Cuando los humanos desaparezcan…
Poco se puede añadir a todo lo que se ha dicho sobre el fin del mundo. Es un tema recurrente, casi obsesivo, de cierto tipo de literatura que especula con lo que sucederá cuando los humanos no seamos más que polvo cósmico. Y de todas las obras a las que podemos echar manos, la nueva edición de
Nos encontramos con Isherwood, un hombre pragmático donde los haya, hijo de su siglo, un hombre que busca soluciones en lugar de agobiarse, un hombre que está dispuesto a tomar las riendas de la situación. Y así lo hace cuando, tras unas fiebres provocadas por la mordedura de una serpiente, se despierta recuperado solo para darse cuenta de que la humanidad ha sufrido una terrible enfermedad y la población se ha visto radicalmente diezmada. Ahora, Ish no tiene más camino por delante que reunir a todos los supervivientes que pueda y comenzar un nuevo tipo de sociedad, una estructura, que le permita recuperar algo del orden y la paz que se respiraba antes del gran cambio.
Aunque pueda parecer una distopía apocalíptica, es posible que
A nivel narración, no estamos ante una novela de aventuras, y el lector no debe llevarse a engaño. Estamos ante una narración pausada y en ocasiones divagadora, sobre la contemplación del fin del mundo en su sentido más amplio: no solo es la lucha por la comida, las medicinas y los enseres propios de la supervivencia, sino ante la perspectiva de encontrar y perpetuar ciertos valores que nos hacen realmente humanos. Es una obra que trata sobre no abandonarse al lado animal, sobre mantener cosas tan abstractas como el perdón, la familiaridad, el valor, en una época en la que el hambre, el frío y la muerte llaman a la puerta a cada rato. Y, mientras tanto, la Tierra va reclamando el territorio que le fue arrebatado, lenta, inexorablemente, como si se deshiciera del virus que fue la humanidad y devolviera a las plantas y los animales su sitio en el mundo.
Excelente reseña. Precisamente hoy iba a preguntar dentro del hilo de comentarios de “Apocalipsis suave” si pensabais hacer una valoración de este libro. A mi “La tierra permanece” me ha encantado. De hecho, mucho más que “Apocalipsis suave”, ambos partiendo de una temática “parecida”. Me ha parecido mucho más realista que este último a nivel ecológico, biológico (los virus de diseño y el bambú que crece de “Apocalipsis suave” no hay por dónde pillarlos) y antropológico. Para ser un libro escrito en 1947, me ha sorprendido la clarividencia del autor a la hora de describir la sucesión de plagas o la evolución (¿involución?) cultural, con la creación de mitos y tótems, que uno se esperaría bajo el escenario de partida del libro. Yo lo recomendaría sin dudarlo.