Shojo: una breve introducción al género

Repasamos la historia de uno de los géneros que mejor ha sabido conectar con las inquietudes de millones de lectores a lo largo de un buen número de generaciones

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Cuando hablamos de géneros manga como shonen o shojo, no estamos haciendo referencia -al menos de manera estricta- a un estilo particular, sino a un indicador del público al que va destinado. Hablar de shojo es hablar de una categoría demográfica, un tipo de manga que va dirigido especialmente a la audiencia femenina adolescente. Dentro de esta categoría, muchos son los géneros que este tipo de manga puede abarcar.

La clásica diferenciación de productos dirigidos a chicos y a chicas siempre ha estado muy presente en el manga, un sector con mucha historia a sus espaldas, pero poca o lenta innovación editorial. Dejando esto claro, debemos entender que la evolución del shojo, como la del shonen (manga dirigido a la audiencia masculina adolescente), ha ido adaptándose a las tendencias y a las modas generacionales del target al que ha ido dirigido. Por supuesto, esto también ha implicado ciertas ideas preconcebidas o estilos ciertamente arcaicos que han influido en este tipo de cómic, desde sus planteamientos argumentales hasta sus diseños editoriales. Las historias románticas y los dramas se han dado la mano con los colores pasteles y las letras redondeadas a lo largo de los más de cien años de vida del shojo.

Las fuentes más habituales sitúan la aparición del primer shojo en 1903, con la institución de la revista Shojo Kai (Mundo de chicas); a ésta le seguirían revistas como Shojo no tomo (Amiga de las chicas) en 1908. Ambas publicaciones sentarían las bases tanto del aspecto visual como del aspecto argumental en este tipo de obras. Se dice que fueron ilustradores como Yumeji Takehisa y Jun’ichi Nakahara quienes pusieron de moda los personajes con ojos grandes (una de las bases visuales del género). Algo que calaría en autoras reconocidas como Matoko Takahashi o Riyoko Ikeda (La rosa de Versalles), quienes abrirían el camino hacia la renovación del género a partir de los años sesenta.

Y hablamos de renovación porque, hasta esa fecha, el shojo siguió en su mayoría un patrón de humor simple y desenfadado. Aunque lo más llamativo de esta etapa es que un buen número de obras, sino la mayoría, tenían autoría masculina. Esto es, hombres que se inspiraban en lo que los hombres creían que las pre-adolescentes deseaban o debían leer; algo que lastraba la conexión de los personajes femeninos con su audiencia femenina. La única excepción a esta norma, como siempre ha de haber, fue Machiko Hasegawa.

Hasegawa está considerada como la primera mujer japonesa que se dedicó con éxito a la creación de manga. En 1946 comenzó su tira cómica Sazae-san para un periódico local antes de que la prestigiosa Arashi Shimbun adquiriese la serie tres años después. Dibujó capítulos diariamente hasta 1974.

A parte de la presencia de Hasegawa, y si bien la década de los cincuenta nos dejó títulos shojo reseñables como La princesa caballero de Osamu Tezuka, pocos fueron los manga que conectaron realmente con las inquietudes reales del público femenino. Y es que, en el manga shojo de la época, a menos que se usaran elementos fantásticos en la trama, el amor romántico de la heroína permanecía como un tabú.

Algo que sin duda fue cambiando con la llegada de los sesenta, época en la que se incrementaron las audiencias de manga en Japón, lo que permitió solidificar este tipo de lecturas. Las comedias románticas del shojo encontraron inspiración en otras fuentes y avanzaron hacia terrenos más sofisticados, dando lugar a nuevos subgéneros.

Por su puesto, esto también permitió la llegada de una nueva generación de mujeres que tenían mucho que decir en un terreno que estaba destinado a ser suyo. Machiko Satonaka, por ejemplo, antes de ser una autora de renombre era una ávida lectora de shojo que echaba en falta algo en aquellas obras que ella, como mujer joven, sentía que podía aportar. Y así fue como una joven Machiko se presentó a un concurso promovido por la recién estrenada Ribon en 1964. Resultó ganadora y debutó a los dieciséis años con un manga sobre vampiros titulado Pia no Shouzou (El retrato de Pía).

La historia de esta autora es la de otras muchas mujeres que, a partir de los sesenta, por fin pudieron acceder a publicar manga y satisfacer las necesidades reales de unas lectoras que, ahora sí, comenzaban a verse reflejadas en las heroínas de sus historias.

Al igual que Machiko Satonaka, muchas autoras fueron descubiertas a través de concursos promovidas por publicaciones semanales como Shojo Friend o Margaret desde 1963. Otras, en cambio, “se graduaron” a partir de trabajar en obras gekiga para las bibliotecas de pago.

El shojo pronto viró hacia modas y reflejos propios de la estética pop americana de finales de los sesenta y los setenta, y las páginas de la mayoría de los títulos se llenaron de personajes con rasgos occidentales de pelo rubio y ojos azules.

A raíz del éxito que había insuflado la autoría femenina al shojo, algunas artistas pronto comenzaron a ser tratadas como estrellas. Este es el caso de cinco de las creadoras más notables de los setenta: Moto Hagio, Riyoko Ikeda, Ryoko Yamagishi, Yumiko Oshima y Keiko Takemiya, quienes llegaron a formar un grupo de éxito generacional. Sus admiradoras las llamaban «las magníficas del 24» en referencia al año de la era Showa en la que habían nacido la mayoría de ellas (1949).

Paradójicamente, a lo largo de los años, la presencia de una buena mano femenina detrás de este tipo de historias ha ido abriendo el género no sólo entre las chicas, sino también entre los chicos. En la actualidad, al igual que ocurre con las chicas y el shonen, son muchos los lectores varones que se acercan a disfrutar de las virtudes particulares del shojo.

Buena parte de este mérito se debe a que autoras geniales como Rumiko Takahashi o Moto Hagio supieron abrir el género hacia territorios en teoría tan alejados del público femenino como la aventura fantástica o la ciencia ficción. En esta línea, nuestro mercado recuperó hace un par de años el manga ¿Quién es el 11º pasajero? de Hagio, un título de corte clásico que combina aventuras, romance y humor a través de la ciencia ficción, con un tratamiento de personajes lleno de matices.

El shojo ha aprendido a desarrollarse entre todo tipo de géneros, desde el drama costumbrista hasta el terror, pasando por lo eminentemente fantástico. Vampiros, ciencia ficción atmosférica, amores no correspondidos, dramas de denuncia social, intrigas históricas, comedia, sátiras atrevidas sobre la homosexualidad… Akimi Yoshida consiguió mantener el interés de lectores tanto femeninos como masculinos durante diez años gracias al romance gay narrado en Banana Fish.

Un tema, el de la homosexualidad, que a día de hoy sigue teniendo cierta aura tabú en Japón, pero que durante muchos años ha despertado un profundo interés entre las y los lectores de shojo. Para Paul Gravett, crítico y escritor especializado en manga, quien cita a su vez a Kazuko Honki, miembro del grupo de rock Frank Chickens y lector de shojo, las mujeres japonesas «están decepcionadas (y aburridas) de las relaciones entre hombres y mejores en las que los roles sexuales son sumamente rígidos. Ellas buscan romances nuevos, donde ninguna de las partes tenga que simular que es más débil que la otra». Gravett también recoge en su libro Manga: Sixty Years of Japanese Comics que existen otras opciones que sugieren que este tipo de protagonistas homosexuales ofrecen una vía inocua para que las chicas japonesas fantaseen con el sexo opuesto sin entrar en competencia con otra presencia femenina.


Como conclusión, podemos decir que el shojo ha conseguido obedecer a un amplio abanico de intereses y gustos. Lo que sí suelen tener en común estas historias son las acertadas recreaciones de los agobios y placeres que padecen y disfrutan los personajes de unas obras que, como Nana de Ai Yazawa, son producto de un tiempo y de una generación concreta, con sus propias ansiedades, deseos y necesidades.

Y es que pocos estilos manga han podido llegar a ser tan generacionales como el shojo que, si bien compartiendo puntos en común entre todos los títulos que guarda bajo su extenso manto, ha sabido conectar con diferentes edades, modas y hábitos de vida de millones de lectores y lectoras.

En la actualidad, se estima que las publicaciones de manga shojo actuales dan trabajo a más de 400 mangakas femeninas, entre las cuales se hallan alguna de las creadoras más exitosas de la industria. Fuera de los circuitos comerciales, en cambio, se calculan en millares las autoras y autores que sueñan en ver publicadas algún día sus historias ¿Te encuentras tú entre ell@s?

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