The Walking Dead anunciaba que la undécima temporada sería la última, para alegría de muchos. Dejando atrás la trama de los Susurradores, con apenas un arco más vivo en el cómic como espejo al que mirarse, y un conjunto de personajes acercándose a su final, se retomaba la aventura.
Los responsables han optado por dividir la temporada en tres tandas de episodios, estirando más si cabe la estructura de dos mitades de ocho capítulos que empezó a renquear a partir de la sexta para hacerse insostenible con la séptima, en el momento de mayor apogeo del fenómeno zombie.
El primer tercio comienza con Acheron, un doble capítulo espectacular, distinto. Lejos de sobrecargar las explicaciones acerca de la misión de los personajes, se les lleva a las profundidades de la gran ciudad en busca de comida y recursos que salven la vida de los que se quedan atrás, en las comunidades, a resistir.
Angela Kang, showrunner, y Jim Barnes, entregan uno de los mejores guiones de la serie, que Kevin Dowling transforma, desde la dirección, en un espectáculo claustrofóbico, de pura tensión y conflicto humano. Desde el primer momento, vemos toda una declaración de intenciones con el papel de Negan y Maggie, núcleo central de la nueva propuesta y auténtica fuerza motor de TWD.
Los diálogos van torciendo el destino de los protagonistas, abriendo nuevas capas a su tormentosa relación. Posteriormente, los responsables optan por abrir la moralidad de ambos hacia lugares más complicados, principalmente con la líder del grupo, brillantemente interpretada por Laurie Cohan. Ver cómo deja morir a uno de los suyos pensando en el bien común es muy rompedor.
El capítulo finaliza con la presentación de unos nuevos villanos, viejos conocidos del grupo de Maggie, que a diferencia del resto de antagonistas que hemos ido viendo a lo largo de la última década, no estaban en el cómic. Esto hace que esta primera tanda sea más libre, menos encorsetada en una línea muy marcada sobre la que dar vueltas, añadiendo relleno.
Uno de los principales errores de la serie fue precisamente este. En su momento de mayor éxito, se decidió narrar el arco de Negan en dos temporadas de 16 capítulos, una entera para la batalla final, incurriendo en un error de base, en el propio lenguaje del cómic. Por sus características, en las viñetas sí se puede alargar en once grapas un conflicto completo de esta índole, con su planteamiento, nudo y desenlace, no así en la televisión en la que los tiempos son distintos, como lo es también el espacio y desarrollo.
Los siguientes seis capítulos son correctos, porque a diferencia de lo que ocurría con el círculo de Negan, no tenemos tiempo de aburrirnos de ellos, de su pose impostada. No tenemos casi tiempo de desquiciarnos con sus carencias, y sí de ver otro lado de ciertos personajes, que terminan por ser interesantes.
Principalmente, por Daryl, al que vamos a ver torturando, sangrando y convirtiéndose en un animal para infiltrarse en las filas enemigas.
Destaca el episodio On the Inside, dirigido por Greg Nicotero, el legendario e ilustre maquillador y especialista en el género. Connie (Lauren Ridloff) como protagonista absoluta, para una libérrima versión del terror de interiores, aprovechando recursos habituales en este tipo de propuestas, desde el silencio a las apariciones fortuitas, encajando de maravilla con el personaje, para una lección interpretativa por parte de la actriz, acompañada únicamente de Virgil, interpretado por Kevin Carroll.
Los dos tercios que siguen a esta primera entrega se centran en la Mancomunidad, último arco del tebeo. Robert Kirkman y Charlie Adlard habían mostrado su cara más política para el final de la serie, llevando a los personajes a dramas muy actuales como la burocracia, la caída de confianza en las instituciones y la brutalidad policial.
En la serie esto lo vemos muy rebajado, casi de pasada. Es una visión distinta de la misma historia, en realidad. El elemento institucional existe, pero no es tan fundamentado. El nepotismo en los gobernantes también está, pero sin la complejidad que pudimos ver en el cómic. Tampoco es tan impactante el modo de desarrollar muchas de las sorpresas, al cambiar estas el protagonista. No es lo mismo ver cómo Michonne se encuentra con su hija que hacerlo con Yumiko y su hermano.
En este sentido, después de un potente comienzo, con dos capítulos diferentes, originales sobre el conjunto, tenemos una vuelta a muchos de los errores de la trayectoria de TWD. Todo se siente igual, con relleno, dando vueltas alrededor de la misma idea por capítulos sin que nada se salga de un patrón fijado e inamovible.
Solo en su tramo final, para los últimos cuatro capítulos, tenemos un interés renovado, con la destrucción progresiva de las nuevas comunidades y la lucha contra lo que queda. Una conclusión convincente, que revive en calidad y potencial.
Del mismo modo que el cómic centraba su epílogo en la perdición ante el arrebatador paso del tiempo, la serie ha cimentado un ambiente más luminoso, cargado de amor y vitalidad. Menos ambicioso, pero coherente con lo que ha sido la nueva tanda de episodios.
No tenemos una analogía entre el papel de los caminantes en el mundo que queda con los indios, como pasaba en las viñetas, ni una interesante construcción a través de la nueva sociedad democrática del oeste americano.
Ni a ese Carl que, como los buenos vaqueros, se niega a dejar paso a la reconciliación democrática y el Estado. No hay disparos que no vemos, cadáveres que ya no se despiertan ni juicios salvados por una visita inesperada.
Tenemos, simple y sencillamente, una despedida sincera. Un detalle de amor por lo que ha sido la vida compartida de los protagonistas y un puente para lo que vendrá en formato de miniseries. Hay escenas que trasladan a la perfección el mensaje que se ha querido desarrollar durante la última temporada, principalmente entre Negan y Maggie.
Si bien el villano del tebeo es historia del medio, su equivalente en la pantalla, aún siendo diferente, ha gozado de una fantástica reproducción. Menos sucio, malsonante y cabrón, pero con un inefable sentido de la vida, amén de humanidad, que Jeffrey Dean Morgan ha interpretado con solvencia absoluta.
Su despedida con Maggie es la mejor muestra interpretativa de esta resolución, en la que el citado actor y su compañera Laurie Cohan se destrozan emocionalmente para dar un matiz diferenciador a un compañerismo imposible, viciado desde el comienzo. Ambos están espectaculares y legitiman tanto a sus personajes como la calidad de la serie.
Así termina TWD. Una serie irregular, casi indefinible en su conjunto e imposible de analizar en estructura general. Desde luego, una historia que se despide recurriendo a un personaje desaparecido hace cuatro años es una que ha fallado a la hora de generar interés en su extremo final, que no ha sobrevivido al éxito de épocas pasadas.
Pero, así las cosas, ha sido un viaje apasionante por momentos, un disfrute para los que amamos a los personajes y una lección de reinvención constante, sin salirse del patrón construido desde el tebeo.
El resultado final es notable. Si bien uno de los aspectos más criticados a la serie ha sido precisamente la parquedad de recursos técnicos, de dirección, fotografía y banda sonora, los responsables optan por una conclusión cargada de elementos interesantes desde la música y trabajo de cámara, haciendo que el capítulo de cierre se sienta especial y distinto.
Mucho vendrá en el futuro. Más capítulos, más series, más relleno, más cabreos. Pero lo que es, lo que ya hemos tenido, tiene potencial como para ser recordado como un cierre a la altura.
Sus creadores han sabido dar un giro completo a muchos de los males que han perseguido las últimas temporadas para concluir con una historia que encontró su mejor lugar cuando para muchos ya se había perdido del todo.
Somos los que se quedaron.
NOTABLE ENTRETENIMIENTO
Dirección - 7
Guion - 7.5
Reparto - 8
Apartado visual - 7.5
Banda sonora - 7
7.4
Como toda despedida, trae cosas buenas y malas. Y a diferencia de otras, abre futuro para la serie como franquicia.
La verdad me cuesta creer lo benévolo que has sido. Hay una realidad: la única temporada perfecta que tiene TWD es la primera. El resto siguieron todas el mismo camino: explosivas al principio y al final, deeeeensas en el medio. Y ya al final fueron consiguiendo lo mismo que X Files (o Los Simpsons al infinito): estirar hasta lo imposible. En mi caso (me pasó parecido con GoT) vi la 1er temporada y en la 2a dejé a la mitad. Mi mujer, cuando estaba embarazada, se engancho de vuelta en las noches que yo estaba de guardia. Así que por la 4a o 5a, no me acuerdo, retomamos. Pero cuando se fue Rick, chau. Ultimo capítulo. Y ya venia infumable. Ahora como se terminaba (y terminado Better Call Saul tampoco hay mucho para ver…) retomamos. Imposible de sostener. No se si vimos 2 o 3 capitulos y tuvimos que saltar a los 2 últimos porqué es in-so-por-ta-ble. Lo de Negan no se como te lo bancás. Yo soy el último que defiende la fidelidad de las adaptaciones, siempre prefiero calidad frente a igualdad. Pero este tipo, en la serie (más allá del comic) era el hijo de puta, más hdp del universo, completamente amoral, egocéntrico, psicópata. Y como el actor cayó bien me encuentro este final donde es el papa Francisco? Nooo, no me importa que me haya perdido en el medio, ni catorcemil temporadas de relleno me pueden explicar que la loca de mierda de Maggie o la de la gotita que murió no le revienten la cabeza con una pierna de zombie mientras duerme. Cualquiera. No es «desarrollo de personajes». Porque ellas siguen siendo despiadadas con todo el resto del mundo. Una porqueria.