Hace ya unos cuantos años desde que T.S. Elliot materializó la célebre sentencia: “Así es como termina el mundo, no con una explosión, si no con un lamento”. Se trata de un extracto del libro Los Hombres Huecos. Inspirado por el descenso a los infiernos de la locura que es El Corazón de las Tinieblas de Conrad, con el extracto del poema quiso hacer referencia al martirio del pecado. El dolor que nos causamos a nosotros mismos y a Dios. La conversión a un cristianismo militante de Elliot era inminente.
El título seleccionado con The End of the F***ing World puede hacer referencia a muchas cosas. Al ansia vital de trascendencia en todo momento. Puede ser un gran spoiler para una serie que, de todas maneras, ya se sabe cómo debe terminar en el momento en que estos adolescentes deciden hacer una peineta al mundo e irse a vivir peripecias. Puede ser una referencia al conflicto generacional, la sustitución de lo viejo por lo nuevo, etc.
Pero esta serie no va de buscar trascendencia. No, va de la energía juvenil. Un llamamiento a los chavales a las armas a los chavales adormecidos. Estamos viviendo como esta generación lo va a tener mucho más complicado que la de nuestros antecesores, y eso se está asumiendo con relativa complicidad. Por eso, me atrevería a decir que The End of The F***ing World ha llegado en un momento adecuado.
Como crítico, suelo hablarlo, que echo de menos más obras con ese espíritu de pura energía, macarras y, sobretodo, transgresores y críticos en una cultura popular que, aparentemente, está bastante cómoda en el mundo en el que vivimos. El mundo de las franquicias, poco hueco deja a la transgresión (si no que, me atrevería a decir que estamos, más bien, en una fase cultural tendente hacia la mitificación, o la revisión histórica). En todo caso, no nos atrevemos a mirar al presente y darle una patada en sus partes, si no que nos refugiamos en otras épocas u otros mundos completamente irreales.
Desde Black Mirror, no se ha logrado presenciar algo (dentro de, como ya he dicho, algo que llegue a un público amplio) realmente mordaz e hiriente, bajo mi criterio como espectador. Y, de nuevo, han tenido que venir los hijos de la pérfida Albión a pegarnos un escupitajo en el ojo y un guantazo en la cara en forma de una serie que tan solo quiere decir un muy insolente, y a mucha honra, a nuestros mayores: fuck you!
Esta producción de Channel 4, con desembarco internacional via Netflix, tiene su origen en la novela gráfica homónima de Charles S. Forsman, publicada por Phantagraphics en 2013 (inédita en España). En 2014, Jonathan Entwistle preparó un corto para la cadena, que finalmente terminaría ordenándola como serie completa, que es lo que nos ha terminado llegando.
Esta serie puede provocar reticencia al espectador: sí, otra serie sobre la angustia adolescente. Sí, otra serie sobre lo infelices e insatisfecho con lo que son. Sí, otra serie sobre la madurez emocional. Pero, al contrario que las otras propuestas que tenemos, esta tiene los personajes más rotos que recuerdo en propuestas similares.
La serie parte con una dos voices over (que el espectador debe recordar siempre que no siempre tienen por qué ser fiables. Y menos si compartimos punto de vista con una mentalidad tan retorcida). Dos personajes que no tienen porqué caerte bien ni mal. Simplemente son lo que son, lo afirman desde un principio, y es decisión del espectador si decide embarcarse en un viaje breve, pero más movidito de lo que uno pueda llegar a imaginarse cuando partió.
Con un ritmo ágil, como lo que tarda un adolescente en reventarse un grano de pus, logra atrapar al espectador, gracias a un montaje enérgico, picado, anticlásico, que subraya una y otra vez su artificio. En definitiva, si tuviésemos que embarcar esta obra, tan solo tendría cabida dentro de la etiqueta posmoderna. Pero eso no quiere decir que la exultante forma metalingüística deje a esta obra sin fondo.
Es una serie que puede ser analizada desde múltiples prismas. Aparte de lo ya expuesto, me gustaría detenerme a mencionar el estudio que hace de la dependencia mutua y las relaciones tóxicas. Alyssa es una misántropa depresiva, con una lengua sin filtro. James es un autodefinido “psicópata”. Ambos se necesitan, en el sentido más utilitarista de la palabra. Se complementan. A nivel interno se aportan mutuamente lo que el otro necesita, ¿Pero eso es realmente el amor? Ambos se embarcan en una “road movie” de la que tratarán de salir airosos, pero que está condenado a terminar mal desde el momento en que se dirigen la primera palabra. Es un claro ejemplo de definición de una relación tóxica o dependencia: esa dicotomía en lo que se percibe como positivo para el carácter interno, trae consigo un perdón o una ceguera de todo lo perjudicial.
Por otro lado, cabe destacar la complejidad de los personajes. Escapan de los habitualmente odiosos personajes adolescentes, que tienden hacia de o ser perfectos o de ser niñatos. O ambas. En esta turbia y violenta historia, repleta de humor negro y mala baba que solo los británicos tienen, los personajes son víctimas y verdugos. Logran sentirte una sensación extraña. Por momento sientes empatía, no pena. En otros los odias. En otros los amas. En otros no los entiendes. En otros vas con ellos hasta el fin del mundo. Y eso se logra con un guionista observador que sabe que los mejores personajes son aquellos que logran que el espectador se ponga en su punto de vista. Y que los personajes no son lo mismo todo el rato, ni en todos los contextos. Y que son acciones, por encima de la palabra o de lo que creen ellos que son, o lo que su entorno cree que son. Esa sensación, a su vez se ve fortalecida por el punto de vista externo de las policías encargadas de darles caza que, en cierto modo, comparten el punto de vista moral de un espectador que, al igual que ellas, son testigos externos de sus hazañas (por mucho que nos metamos en su psique, y tengamos una compresión mayor de Alyssa y James, seguimos viendo las cosas desde una determinada distancia, sin voz ni voto respecto a sus acciones).
Como todo el mundo sabe a estas alturas, un gran guion, no se sostiene sin unos actores capaces de ascenderlo. Y estos dos jóvenes (Alex Lawther, el cual ya demostró grandes dotes interpretativas en su participación en Black Mirror, y Jessica Barden, a quien hemos podido ver en películas como Hanna, Langosta o en la aclamada Penny Dreadful) sin lugar a dudas dan lo mejor de sí en una actuación llena de carisma, y muy medida en todo momento. También se encuentran en una posición cómoda defendiendo los papeles Wumni Mosaku y Gemma Whelan en sus respectivos roles como detectives. Logran tener química entre ambas, y a la vez demostrar el contraste de forma orgánica entre los dos modos de aproximarse al caso.
De esta serie, resultan completamente creativas las soluciones visuales que propone a una narración, por otra parte, demasiado dependiente de la voice over. En ocasiones, bajo criterio del servidor, no aporta nada a lo que estamos viendo. En otras, por otra parte, son un elemento fundamental que nos da al espectador una información que, de otro modo, no tendríamos. Sea como fuere, es un elemento fundamental de la construcción identitaria estética de esta serie.
Otro de los lunares es que es una serie que es, por momentos, demasiado barroca en el empleo de la música. Es una constante de la serie, que llega a ser videoclipera. Pero en su defensa, debo añadir que hace un uso bastante irónico de la música y que, de nuevo, es una selección bastante cuidada que acompaña al estado anímico en el que se encuentran los personajes. Casi me atrevería a decir que es un elemento tan fundamental que no me extrañaría que (al haber, casi todos los episodios, sido dirigido por el mismo guionista en el guion estuviese presente esta tracklist).
The End Of the F***ing World no comete el clamoroso error de creer que ha reinventado la rueda, si no que sabe perfectamente el poso cultural sin el cual no habría podido existir. Sabe perfectamente que antes de ellos ha existido Bonnie and Clyde, Malas Tierras, Amor a Quemarropa, Asesinos Natos, las Comedias indies, el cine de Todd Solondz, de Sam Peckinpah, pero también el de John Waters, los cómics de Grant Morrison, de Garth Ennis, de Charles Burns, de Daniel Clowes. Es una respuesta reaccionaria a los tiempos en los que nos ha tocado vivir, a la nostalgia absoluta, pero que, paradójicamente, sabe perfectamente colocarse entre los citados precedentes, a los que, en cierto sentido, les rinde pleitesía.
Aun con ello, es una creación con una vocación completamente icónica. La estética que lucen estos chavales, aparte de aportar información de los personajes, sin duda es una que busca hacerse un hueco en el imaginario colectivo dentro de las parejas de delincuentes juveniles.
Todo ello hace que la diferencia del resto de series adolescentes, aproximándose, como he dicho a obras con un componente más cínico y nihilista que se ha dado en otros medios, pero se suele ver en unas, producciones que, como regla general, se sitúan en las antípodas, tanto formalmente como respecto al punto de vista de los autores, o los temas en los que se pretende ahondar.
Esta obra es sucia. No pretende alcanzar la perfección técnica. Es más, eso iría en detrimento de la propuesta. Es una obra que saca pecho de la imperfección. Como cualquier adolescente, no está del todo formado. Aparenta más de lo que realmente es. No te va a pedir perdón nunca. La cagan. Sangran. Son humanos. Tienen miedo, pero eso no es excusa para tirar la toalla. Pero sobretodo, no se van a dejar doblegar por un sistema capador Ojalá todos los espectadores, solo un poco, a Alyssa y James. Sin moralinas ni moralejas.
Dirección - 8.5
Guión - 8
Reparto - 9
Apartado visual - 8
Banda sonora - 7.5
8.2
The End of the F***ing World se establece como la primera sorpresa del año. Todo un llamamiento al nihilismo, a la misantropía, y al cinismo más corrosivo y recalcitrante.