estadounidenses. Sin embargo y, al menos, así lo entiendo yo, la elección del blanco como color definitorio de la miniserie no obedece tanto al hecho de que sea uno de los tres del uniforme-bandera sino que, como en el caso de Spider-Man, evoca además algo más. Así como el azul -blue- evoca en inglés a la tristeza, el albo que se asigna al Capi se hace en contraposición a la oscuridad porque, no se debe olvidar y se ha de repetir, estos paseos nostálgicos implican viajar a una etapa clásica y definitoria del personaje de turno. En el caso del cabeza alada, ello implica un garbeo hasta la II Guerra Mundial.
Es bien sabido que el Capitán América que conocemos se recupera para la edad de plata en las páginas del cuarto número de la colección protagonizada por los Vengadores. Stan Lee y Jack Kirby nos presentan a un héroe fuera de su tiempo, el cual tiene que asumir que la Tierra ha seguido girando mientras él estaba en animación suspendida y que buena parte del mundo que conocía ya no existe. Lo único que tiene son recuerdos y la amargura por la pérdida de su compañero de armas, James Buchanan Barnes, Bucky. Rogers se aferra a su condición de símbolo, a su nom de guerre y a la identidad que lleva aparejada porque no tiene otra cosa. En realidad, no sería desacertado decir que nunca la tuvo, habida cuenta de los avatares de su existencia antes de embarcarse en el proceso de selección para convertirse en súper-soldado. Es este Capitán América el que Loeb y Sale escogen y, teniendo en cuenta una vez más el carácter de homenaje a los clásicos que tienen estas miniseries, el oponente de esta ocasión está también decidido de antemano: Cráneo Rojo.
Muchos son los autores que han pasado por las páginas de las distintas colecciones dedicadas al Capi pero, si de clásicos hablamos, resulta inevitable referirse a los trabajos de Stan Lee y Jack Kirby. En su condiciones de amanuenses, contarán unas aventuras en las que, sobre todo de la mano del rey, veremos emoción a raudales, acción desenfrenada y, cada cierto tiempo, un complot orquestado por el hombre que fue moldeado por Hitler, para ser el arquetipo del buen soldado nazi. Sale y Loeb presentan a Johann Schmidt como el reverso tenebroso del Capitán América, en unos términos que recuerdan a lo que, quince años antes, hicieran Fabian Nicieza y Kevin Maguire en Centinela de la Libertad. Así como Cráneo Rojo es el símbolo de las fuerzas de la oscuridad, el Capi asume el blanco, como el color de una luz intensa que está llamado a disipar las tinieblas. La luminosidad y la sombra como símbolos de la eterna lucha entre el bien y el mal.
Otro de los aspectos comunes de las aventuras narradas en la serie cromática es la presencia de una historia de amor. Sin embargo, aquí la regla tendrá una variante interesante, en la medida en la que la relación que se convierte en pieza fundamental del relato no es sentimental, sino de una camaradería que no deja de ser otra forma de amor. Bucky es el compañero del Capitán América pero, al contrario de lo que sucede con los adláteres deceeros, la relación no es de mentoría o tutelaje, sino fraternal. Barnes puede ser más joven que Rogers pero, en muchos aspectos, tiene más experiencia en la vida que este último. De nuevo, se da otra vuelta de tuerca a las propuestas planteadas en su momento por Nicieza y Maguire, demostrando que el joven James es algo más que un mero escudero al que rescatar. Bucky ayuda a Steve a ganar confianza y a fortalecer su determinación para convertirse en un símbolo porque, no lo olvidemos, el experimento no era para la creación de un súper-héroe, sino la de un ejército de soldados que estuvieran en el pináculo de las virtudes físicas humanas. La añoranza que, a lo largo de los años, Rogers experimenta, no se plantea solamente respecto del hecho de que su amigo muriera durante una misión sino que, además, es la pérdida de quien, con su apoyo, le enseñó a creer en sí mismo, galvanizando su determinación de servir, primero a su país y, más tarde, a los ideales a los que éste debería tender.
La publicación de esta aventura fue, cuando menos, accidentada. Siete años separan la publicación del primer capítulo, que funciona a guisa de prólogo, del siguiente. Ya para la salida de la entrega inicial, Ed Brubaker y Steve Epting habían traído de vuelta a Barnes, convertido en el Soldado de Invierno. Uno de los pocos difuntos que tenía la etiqueta de intocable retornaba al mundo de los vivos, pero, para lo que a esta miniserie interesaba, este detalle no era relevante. Durante los cuarenta años precedentes y, especialmente en los sesenta y los setenta, el Capi se había fustigado por la muerte de su camarada. La ambientación de la historia, que se mueve entre el teatro europeo de la II Guerra Mundial y la incorporación del abanderado a los Vengadores, aporta a un protagonista para el que la pérdida se ha producido hace apenas unas horas y al que el tormento derivado del sentimiento de culpa.
La publicación de