No cabe duda de que Batman: El Largo Halloween es uno de los grandes hitos del cómic americano. Jeph Loeb y Tim Sale no sólo le dieron forma a una de las historias más memorables del Hombre Murciélago, sino que además ayudaron al género de superhéroes, tan enquistado como estaba en los excesos propios de la década de los noventa, a reencontrarse a sí mismo y a explorar nuevos caminos expresivos. Pero aquella obra fundamental no surgió de la nada. De hecho, tuvo un claro precedente en uno de los primeros trabajos de la pareja creativa para Marvel: una miniserie menor de la franquicia mutante protagonizada por dos de los personajes más populares del momento, Lobezno y Gambito.
En homenaje a la figura de Tim Sale, vamos a echarle un vistazo a esa serie limitada, vamos a explorar qué es lo que la hizo especial cuando se publicó en 1995 y vamos a buscar en sus páginas el germen de lo que luego sería El Largo Halloween. Quizá incluso nos atrevamos a imaginar cómo hubiese cambiado la franquicia mutante si aquella historia de Batman no hubiese existido y sus autores se hubiesen quedado en la Casa de las Ideas para lanzar un proyecto similar dedicado a los Hombres-X. ¿Te apuntas?
Un poco de contexto: la franquicia mutante a principios de los noventa
En agosto de 1991, el X-Force #1 de Rob Liefeld rompió todos los récords de ventas previos, alcanzando la sorprendente cifra de cinco millones de copias vendidas. En octubre de ese mismo año, el X-Men #1 de Chris Claremont y Jim Lee aplastó ese récord, llegando a los ocho millones de copias. El hecho de que aquellas desmesuradas cifras se debieran en gran parte a la especulación, acrecentada por reclamos como las múltiples portadas variantes, no pareció importar demasiado a los editores. La burbuja del cómic americano había llegado a su punto álgido y el negocio iba viento en popa. En ese momento, la franquicia mutante se había convertido con diferencia en la más exitosa de Marvel y generaba dinero a espuertas. Sus artistas se habían enriquecido y eran vistos como auténticas estrellas del rock. Sin embargo, sabían que la editorial seguía llevándose la mayor porción del pastel al ser la propietaria de los personajes.
En lo que supuso un auténtico éxodo, muchos de esos artistas de la franquicia mutante abandonaron Marvel en 1992 para fundar su propia editorial, Image Comics, en la que conservarían todos los derechos sobre sus creaciones. Rob Liefeld dejó X-Force, Jim Lee dejó X-Men, Whilce Portacio dejó Uncanny X-Men y Marc Silvestri dejó Wolverine, generando de paso una auténtica crisis en la línea mutante. ¡Los títulos más vendidos se habían quedado de golpe y porrazo sin los artistas que habían elevado sus ventas hasta la estratosfera! Los editores tuvieron que buscar con rapidez a unos dibujantes clónicos con un estilo similar al de sus predecesores, como ese joven Andy Kubert que tan bien sabía imitar los lápices de Jim Lee, para llenar el vacío. Además, para evitar que pudiese repetirse una crisis similar pasaron a ejercer un férreo control sobre los contenidos de las series.
Circulan historias de aquellos años en las que se habla de cambios incomprensibles en los guiones y de dibujos modificados por un ente abstracto que pronto empezó a denominarse como “Oficina-X”. La Oficina-X ostentaba el poder absoluto sobre las colecciones de la franquicia mutante y podía hacer o deshacer a su antojo. Sus cómics habían quedado encorsetados por una serie de principios de los que no se podían desviar… y cuando lo hacían la Oficina-X actuaba con contundencia para devolverlos a su camino. Había unas reglas que debían mantenerse a toda costa.
La primera regla fue mantener al máximo la estética que Liefeld, Lee y compañía le habían imprimido a los mutantes. Eso acabó generando una serie de escenarios y un reparto de personajes despojados de toda naturalidad. En cuanto a los escenarios, tanto la mansión en la que residía la Patrulla-X como las bases de sus diversos grupos derivados eran escenarios propios de la ciencia ficción y repletos de alta tecnología. También los combates contra los villanos se libraban en bases de este tipo, por no hablar de la omnipresente amenaza de los futuros distópicos dotados de tecnologías imposibles. El mundo real debía quedar de lado a favor de estas futuristas estampas high-tech. En cuanto a los personajes, estos cómics parecían a veces un desfile de modelos en los que los Hombres y Mujeres-X posaban para el lector sin ningún motivo en particular. Era sabido que la Mansión-X debía estar siempre habitada por mujeres de cintura de avispa y generosas curvas adoptando poses sugerentes. También los personajes masculinos se debían presentar siempre hipermusculados, viriles, imponentes. Por orden editorial, la fealdad debía ser desterrada, limitándose en todo caso a los villanos o a los personajes secundarios.
La segunda regla tenía que ver con mantener la pureza ideológica de la franquicia, lo que solía llamarse el “credo mutante”. Charles Xavier se había convertido en el santo patrón del homo superior, una especie de mesías de infinita generosidad e intachable moral. Cuestionar las acciones del Profesor-X era poco menos que impensable y los Hombres-X lo defendían con tanta convicción que rozaban el fanatismo. Daba igual que Xavier se hubiese presentado en el pasado como un hombre que escondía muchos secretos y que había tomado decisiones cuanto menos cuestionables, que su Patrulla-X siempre debía estar dispuesta a dar la vida por su cruzada para obtener la convivencia pacífica entre humanos y mutantes. Evidentemente, todos los argumentos debía girar en torno a este credo mutante, a ser posible de forma explícita, con los personajes lanzando constantes peroratas sobre el «sueño de Xavier».
La tercera regla consistió en mantener los argumentos constantemente interrelacionados. Daba igual que cada colección fuese diferente, pues sus historias siempre debían acabar cruzándose en el evento anual de turno. Dicho evento, además, debía tener presente a uno de los tres grandes villanos de la franquicia: Magneto, Apocalipsis o Siniestro. La amenaza de Magneto y de sus Acólitos se turnaba con la de Apocalipsis y sus Jinetes, con Siniestro haciendo apariciones esporádicas para liar aún más las cosas (como aquella vez que se le “escapó” que había un tercer hermano Summers por ahí). Llegada la mitad de la década de los noventa y visto el éxito de uno de sus eventos veraniegos, La Era de Apocalipsis, el papel de Apocalipsis quedó reducido a proclamar la llegada definitiva de su tan cacareada era cada vez que tenía la oportunidad. De esta forma, la franquicia mutante debía orbitar siempre alrededor de sus mismos temas y, además, debía ser endogámica. En caso de cruzarse con otros personajes marvelitas, debería llevar siempre la voz cantante (Lazos de Sangre o la saga de Onslaught son dos ejemplos en los que el Universo Marvel de la época tuvo que bailar al son de los Hombres-X). En definitiva, el microcosmos mutante debía ser casi un universo aparte, sometido siempre a un gran escrutinio editorial.
Todas estas reglas eran, por supuesto, para mantener a los autores bajo control. Si empezaban a resultar problemáticos se les debían cortar las alas con rapidez antes de que se produjese otro episodio como el que dio a luz a Image. Si una línea argumental no gustaba a los editores, debía reorientarse o borrarse por completo. Si una ilustración resultaba incómoda por algún motivo, se modificaba sin pudor (en ocasiones sin que el propio autor lo supiese hasta ver el cómic impreso). Para eso estaba la Oficina-X, después de todo. Las interferencias editoriales fueron constantes en esos años… y no se relajaron ni siquiera cuando la burbuja del cómic explotó finalmente y el mercado entró en recesión. Marvel, gracias a una mala gestión por parte de sus directivos, se declaró en bancarrota en 1996, pero la Oficina-X siguió como si nada. Las cosas no empezaron a cambiar hasta que Joe Quesada fue nombrado editor en jefe cuatro años después y se empezó a dotar de auténtica libertad creativa a los autores de la franquicia.
No obstante, no todos los cómics publicados entre el éxodo de los autores de Image y la llegada de los New X-Men de Grant Morrison fueron realmente malos. Incluso durante el reinado de la Oficina-X se publicaron cómics que lograron escapar del encorsetamiento al que había quedado condenada la línea mutante; cómics que se distanciaron de las homogeneidad de sus colecciones hermanas. Algunos de ellos brillaron con un estilo artístico radicalmente distinto al que imperaba en aquellos años (que o bien consistía en clonar a Jim Lee o en imitar el amerimanga que Joe Madureira había probado en los mutantes con gran éxito durante La Era de Apocalipsis). De vez en cuando, podía encontrarse alguna pequeña joya oculta.
Por ejemplo, en 1996 la miniserie Cíclope y Fénix: El origen de Mister Siniestro de Peter Milligan y John Paul Leon nos presentó una historia que, si bien giraba en torno a Apocalipsis y Siniestro como estaba mandado, estaba muy influenciada por el terror victoriano. John Paul Leon, todo un maestro del claroscuro, nos ofreció una estética elegante y sofisticada sin renunciar a lo abigarrado y lo dramático.
Otro ejemplo del mismo año sería el especial Arcángel: Alas fantasmales, de Peter Milligan y Leonardo Manco, un número introspectivo dedicado a explorar el mundo interior de Warren Worthington. El hecho de ser publicado en blanco y negro ayudó a potenciar la expresividad de las bellas ilustraciones de Manco, que parecían casi impropias de un cómic de superhéroes.
Estos ejemplos sirven para ilustrar que hasta en esos tiempos de férreo control se proporcionó cierto margen para la experimentación artística. La miniserie de la que vamos a hablar a continuación podría ser uno de esos casos excepcionales, una historia protagonizada por los dos mutantes más populares entre los lectores de los noventa que se alejaba de las bases de alta tecnología, de las poses de póster y de los mismos argumentos de siempre para adentrarse en el género noir; un género caracterizado por el feísmo de sus personajes, la ambigüedad moral de sus acciones y, sobre todo, por el tono cínico que lo impregnaba todo.
Cuando Jeph Loeb y Tim Sale llegaron a Marvel
A principios de la década de los noventa, Jeph Loeb y Tim Sale publicaron Los Investigadores de lo Desconocido, un proyecto que pese a sus atrevidos experimentos narrativos y su frescura pasó desapercibido entre los lectores. Entonces ambos autores eran prácticamente unos desconocidos: Loeb venía del cine y apenas había escrito nada para la industria del cómic, mientras que Sale había participado en una miniserie del Grendel de Matt Wagner y poco más. El tiempo acabaría convirtiendo ese primer proyecto en una obra de culto, pero en ese momento sólo sirvió para que los editores se fijasen en sus autores.
A Archie Goodwin, el editor de DC, le gustó la labor del dibujante, así que le encargó una historia para Legends of the Dark Knight. No mucho después, Sale pidió a Loeb como guionista para elaborar una serie de especiales de Batman que sirvieron para que Marvel le echase el ojo a su compañero. La Casa de las Ideas le ofreció a Loeb la colección de Cable a partir de su número 15. Cuando llegó La Era de Apocalipsis, dicha serie fue sustituida por X-Man, cuyo personaje principal fue cocreado por él. Una vez asentado en la franquicia mutante, el guionista hizo lo esperable y se trajo con él a su colega.
La pareja se encargó entonces de una historia corta publicada en el anual de 1994 de la Patrulla-X. Aquel pequeño experimentó tuvo como protagonista al Hombre-X Bishop, que rememoraba a sus dos compañeros caídos, Randall y Malcolm, mediante una simulación holográfica de la Sala de Peligro. En el momento en el que se publicó, Bishop no era un personaje conocido precisamente por su capacidad para la introspección. Más bien era un pistolero de una fuerza policial violenta procedente de uno de los muchos futuros apocalípticos de la franquicia. Sin embargo, Loeb y Sale encontraron la humanidad escondida bajo su hierática apariencia. En apenas unas pocas páginas supieron explorar su sentido del deber, la sensación de fracaso que experimentaba por no haber podido salvar a sus compañeros y sus dificultades para abrirse a sus nuevos compañeros de la Patrulla-X. Y lo hicieron poniendo en práctica unos recursos que irían refinando en sus siguientes obras, en especial la contraposición entre el monólogo interior del personaje incluido en los cuadros de texto y las acciones ilustradas en las viñetas.
El resultado debió satisfacer a los editores, pues les dieron luz verde para que se encargasen de un proyecto más ambicioso: una miniserie de cuatro números en la que Gambito viajaría a Londres para investigar los crímenes de un asesino en serie que parecía continuar con la obra del célebre Jack el Destripador… y se encontraría que el principal sospechoso de los asesinatos no era otro que su compañero Lobezno.
Lobezno y Gambito: Víctimas, un noir mutante
Sólo por su planteamiento ya nos podemos imaginar que esta no fue la típica miniserie mutante noventera. Las bases tecnológicas, la Mansión-X y el Pájaro Negro dejaban paso a las sombrías y húmedas callejuelas londinenses, mientras que las poses de póster eran sustituidas por un Gambito desaliñado y amargado tras haberse separado de su pareja, Pícara, y por un Lobezno que a duras penas era capaz de mantener bajo control su naturaleza feral. Aquí los héroes tenían pocas oportunidades de comportarse como tales, pues el asesino ya se había cobrado cinco víctimas en el momento en el que entraban en juego. Además, ambos estaban personalmente implicados en la investigación y eso los hacía poco fiables. ¡Uno de ellos incluso era el sospechoso principal! Desde las primeras páginas imperaba un tono cínico y derrotista propio del género negro. Daba la impresión de que lo único que tenía ese historia de superhéroes eran los trajes de colores, que se antojaban más como una imposición externa que como una decisión por parte de los autores.
El color de Gregory Wright era un tanto convencional y en ocasiones chocaba con el tratamiento del dibujante, que demandaba unas paletas de color más sobrias. Aún así, los cuatro números se movieron a través de una gama de colores fríos en los que primaban los tonos azulados y verdosos. Por su parte, el dibujo de Sale optó por embellecer a los personajes femeninos al mismo tiempo que caricaturizaba a los masculinos. Tanto las víctimas del asesino como la mujer que acompaña a los mutantes en su investigación se muestran etéreas y estilizadas, mientras que Lobezno y Gambito se presentan desgarbados, con los rostros enjutos y con frecuencia distorsionados en muecas agresivas. Este proceso de caricaturización alcanzaba su máxima expresión en la figura del villano, que abandonaba cualquier pretensión de tener unas proporciones verosímiles y aparecía con una permanente sonrisa psicótica, abrazando su deformidad y su locura.
En este tratamiento de los personajes ya se empezaba a intuir lo que se vería más tarde en El Largo Halloween con la contraposición entre personajes femeninos como Catwoman o Hiedra Venenosa y personajes masculinos como el Joker o Dos Caras. No olvidemos que el hecho de exacerbar la belleza femenina mientras se exagera la fealdad masculina es un recurso muy propio del género negro. Las mujeres son el último atisbo de belleza en un mundo en el que la violencia y la corrupción campan a sus anchas… pero acercarse a esa belleza siempre supone un gran peligro.
El rol de femme fatale estaba interpretado aquí por Martinique, la hija del ilusionista mutante Mente Maestra, que debutó precisamente en esta miniserie. Martinique derrochaba esa belleza etérea que mencionábamos y no tenía inconveniente en engañar y manipular a nuestros protagonistas. No obstante, por muy deplorables que fuesen sus actos, también conservaba cierto sentido de la justicia. Era un personaje algo más complejo de lo que podía esperarse de un villano de la franquicia mutante en los noventa, desde luego, pero sin alejarse de los estereotipos del noir.
En cuanto al villano masculino, el elegido fue Arcade, el constructor del parque de atracciones letal conocido como Mundo Asesino. En sus apariciones previas, Arcade se había inspirado en el actor Malcolm McDowell en La Naranja Mecánica. Era un personaje que se divertía preparando enrevesadas trampas mortales a sus víctimas y que ofrecía sus servicios como asesino al mejor postor. La Patrulla-X y Excalibur ya habían tenido el dudoso honor de pasar por Mundo Asesino, por lo que se trataba de un viejo conocido de la franquicia. Sin embargo, era prácticamente inofensivo una vez se veía despojado de sus mecanismos y trampas… o al menos así había sido antes de la llegada de los noventa. Durante esta década muchos de los personajes menores de la línea mutante se llevaron hasta el extremo y por eso Arcade se presentaba en esta miniserie con la mitad del rostro deformado por unas terribles quemaduras.
Loeb y Sale tuvieron la acertada idea de hacer de Arcade un auténtico psicópata, despojándole de ese aspecto naif de sus primeras apariciones y acercándolo más a la violencia descarnada que caracterizaba a su homólogo cinematográfico. De esta forma, Sale exageró sus facciones y las volvió mucho más perturbadoras. Su sonrisa demente y su mirada desorbitada casi se podrían considerar un precedente del Joker al que luego dibujaría el artista en El Largo Halloween y Victoria Oscura. Y lo que era aún más importante: los autores dejaron claro con el giro final de la historia que Arcade seguía siendo peligroso incluso sin los recursos de su Mundo Asesino. Después de todo, las formas más brutales de violencia no necesitan de retorcidas atracciones ni de robots de la muerte.
Si Martinique era la femme fatal y Arcade el villano, Gambito fue el encargado de desempeñar el papel principal en toda historia de género negro: el del detective. Y en este caso era un detective noir con todas las de la ley, incluyendo la sempiterna adicción al tabaco. El texto hacía constantes referencias al tabaco y Sale dibujó a Gambito nervioso e irritado cuando no recibía su dosis de nicotina, dándole un cierto toque mundano a sus andanzas. Además, como todo buen detective noir, el cajún se implicaba en el caso a causa de una mujer, en concreto por una vieja conocida de la policía londinense, Alexandra, que había muerto a manos del misterioso asesino.
Quizá la secuencia mejor plasmada por el artista sea el flashback con el que arrancaba el tercer número y que nos narraba el primer encuentro entre Gambito y Alexandra. Una vez más, se trataba de una serie de escenas con los pies sobre la tierra, casi cotidianas, en las que los personajes derrochaban humanidad. La naturaleza sobrehumana y los poderes mutantes quedaban a un lado para centrarse en los personajes y sus interacciones, en un cambio muy agradecido respecto a otros cómics de la franquicia durante esta época. Recordemos los monólogos sobre el sueño de Xavier, la angustia constante sobre ser perseguidos y odiados por un mundo al que habían jurado proteger y las enrevesadas tramas con numerosos viajes en el tiempo y paradojas temporales. Aquí había un asesino, un detective que le seguía la pista y poco más.
La casualidad quiso que Gambito se encontrase en un buen momento para ejercer el papel de detective amargado, pues por aquel entonces las colecciones mutantes nos habían mostrado que Pícara se había separado temporalmente de él. La Mujer-X necesitaba distancia para poner en orden su cabeza, en la que de vez en cuando se colaban los recuerdos que había absorbido de Gambito gracias al beso que le había dado cuando pensaba que el mundo estaba a punto de acabarse (al final de La búsqueda de Legión, el preludio a La Era de Apocalipsis). Por tanto, en esas fechas Gambito derrochaba un cinismo aún mayor que el habitual.
Otro que pasaba por un momento peculiar era Lobezno, que tras ver cómo Magneto le arrancaba el adamantium de los huesos notaba que su faceta animal se iba apoderando cada vez más y más de él. En efecto, esta historia pertenece a la etapa en la que Lobezno lucía unas garras de hueso. Aunque el texto no lo referenciaba y el dibujo de Sale no lo destacaba en exceso, ciertas sutilezas delataban esta circunstancia: la ausencia de los típicos destellos cuando la luz impactaba sobre el metal, la textura rugosa de las garras…
Es mejor no dar muchos detalles sobre el papel de Lobezno en esta historia, ya que se trata del principal sospechoso de los crímenes y cualquier detalle desvelaría demasiada información sobre la resolución de la trama. Aún así, es necesario destacar que el tratamiento que le dieron los autores fue muy similar al de Gambito. Incluso le proporcionaron uno de esos inusuales momentos de introspección en el que rememoraba sus días en Japón junto a su fallecida esposa, Mariko. Lobezno se presentaba como un hombre capaz de una gran violencia, pero con una vida interior bastante compleja; continuamente enfrentado consigo mismo e incapaz de reconciliar sus distintas facetas. También como un hombre herido que anhelaba con fuerza una paz que el mundo parecía negarle. Sale acentuó esto al final de la historia, cuando al fin mostró el rostro de Logan bajo la máscara; un rostro triste, circunspecto, resignado.
En general, Sale hizo un trabajo estupendo en el apartado gráfico, aunque se notaba un tanto crudo y poco refinado. Quizá fuese por el color, que como decíamos antes no parecía el más apropiado para esta historia (lo irónico es que el mismo colorista, Gregory Wright, sería el encargado de colorear no mucho después El Largo Halloween, donde el color y el dibujo trabajaron al unísono sin ningún tipo de disonancia). Quizá no fuese más que el hecho de que Sale estaba empezando a encontrarse a sí mismo, estaba empezando a encontrar su propia voz como artista. Ya estaba preparado para dar lo mejor de sí en sus siguientes obras, todas ellas auténticos referentes: El Largo Halloween, Victoria Oscura, Las Cuatro Estaciones…
A día de hoy, Lobezno y Gambito: Víctimas sigue siendo una lectura muy agradecida. Su narrativa es fluida y su retrato íntimo de los personajes es interesante. No deja de ser una obra menor dentro del catálogo del artista al que homenajeamos hoy y tiene algunas asperezas que merecen la pena tenerse en cuenta, pero no ha envejecido mal. Sí que conviene remarcar una vez más el tipo de historia ante la que nos encontramos: no olvidemos que su argumento habla sobre la violencia hacia las mujeres… y no precisamente sobre el tipo de violencia que suele verse en los cómics de superhéroes, aséptica y con frecuencia carente de consecuencias de peso. En cierto sentido, podríamos llegar a decir que Lobezno y Gambito: Víctimas es algo más que una historia sobre la violencia. Es una historia sobre las irreparables consecuencias de la violencia y sobre el daño devastador que ejerce la violencia tanto sobre las víctimas… como sobre los verdugos. Ese giro final que hemos estado evitando comentar lo dejaba bastante claro y suponía también un cierto antecedente del giro final de El Largo Halloween: todo aquel que ejerce violencia acaba sufriendo y la única manera de evitar ese sufrimiento es romper con la realidad y dejarse llevar por la locura.
Está claro que este no era el típico cómic que podía encontrarse en la franquicia mutante en 1995. No sólo por su apego al género noir, sino porque en él se percibía una chispa especial: las inquietudes acerca de ciertos temas, los arquetipos de personaje empleados, las marcadas preferencias estéticas… Sus autores habían dado con una fórmula mágica y sólo tenían que aplicarla sobre el personaje adecuado y en las circunstancias apropiadas para generar algo único. Y evidentemente eso es lo que hicieron… pero no en Marvel.
Lo hicieron en la Distinguida Competencia.
¿Y si… Loeb y Sale hubiesen seguido en Marvel en lugar de marcharse a DC para lanzar El Largo Halloween?
Sale ganó sendos y merecidísimos Premios Eisner por su trabajo en El Largo Halloween, Victoria Oscura y Las Cuatro Estaciones. Esas obras dejaron una huella indeleble en la industria del cómic, que necesitaba un buen empujón después de lo que había pasado en los locos años noventa. Sale, por su parte, se convirtió en todo un referente que inspiró a una nueva generación de artistas que buscaban otro tipo de cómic más allá de lo que Liefeld, Lee y sus compinches habían puesto de moda. El mainstream volvió a ser vibrante y estimulante tras muchos años de pistolones gigantes y dientes apretados.
Todos salimos ganando con el modo en el que se desarrollaron las cosas, pero leyendo la miniserie de Lobezno y Gambito uno no puede evitar pensar en qué hubiera pasado si Loeb y Sale hubiesen seguido en Marvel. Ambos autores volverían más tarde a la editorial para lanzar su famosa tetralogía de los colores, pero aquellas obras tenían un deliberado tono nostálgico y referenciaban épocas pasadas. ¿Qué hubiese pasado si hubiesen seguido explorando la fórmula que habían hallado en Lobezno y Gambito: Víctimas dentro de Marvel? ¿Cuál habría sido el equivalente a El Largo Halloween dentro de la franquicia mutante?
Imagina una maxiserie, quizá de nuevo con la misma pareja de mutantes como protagonistas, que hubiese servido para reinventar al plantel de villanos de la franquicia. Imagina que personajes como Siniestro, Apocalipsis, Mística o Rojo Omega hubiesen pasado por el mismo tratamiento gráfico por el que pasaron el Joker, Dos Caras, Hiedra Venenosa y Solomon Grundy en manos de Sale. Imagina el impacto que podría haber tenido una historia de esas características, también de género negro, sobre la línea de cómics mutantes. ¿Se habría distanciado de sus bases hipertecnológicas y de sus chicas de póster? ¿Habría nacido un neo-noir mutante repleto de historias introspectivas y cínicas capaces de mostrar la peor cara tanto del homo sapiens como del homo superior? ¿Cómo habrían evolucionado las colecciones de la franquicia con un referente como ese? ¿Obras como Cíclope y Fénix: El origen de Mister Siniestro o Arcángel: Alas fantasmales habrían dejado de ser la excepción para convertirse en la norma? ¿Otros autores habrían tratado de seguir ese mismo camino?
Hay quien dirá que no tiene sentido plantear estas cuestiones, pues este tipo de historias nunca han tenido cabida en la franquicia, pero la mera existencia de Lobezno y Gambito: Víctimas demuestra lo contrario. Loeb y Sale tenían vía libre para un nuevo proyecto mutante y el único motivo por el que no lo hicieron fue un encuentro casual con Archie Goodwin en la Comic-Con de San Diego en el que empezaron a hablar sobre lo mucho que les había gustado el Año Uno de Frank Miller. Eso fue lo que les llevó a trabajar en El Largo Halloween… y lo que en última instancia les llevó al estrellato. ¿Habrían tenido el mismo éxito de haber permanecido en Marvel? ¿Su siguiente proyecto con los mutantes habría sido tan relevante como lo fue aquella historia de Batman?
Nunca lo sabremos, pero es curioso pensar en ello. Resulta que uno de los más directos antecedentes de El Largo Halloween no se encuentra en DC, entre las historias previas de Batman en las que habían trabajado los autores, sino en Marvel. En la franquicia mutante, para ser concretos; en una miniserie de Lobezno y Gambito que no suele incluirse entre las mejores obras de sus artífices, pero en la que ya se puede percibir perfectamente que habían dado con la tecla adecuada, que habían asentado los cimientos sobre los que construir una gran obra.
Los preludios de las grandes obras suelen quedar eclipsados, cuando no directamente olvidados, aunque sin ellos esas grandes obras quizá nunca habrían llegado a existir.
En conclusión
Algunas obras aparecen como surgidas de la nada y revolucionan el panorama que hay a su alrededor… o eso es lo que parece. La realidad es que las grandes obras rara vez surgen de la nada. Casi siempre son producto del tiempo, el esfuerzo y la dedicación invertidos en un montón de obras previas. Tendemos a quedarnos con el gran éxito, con la obra revolucionaria, y tendemos a olvidar las obras menores. Las consideramos simples curiosidades o las desdeñamos como si tuvieran menos valor, cuando en ellas se ha invertido todo ese tiempo, ese esfuerzo y esa dedicación que darán sus frutos más adelante. No parece justo.
2022 ha sido un año terrible en el que hemos perdido a algunos de los mayores talentos de esta industria que tantos buenos momentos nos ha ofrecido. Eso no ha ayudado a la hora de escribir estas palabras en memoria de Tim Sale. El suyo ha sido otro gran talento que se nos ha ido demasiado pronto, demasiado abruptamente. Nos deja un legado maravilloso y un buen puñado de obras inmortales a las que seguiremos volviendo una y otra vez a lo largo de los años, sí, pero Tim Sale era mucho más que sus grandes obras. Era mucho más que El Largo Halloween, Victoria Oscura, Las Cuatro Estaciones y la tetralogía de los colores. No parece justo hablar sobre él sin referenciar también sus obras menores.
Porque cuando empiezas a fijarte en detalle en esa supuesta obra menor empiezas a ver cosas que antes te habían pasado desapercibidas. Empiezas a ver en ella los patrones que acabarían dando forma a las obras que vinieron después… y entonces te das cuenta de que a lo mejor no era una obra menor como pensabas. A lo mejor las grandes obras no son más que el producto de una serie de circunstancias y casualidades externas. A lo mejor las obras supuestamente menores son las que más información nos ofrecen sobre el proceso que ha llevado a que un gran autor sea considerado como tal. A lo mejor merece la pena reivindicar también las obras menores cuando queremos homenajear a un autor que nos ha dejado, porque precisamente han sido esas obras menores las que han ido construyendo el camino que le llevó a ser un gran autor en primer lugar.
Hoy recordamos a Tim Sale y lo hacemos honrando todo su legado; no sólo sus obras más grandes, sino también las más pequeñas. Hoy reivindicamos el camino que recorrió hasta convertirse en el gran referente que es hoy día… y que seguirá siendo durante los años venideros.
Gracias, Tim. Gracias por todo y hasta siempre.
Gracias por el articulo. Y a pesar de tu hermoso alegato (y el señor Sale bien que se lo merece) el que se acerque a esta obra buscando «El Largo Halloween» se va a decepcionar bastante.
Si que es verdad que en cierta manera el ser un subproducto bajo el radar le hizo ser mas Claremont que los que intentaban seguir la formula en las series principales. Y eso es un punto a favor.
Y por cierto, Martinique graficamente habria podido ser una gran Talia. Que podria haber hecho Sale con los al Ghul…
Un saludo!