El túnel del que no se puede escapar
Hace ya una década que el autor ruso
Para los que no estéis familiarizados: tras una guerra nuclear, la población rusa se refugió en el metro de Moscú. De por sí lleno de leyendas y misterios, el metro se transformó una suerte de submundo, donde las estaciones pasaron a ser colonizadas como ciudades, las luces de emergencia pasaron a ser todo sol conocido y se trafica con todo lo que merezca la pena de cambiarse por cargadores de Kalasnikov. En este mundo desolado, lo que queda de la humanidad, si es que se la puede llamar así, malvive a base de excursiones a la superficie llena de radiación, cultiva lo que puede crecer en los túneles y se ve presionada, diezmada y oprimida por los males que habitan los túneles que actúan tanto de carreteras y lineas de abastecimiento entre ciudades, como de refugio para lo más horrible a lo que nos hayamos enfrentado.
Sentadas estas bases, la saga se desarrolló en dos novelas,
De nuevo, Artyom
Eran muchas las expectativas que tenía en este libro, lo admito, pues las anteriores entregas me encantaron. Ciertamente la segunda bajó un poco el listón, pero me pareció atrevida y bien construida, por lo que merece mi respeto. Debe ser que este sentimiento se extendió a otros lectores, porque en esta tercera entrega el autor ha decidido volver sobre sus pisadas y colocar el peso del protagonismo de nuevo sobre
Este cambio de registro en el personaje es positivo y su voz está tan bien construida como antaño, el principal problema entonces es que la novela adquiere un cariz depresivo y acaba por apabullar al lector. Durante las primeras cien páginas hay una constante reiteración en el estado depresivo de Artyom y una particular falta de acción que hacen que el comienzo sea árido e invite poco al disfrute. La premisa de partida es más torpe y menos imaginativa que en anteriores entregas y su resolución, aunque bien pincelada, resulta poco satisfactoria. Hay escenas memorables, claro, y la acción está narrada desde un punto más peligroso, menos juvenil si se quiere, y más parecido a lo que pudimos ver en los videojuegos. Es un libro que mantiene un tono bastante bajo en general, buscado, sin duda, pero que puede echar para atrás a los lectores más casuales que simplemente disfrutaron con el mundo creado por Glukhovsky en las primeras entregas.
Lo cierto es que la historia acusa cierta fatiga, el universo de Metro ya no resulta tan fresco y algunas subtramas decididamente no funcionan. Sin embargo, aún conserva ese halo de inquietud, de misterio, de thriller más que de novela de ciencia ficción. Algunas escenas resultan fascinantes y el autor sabe dónde se encuentra lo tenebroso, lo osucro, o innombrable que decía Lovecraft, dentro de su propia historia.