Hoy es la Noche de Halloween y aunque el estado de alarma en el que nos vemos inmersos por culpa del repunte de la pandemia del Covid-19 que se está viviendo, sobre todo, en el continente europeo hace lo posible para arruinarnos la festividad lo que nunca podrá quitarnos es la tradición de consumir productos audiovisuales relacionados con el terror. Este ha sido el motivo por el que hemos elegido este señalado 31 de octubre para escribir y opinar sobre de una de las series que más ha dado que hablar el presente mes, precisamente por su poco ortodoxa adscripción al género. En 2018 Netflix estrenó una de sus mejores producciones propias, La Maldición de Hill House, modernizada adaptación de la novela de Shirley Jackson escrita y dirigida por el cineasta estadounidense Mike Flanagan y contando con un amplio reparto conformado por Michiel Huisman, Carla Gugino, Henry Thomas, Timothy Hutton, Elizabeth Reaser, Victoria Pedretti, Kate Siegel, Mckenna Grace u Oliver Jackson-Cohen entre otros. Su éxito dio pie a la renovación por una segunda temporada que, siguiendo la naturaleza antológica del proyecto, se basa en otra novela clásica dentro de la literatura sobrenatural. Otra Vuelta de Tuerca, de Henry James, fue la elegida y a esta historia sobre una institutriz que llega a una mansión victoriana a ocuparse de la educación de los pequeños Miles y Flora mientras percibe la presencia sobrenatural de fantasmas que parecen acosar a los infantes, se suman otros relatos escritos por el autor estadounidense adaptados por Mike Flanagan y sus colaboradres. Debidamente parapetados con sus disfraces de Halloween e iluminados por las velas de calabazas tocadas con diabólicas sonrisas nuestros compañeros de la redacción de cine Sergio Fernández, Samuel Secades y Juan Luis Daza van a darnos su opinión de esta nueva tanda de episodios.
Hace exactamente dos años, La maldición de Hill House se convirtió de la noche a la mañana en uno de los principales reclamos de Netflix. Mike Flanagan, todo un especialista en el género de terror, se doctoró cum laude llevando el timón absoluto de dicha miniserie tras haber dirigido cintas como Ouija: El origen del mal o El juego de Gerald. El tremendo éxito cosechado sirvió a Flanagan para ponerse detrás de las cámaras en Doctor Sueño, cinta que adaptaba la novela homónima escrita por Stephen King y que resultaba ser la secuela de El Resplandor. La titánica tarea fue resuelta de manera notable. Sin embargo, como si de una maldición se tratara, este cineasta nacido en Salem (Massachusetts) tenía que regresar a la pequeña pantalla para continuar con la antología que había iniciado en Hill House…
Escrita por Henry James a finales del siglo XIX, Otra vuelta de tuerca es la novela en la que se basa el segundo arco de esta antología. Varias han sido las ocasiones en que dicho relato ha sido adaptado, siendo Suspense (The Innocents) la más sobresaliente. Dirigida por Jack Clayton en 1961, esta cinta guionizada por Truman Capote y protagonizada por Deborah Kerr destaca por la ambigüedad en su mensaje, lo perturbador de su trasfondo y su atmósfera cuasi onírica. Una pequeña joya que, en comparación, hace palidecer a la miniserie de Netflix.
Todo aquel que vaya buscando una experiencia terrorífica debe saber que en Bly Manor no la encontrará. A pesar de que quienes vimos La maldición de Hill House tuvimos más de un problema coronario como consecuencia de algún que otro susto (ese cuello… ese coche…), lo cierto es que ya entonces nos dimos cuenta de que nos encontrábamos ante un drama familiar que tenía tintes de terror. En esta ocasión, serán los componentes de suspense y misterio quienes ganen protagonismo. Nuestro pulso apenas se ve alterado. En su afán por gustar a todo el mundo, Netflix arriesga lo mínimo ofreciéndonos una cerveza sin alcohol; esto es, una serie de terror para todos los públicos.
Si de algo no se puede criticar a Netflix es de su apuesta firme por la pluralidad. En el papel protagonista, Victoria Pedretti se mete en la piel de Dani, una chica que tarda en aceptar su orientación sexual por un trauma del pasado. Precisamente, el background de los distintos personajes, así como la excelsa narración de Carla Gugino son algunos de los aspectos más loables de Bly Manor. Pedretti y Gugino son viejas conocidas de la franquicia, pero no las únicas. Henry Thomas, como el Tío Henry, tiene más protagonismo de lo que demanda la trama pecando de sobreactuado hasta el ridículo en un par de ocasiones. Por su parte, Oliver Jackson-Cohen da vida a Peter Quint, personaje que tiene una relación de lo más tóxica con Miss Jessel (Tahirah Sharif). El tórrido romance entre ambos se postula como una de las claves para desvelar alguno de los enigmas que esconde la mansión.
El amor es uno de los principales pilares de La maldición de Bly Manor. Tanto es así que la carga romántica es considerablemente mayor que los elementos de terror. Una pena si tenemos en cuenta la sordidez y simbología sexual de Suspense. Como hace el personaje de Dani en la serie, Flanagan decide cubrir el espejo donde mirarse para edulcorar una trama con toques de Érase una vez. Un cuento en el que se explica absolutamente todo para que podamos tener una digestión ligera y no tengamos que pensar en exceso. Una virtud, para algunos, una afrenta, para otros.
Buena parte de La maldición de Bly Manor está ambientada en los años 80, década predilecta de Netflix para ambientar sus ficciones. Si bien la serie cuenta con algún que otro giro de guion, lo cierto es que no inventa la rueda. Quienquiera que haya visto Castle Rock, creerá tener un déjà vu con el capítulo centrado en el personaje de Grose (T´Nia Miller). El drama por el hecho de estar muerto y ese olvido que con el tiempo padecen los fantasmas quedó fenomenalmente retratado en la tristísima A Ghost Story, película escrita y dirigida por David Lowery. En esta ocasión, el origen de la maldición se nos narra a modo de flashback en un capítulo que podría funcionar perfectamente de manera autoconclusiva con un pulcro uso del blanco y negro.
No puede haber producto relacionado con el terror que no tenga su propia caja de música. Sirviendo como homenaje a la película dirigida por Jack Clayton, O Willow Wally suena una y otra vez de manera acertada. No podemos decir lo mismo de la elección del tema musical final, tan propio de las producciones de Netflix que se asemeja por momentos a Dawson Crece. En otro orden de cosas, la misma casa de Bly Manor (que no deja de ser un personaje más en la historia) produce bastante menos desasosiego que su predecesora de Hill House.
En definitiva, a pesar de que La maldición de Bly Manor es una serie de consumo fácil y de regusto suave, lo cierto es que no arriesga lo más mínimo y apenas resulta inquietante. Tanto Amelie Bea Smith como Benjamin Evan Aisworth hacen un trabajo “perfectly splendid” interpretando a los jovencísimos hermanos, pero se echa en falta esa doble lectura que sus personajes tenían en la cinta de Jack Clayton. En esta ocasión Flanagan no consigue dar una vuelta de tuerca al relato original, todo lo contrario. La segunda parte de esta antología de Netflix es sumamente entretenida, pero carece de alma propia. Ya aventuramos que no alcanzará las cotas de popularidad de La maldición de Hill House y, como ocurre con los fantasmas, acabará cayendo en el olvido.
“¿Qué es un fantasma? Un evento terrible, condenado a repetirse una y otra vez. Un instante de dolor, quizá. Algo muerto, que por momentos parece vivo aún. Un sentimiento suspendido en el tiempo. Como una fotografía borrosa. Como un insecto atrapado en ámbar”. Así comenzaba Guillermo del Toro la fantástica El Espinazo del Diablo, con una pregunta que parecía interpelar directamente al espectador; y es que el fantasma es, por encima de las demás criaturas sobrenaturales que pueblan el terror y la fantasía, la única con la que todos podemos identificarnos; no sólo por los fantasmas en potencia que somos los vivos, sino sobre todo por todos los fantasmas que llevamos con nosotros y que nos acompañan cada vez que se apagan las luces de la habitación (o de una sala de cine). Mike Flanagan lleva tiempo preguntándose, y preguntándonos, qué es un fantasma. No sólo desde la inconmensurable
Pero sobreponiéndose al desaliento, Flanagan, como los fantasmas de Bly Manor, sigue girando en el pozo gravitacional de un argumento que tan buenos resultados le dio en Hill House, una obra con la que las comparaciones, más que injustas, son innecesarias. Hill House y Bly Manor se retroalimentan no sólo repitiendo miembros del reparto o esquemas episódicos en forma de flashbacks y atendiendo a sus personajes de manera grupal e individual, sino que forman parte de un mismo todo argumental con el que Flanagan va dando pinceladas a su obra. Pero más allá de paralelismos, lo que subyace es el encomiable intento de Flanagan de devolvernos ese terror clásico de la narrativa gótica, alejado completamente del gusto contemporáneo por los jump scares (y que al citado Guillermo del Toro le costó un buen fracaso con La Cumbre Escarlata). Y eso que en Bly Manor el salto es aún más arriesgado que en Hill House: aquí no sólo hemos perdido el factor sorpresa, sino que nos encontramos ante un homenaje a la obra de Henry James más allá de Otra vuelta de tuerca y su maravillosa adaptación cinematográfica de 1963 dirigida por Jack Clayton (mismo apellido que la protagonista Dani Clayton, interpretada por Victoria Pedretti); La Maldición de Bly Manor está plagada de referencias a novelas y relatos de Henry James (cada episodio lleva el nombre de una de sus obras), así que la catedral que le ha levantado Mike Flanagan durante nueve episodios, llevando todas las referencias a su propio terreno y con una intención argumental, es algo que más que valorar hay que aplaudir; puede que todo esto se pueda resumir en ese brillante, descomunal penúltimo episodio en blanco y negro, donde La Leyenda de Ciertas Ropas Antiguas (The Romance of Certain Old Clothes), adapta el relato de Henry James y a la vez lo entreteje con el resto de historias de Bly Manor. Lo dicho, un trabajo descomunal de Flanagan que lo coloca varios escalones por encima del nivel medio actual no ya sólo de series de Netflix, sino del panorama cinematográfico y televisivo.
En el otro lado de la balanza de esta Maldición de Bly Manor nos podíamos encontrar quizás el choque inicial de contar con varios miembros del reparto de Hill House, que si bien supone cierto choque al principio (aunque no para los fans de American Horror Story), pronto se ve solucionado por el buen hacer de los protagonistas, sobre todo una entregada Victoria Pedretti sufriendo de nuevo en pantalla o un gran Oliver Jackson-Cohen y su acento escocés. Uno, que la ha visto en versión original, no puede pasar por alto el tema de los acentos ingleses, y es que Flanagan quería un acercamiento respetuoso a la obra de James en ese aspecto, y aunque casi todo el reparto cumple con soltura, sin duda los más perjudicados son Carla Gugino y, sobre todo, un demasiado forzado Henry Thomas; aunque, repito, la solvencia y el talento de ambos suplen con creces las carencias de sus acentos (para obsesos de los acentos ingleses, os dejo un divertido ranking en Buzzfeed con los diversos acentos del reparto de La Maldición de Bly Manor). Pero si en los actores y actrices encontramos cierta continuidad, no es así en la cámara de Flanagan, quien hizo un esfuerzo titánico e irrepetible levantando La Maldición de Hill House y además dirigiendo todos sus episodios, algo que acabó pasándole factura física y psicológica; una experiencia que no quería ni podía repetir en esta Bly Manor, donde también ha prescindido de su director de fotografía habitual, Michael Fimognari (quien sí le acompañará en Midnight Mass, el proyecto soñado de Flanagan que se encuentra en pre-producción); y es que ya no tenemos las virguerías visuales presentes en Hill House, ni los niveles de producción de la misma; pero esto no es algo que haga flaquear a Bly Manor, donde Flanagan ha depositado absolutamente todo su talento como narrador y constructor de personajes: todos los habitantes de Bly Manor, vivos y muertos, tienen una historia y un desarrollo que te atrapa, por lo que te sorprendes atravesando capítulos sin apenas escenas de terror al uso, e incluso llegando en el octavo episodio, en el que Flanagan pone las cartas encima de la mesa, a materializar a los fantasmas para convertirlos en unos personajes más; ahí dependerá del espectador el entrar en el juego que propone la serie, aunque por el camino nos ha dejado creaciones maravillosas como el prometido de la protagonista, eternamente iluminadas sus gafas por las luces de su funesto destino. Otra decisión arriesgada, sin duda, es la de contar con una narradora omnisciente que, si bien sirve para hilvanar la historia de cara al cierre, puede ser una decisión un tanto perezosa (dejando de lado las incongruencias entre su relato y su propia experiencia). De todos modos, estos detalles no son más que nimiedades si uno enfrenta la experiencia global de ver La Maldición de Bly Manor, esa experiencia que es más que la suma de sus partes, de sus pros y sus contras. La experiencia de la que hablábamos cuando uno viene con sus propios fantasmas a cuestas.
Recuerdo que la semana que murió mi abuela, la única abuela que conocí, estaba leyendo Cementerio de Animales, de Stephen King. No era la primera vez que la leía, sino que era uno de esos placeres culpables recurrentes de las relecturas juveniles, y más con un autor que me obsesionaba como era King. Pero aquella lectura fue diferente. Casi parecía que estuviese aprendiendo junto a Ellie qué era la muerte, y comprendía de manera diferente y más amarga a Louis Creed y su obsesión con aquel cementerio Micmac; o repasaba la lapidaria frase de Jud Crandall, aquella que decía que el corazón del hombre es pedregoso, y que uno siembra lo que puede y lo cuida (como las flores de luna). Por primera vez en mi corta vida, traía mis propios fantasmas conmigo a aquella lectura. He de reconocer que La Maldición de Bly Manor me ha golpeado incluso con más fuerza de lo que lo hizo Hill House y su confeti en su momento, o Cementerio de Animales años atrás. Quizás porque ya no tengo quince años, sino cuarenta, y ya no me preocupan tanto los fantasmas de generaciones pasadas, sino los de la mía, en tantos sentidos… Por eso los dos episodios finales de La Maldición de Bly Manor han calado tanto en mí, casi un compendio de las dos mansiones, con sus casas para siempre o sus espeluznantes habitaciones purgatorio donde uno sólo puede dormir, despertar, caminar y esperar que alguien abra la puerta, una habitación que de seguro se me aparecerá de ahora en adelante en sueños. Pero sobre todo me he visto reconocido en ese miedo cerval no ya a la muerte como en la infancia, sino a seguir vivo y quedarse en compañía de cada vez más fantasmas que, más que temes, echas de menos y ruegas porque aparezcan. Ya lo dice La Maldición de Bly Manor por boca de uno de sus personajes: las historias de terror y las historias de amor son básicamente la misma historia. Maldito Mike Flanagan, es un genio. Voy a secarme las lágrimas.
Todos los años Netflix estrena alguna serie de nuevo cuño que destaca notablemente sobre el resto de su catálogo. En 2018 fue el turno de La Maldición de Hill House, una nueva adaptación de la novela homónima de Shirley Jackson (San Francisco, 1916-1965) que ya fue trasladada a la pantalla grande en 1963 por Robert Wise y en 1999 por Jan De Bont. El encargado de escribir y dirigir el proyecto fue el cineasta estadounidense Mike Flanagan, viejo conocido del género de terror gracias a films como Hush, Oculus: El Espejo del Mal, Somnia: Dentro de tus Sueños o El Juego de Gerald, adaptación de la novela homónima de Stephen King y su primer trabajo al servicio de la famosa plataforma de streaming. Con una puesta en escena soberbia que llegaba a cotas de paroxismo técnico en el alabado sexto episodio, Two Storms, un guión fiel a la esencia de la novela, pero adaptado a la narrativa audiovisual contemporánea y acompañado de un reparto brillante en el que brillaban tanto adultos como menores de edad The Haunting of Hill House se convirtió en un éxito de crítica y público y en la opus magna de un cineasta al que convenía seguir de cerca.
Tras la calurosa bienvenida de esta primera temporada Mike Flanagan no tardó mucho en confirmar que Netflix había renovado para una nueva tanda de episodios que en esta ocasión seguiría la temática de casas encantadas para conformar una antología, pero trasladaría otra novela y no contaría, como es lógico, con los mismos personajes de La Maldición de Hill House, aunque sí con algunos de sus actores interpretando roles diferentes. La elección fue otro clásico de la literatura fantástica y de terror como Otra Vuelta de Tuerca, posiblemente la obra más reconocida del escritor estadounidense Henry James (New York 1843-1916) que ha conocido incontables adaptaciones audiovisuales para la gran y pequeña pantalla. De todas ellas destaca Suspense (The Innocents, Jack Clayton, 1963) una incontestable obra maestra protagonizada por Deborah Kerr que marcó a fuego su impronta dentro del género como podemos ver en cientos de sus herederas como Al Final de la Escalera (The Changeling, Peter Medak, 1980) o Los Otros (Alejandro Amenábar, 2001) o esta de Mike Flanagan que le rinde tributo de múltiples maneras, la más explícita recuperando la inquietante nana O Willow Wally que sonaba en aquella. Profesionales tan dispares como Dan Curtis, John Frankenheimer, Eloy de la Iglesia, Antoni Aloy o Floria Sigismondi dieron su visión, más o menos acertada, de aquella historia de fantasmas que supuestamente asediaban la mansión victoriana de Bly.
De esta manera nacía La Maldición de Bly Manor, abordada no sólo como una adaptación de Otra Vuelta de Tuerca, sino también de otros relatos fantasmales escritos por el autor de Retrato de Una Dama que no habían conocido hasta el momento traslación al medio cinematográfico y televisivo. Todo un reto para Mike Flanagan y sus colaboradores a los guiones que debían construir un argumento cohesionado conformada por diferentes historias que, más allá de compartir temática y autor, no tenían demasiado que ver las unas con las otras. El casting, encabezado por Victoria Pedretti, cuenta con Amelia Eve, Rahul Kohli, T’Nia Miller, Henry Thomas, Tahirah Sharif, Kate Siegel, Oliver Jackson-Cohen, Carla Gugino o los niños Benjamin Evan Ainsworth y Amelie Bea Smith entre otros. La mayor diferencia entre La Maldición de Bly Manor y su predecesora en lo referido al apartado técnico, algo de lo que hablaremos más adelante, es que en esta ocasión Mike Flanagan no es el director de todos los episodios debido a, suponemos, sus compromisos con Doctor Sueño (2019) o la futura serie Midnight Mass, de manera que después de rodar el primer episodio delega responsabilidades en realizadores como Ciarán Foi, Liam Gavin, Ben Howling, Yolanda Ramke, Axelle Carolyn o E.L. Katz.
Entre las muchas virtudes que poseía de La Maldición de Hill House destacaba notablemente la labor detrás de las cámaras de Mike Flanagan, que gracias a asumir la responsabilidad de la realización de toda la temporada no sólo daba una encomiable homogeneidad al acabado visual de la obra, también podía llevar sus capacidades como profesional del medio a límites que nunca había alcanzado en sus largometrajes previos debido a la lógica escasez de metraje de los mismos. En cambio La Maldición de Bly Manor encuentra su mayor fortaleza en su escritura y construcción narrativa. Los guiones planteados por Mike Flanagan y sus nueve colaboradores, entre ellos su hermano James Flanagan, no sólo consiguen construir un entramado sólido y complejo en el que conviven con Otra Vuelta de Turca otras obras de Henry James como La Esquina Alegre, La Bestia en la Selva o El Altar de los Muertos, algunas de ellas dando nombre a varios de los capítulos del proyecto, sino también perfilando una galería de personajes tridimensionales, con sus miedos y anhelos, que nos permiten a empatizar con las distintas historias en las que se ven implicados todos ellos y que en esta ocasión toman como epicentro el amor abordado desde distintas y poliédricas perspectivas.
Porque si hay un motivo por el que La Maldición de Bly Manor ha sido bastante más polémica de cara a los espectadores y la prensa especializada que su predecesora es que no se trata de una historia de terror, sino de un romance gótico contextualizado en un entorno sobrenatural. De esta manera la atmósfera inquietante, los sustos perfectamente medidos y nada gratuitos o las presencias fantasmales en segundo plano que ya son un clásico de la serie no copan tanto protagonismo como las relaciones interpersonales de las criaturas que pueblan o poblaron Bly Manor. La relación de Dani (Victoria Pedretti) y Jamie (Amelia Eve), la de Hannah (T’Nia Miller) y Owen (Rahul Kohli), la de Henry Wingrave (Henry Thomas) y Charlotte Wingrave (Alex Essoe) o la de Peter Quint (Oliver Jackson-Cohen) y Miss Jessel (Tahirah Sharif) se mueven a placer entre lo prohibido, el trauma, la toxicidad, la no consumación y la tragedia permitiendo a Mike Flanagan y su equipo de escritores desarrollar distinto tipo de perfiles psicológicos y como estas afrontan sus relaciones sentimentales de distinta manera. Con respecto a este tema es todo un acierto dar bagajey trasfondo a Quint y Jessel, abordados en la mayoría de adaptaciones de The Turn of The Screw como perversas presencias fantasmagóricas que aquí tienen un pasado y unas motivaciones que los humanizan con notable acierto.
En lo que si se asemejan La Maldición de Hill House y La Maldición de Bly Manor es que en ambas temporadas encontramos un par de episodios que destacan por encima del resto debido a que son acometidos por sus máximos responsables de manera diferente desde una perspectiva audiovisual o . Si en la adaptación de la novela de Shirley Jackson era, sobre todo, el ya citado Two Storms, rodado con virtuosos e interminables planos secuencia, el que suponía un punto de inflexión en la traslación de la obra de Henry James, aquí debemos mencionar el quinto, The Altar of The Dead, y el octavo, The Romance of Certain Old Clothes. El primero por utilizar el relato homónimo de James para facturar un soberbio ejercicio de deconstrucción narrativa en el que Mike Flanagan y su equipo de guionistas dan lo mejor de sí mismos con un episodio que tiene reminiscencias, intencionadas o no, al mítico episodio El Hijo del Relojero del cómic Watchmen, escrito por Alan Moore e ilustrado por Dave Gibbons. El segundo hace lo propio para diseñar un capítulo impresionante que conecta con los orígenes lo acontecido a lo largo de la temporada y que a su vez funciona como historia independiente, casi una película dentro de la misma temporada. Casi dos horas de ficción que están entre lo mejor visto este 2020.
Con un impecable reparto en el que todos los intérpretes hacen su trabajo de manera notable, aunque en el que destacan Victoria Pedretti, Henry Thomas, Oliver Jackson-Cohen, T’Nia Miller o la pequeña Amelie Bea Smith, y una puesta en escena minuciosa y elegante, pero en la que se echa en ocasiones de menos el talento de Mike Flanagan para tensar las situaciones de terror, La Maldición de Bly Manor se revela como una de las mejores series del 2020 por las virtudes aquí comentadas, no pocas ni de escasa relevancia. Ciertamente aquellos que vayan buscando algo muy similar a La Maldición de Hill House o una historia de miedo ortodoxa y al uso saldrán decepcionados de la experiencia, porque como ya hemos afirmado esta nueva entrega de la antología ideada por Mike Flangan es una historia de amor múltiple entre almas en pena, las vivas y las que, teóricamente, ya no comparten plano de existencia con nosotros. Antes de embarcarse en una supuesta tercera temporada de la antología «The Haunting», que todavía no ha sido confirmada, Flanagan se sumergirá en la ya citada Midnight Mass, otra serie de terror para Netflix de la que sólo sabemos que contará con algunos de sus actores habituales y abordará el fanatismo religioso en una comunidad aislada de la civilización. Esperaremos con no pocas ganas estas dos producciones o cualquier otra relacionada con este interesante narrador que poco a poco va ganándose la posición que merece dentro de Hollywood.
La Maldición de Hill House ha sido una de esas pequeñas y efímeras gotas de rocío en el catálogo reciente de Netflix. Es decir, una serie inteligente, muy cuidada a nivel técnico y con una personalidad innegablemente ligada al talento de su creador Mike Flanagan. No era otro producto en cadena más de esta plataforma y, dado los tiempos que corren, eso ya de por sí es todo un aliciente. Por lo tanto, había muchas ganas por ver la nueva propuesta de Flanagan en esta antología que se ha dado a conocer como The Haunting. La nueva propuesta de este ciclo tiene por título La maldición de Bly Manor y está inspirada parcialmente en la novela clásica Otra vuelta de tuerca de Henry James.
Hasta aquí todo parece fetén y vaya por delante que el resultado, en general, no es ni mucho menos malo pero… si menos interesante. Si analizamos con un poco más de profundidad esta secuela hemos de concluir que no llega a la excelencia de su antecesora. Principalmente porque en La maldición de Bly Manor se ha perdido parte de esa inteligencia, esa técnica y esa personalidad que hemos comentado que tenía La maldición de Hill House. El motivo está muy claro, Flanagan no se ha implicado en esta secuela como hizo en su anterior historia. Para muestra un dato: Flanagan dirigió todos los episodios de La maldición de Hill House, mientras que en La maldición de Bly Manor solo se ha hecho cargo del primero. Tampoco ha participado tan activamente en los guiones de esta secuela, cediendo más espacio a sus colaboradores.
Todo esto ha jugado en contra del apartado técnico de la historia y también de su argumento, más tosco, predecible y repetitivo que en La maldición de Hill House. Mientras en esa no tenía sensación de que la historia estuviese estirada, en esta nueva historia hay custiones que acaban siendo muy redundantes. La propuesta además juega con el hándicap de partir de una historia que ya ha sido adaptada en el pasado y ha servido de base para otras tantas producciones a lo largo de los años. La maldición de Hill House también tenía ese peso en su mochila, pero sus anteriores adaptaciones eran tan convencionales que la reinterpretación de Flanagan destacaba por encima de ellas. Lamentablemente, en el caso de La maldición de Bly Manor la comparación es con algunos productos con mayor enjundia: la producción de 1961 de Jack Clayton titulada The Innocents (en España traducida como Suspense) y más tangencialmente Los Otros, de Alejandro Amenábar.
Los creadores de la serie adaptan en la primera parte de esta serie la película de Jack Clayton intentando jugar con su misma ambigüedad, pero ofreciéndonos una visión más blanca de los acontecimientos y renunciando propiamente al terror y manejando el suspense de una manera muy obvia. La inteligencia de la historia de Clayton está en su manera de entender el terror y en nunca desvelar más de lo que el espectador debe conocer. La maldición de Bly Manor opta por la vertiente contraria y no funciona en ningún momento como relato de terror. Aunque su narrativa es suficientemente fluida para mantenernos intrigados por sus personajes acaba siendo tan sobreexplicativa que mata cualquier tipo de misterio e inquietud que nos pueda generar. Para más inri, a mitad de serie sus creadores nos proponen un giro que conecta con ideas y conceptos que Flanagan había tratado de forma más sutil en La maldición de Hill House. El recurso nos ofrece grandes momentos a nivel visual, pero el abuso en su exposición facilita nuestra desconexión con la trama principal.
La maldición de Bly Manor se justifica a sí misma en su desenlace, descubriéndose -no sin cierto ingenio- como una historia de amor. El terror nunca había estado dentro de la ecuación. Por ello apuesta más por el melodrama y por unos personajes que despiertan nuestras simpatías y recelos a partes iguales. Ciertamente, La maldición de Bly Manor es una historia que engancha fácilmente y en la que sus actores rinden a un buen nivel. No obstante, su puesta en escena y sus idas y venidas en el guion la acercan más a otra antología moderna de terror como American Horror Story de calidad más dudosa, que al buen hacer de Flanagan en La maldición de Hill House. Para devorar, digerir y revisionar si queremos apreciar mejor todos sus detalles, pero condenada a desaparecer de nuestro recuerdo.
VALORACIÓN GLOBAL
Sergio Fernández Atienza - 6.8
Samuel Secades - 9.5
Juan Luis Daza - 8.5
Jordi T. Pardo - 6.5
7.8
Perfectly splendid
Nuestros redactores coinciden que La maldición de Bly Manor no llega a la cotas de excelencia de su anterior entrega, pero el resultado final sigue siendo notable. La creación de Mike Flanagan se decanta en esta ocasión por un mayor peso dramático en detrimento del terror y el suspense , una jugada de la cual la producción sale bien librada, aportando una interesante vuelta de tuerca al género.
Yo lo siento pero me parece un suspenso de los grandes, muy edulcorada, con mucho mensaje SJW y lo pero , se caga encima de el libro de «otra vuelta de tuerca» , para llorar el momento en el que deciden que el libro de Henry James y la fusionan con otra historia.
Algunas cosas están bien, demasiadas historias de amor para contentar adolescentes, la principal la salva el ultimo episodio en sus últimos minutos, otra porque el personaje de el cocinero es uno de esos para encariñarse, pero la otra…..en fin.
Y ya el remate es el momento «no te lo vas a creer, tuvimos un sueño y teníamos que venir» seguido de otro momento ridículo de «sus tripas le dijeron lo que tenia que decir» dos deux maquina ridículos.
Pero lo peor, NO da miedo. Olvidable totalmente.
lo que queria decir es que deciden que el libro de James no daba para mas y le sobreponen otra historia ajena a ella, para que el autor se levante de su tumba.
Para mí tampoco aprueba. Se puede ver pero es un desastre actoral carente de toda atmósfera. Un pobre sucedáneo de The Haunting
En lineas generales coincido bastante con los comentarios expuestos. No es tan redonda como «The Haunting of Hill House», particularmente a nivel técnico, pero es hartamente disfrutable. Es cierto que es menos inquietante que al antología predecesora, y que apuesta más por un romanticismo malsano que por el terror gótico, pero ¿es eso un problema? Para mí no. Hay capítulos sublimes, como los la mencionados 5º (soberbio ejercicio de estilo en mi opinión) y el 8º (que es una mini película en si misma), hay atmosfera y una más que solvente trabajo actoral, con la excepción de un acartonado Henry Thomas.
Hay una percepción por parte de algunos espectadores que no comparto en absoluto, que es el hecho de que si se introducen elementos románticos en una trama ya hablan de «edulcoramiento» o de «historias de amor para contentar a los adolescentes». Como digo, no comparto ni mucho menos esa apreciación. Personalmente no me molesta que se introduzcan elementos románticos en una historia si estos están tratados con cierto grado de madurez, y creo que ese es el caso de «The Haunting of Bly Manor», algo que ya han expuesto algunos de los comentaristas en el artículo. La historia de amor entre Dani y Jamie, precisamente, es una historia de romance adulto, de encuentros y desencuentros, de aceptación, muy alejada de lo que seria un romance adolescente al uso como podría ser cualquier tonteria del estilo «Crepúsculo». Igualmente entrañable resulta la historia de amor nunca comsumado entre Mrs. Grose y Oven. Y luego tenemos la historia de amor enfermiza, malsana, entre Quint y Miss Jessel. Nunca calificaría esas historias como «edulcoradas» o «adolescentes».
Como decía antes, es cierto que la historia de «Bly Manor» es menos terrorífica que la de «Hill House», pero también se agradece que Mike Flannagan haya optado por no repetir los mismos parámetros, ofrecer un calco de su serie predecesora y aportar por algo distingo, más cercano la románticismo gótico. Que haya acertado o no en sus intenciones es otro tema, pero hay que reconocerle el valor.
Como valeroso e ingeligente es la forma en como se ha aproximado a la novela de Henry James, «Otra vuelta de tuerca», enlazándola con otras novelas y cuentos del mismo autor. No creo que sea por el hecho de que «la novela original no daba para más». De hecho la base de la misma está ahí, pero Flannagan contextualiza a algunos de los personajes dotándoles de su propia trama, particularmente Quint, Miss Jessel y Henry Wingrave. Me parece tremendamente inteligente que lo haya hecho no inventándose un contexto totalmente a la obra de Henry James, sino recurriendo a otras historias suyas fusionándolas, insisto, con acierto dentro de la trama principal.
Claro que no todo son aciertos en esta segunda entrega de «The haunting…». La menor implicación de Mike Flannagan hace que se resienta el conjunto de la serie al estar implicados diferentes directores, no todos con el mismo virtuosismo e inventiva que Flannagan.
Por otro lado se hecha en falta un mayor riesgo, no ya narrativo, sino incluso argumental, a la hora de retrata determinados personajes, en concreto los de los dos niños, Flora y, especialmente, Miles. Es tremendamente injusto comparar esta serie con la adaptación que hizo Jack Clayton. «¡Suspense!» (como se tituló en España) o, para quien lo prefiera, «The Innocents», es una obra maestra incontestable a todos los niveles (dirección, guión, fotografía, interpretación… maravillosa Deborah Kerr)… pero las intenciones de Flannagan y de Clayton son muy diferentes. Clayton no rodó una historia de fantasmas al uso, jugó siempre con la insinuación: ¿los fantasmas de Quint y Jessel son reales o solo están en la imaginación de Miss Giddens? ¿está Miles realmente poseido por el fantasma de Quint o es algo que quiere creer Miss Giddens porque está obsesionada con el niño de una manera efermiza? Clayton jugó con los traumas, las obsesiones (¿sexuales?) y las inseguridades de unos y otros para ofrecernos un relato sobre la obsesión y la locura. Flannagan, en cambio, ha optado por un terreno más convencional y ha virado hacia el romanticismo gótico. No es algo en absoluto criticable, pero si algo a tener en cuenta a la hora de valorar esta nueva entrega de «The Haunting…»
En resumen: «The Haunting of Hill House» era soberbia, pero «The Haunting of Bly Manor» es notable. «Bly Manor» no está a la altura de «Hill House»… pero ni falta que le hace. «Bly Manor» no está a la altura de «¡Suspense!»… pero ni falta que le hace. Se disfruta, y mucho, por si misma. Y yo me pregunto: de no existir esas otras obras, de no poder compararlas, ¿algunos espectadores la valorarían de forma tan negativa?